CONSEJO MEXICANO DE CIENCIAS SOCIALES

Agencia social y educación superior intercultural

Resumen

Este libro contextualiza históricamente los diferentes procesos que condujeron a la creación del Instituto Superior Intercultural Ayuuk (ISIA) en el distrito Mixe de Oaxaca. En el volumen se analizan las articulaciones pedagógico-políticas que el ISIA ha aportado a la vida comunitaria y profesional de sus estudiantes, así como su influencia en las luchas comunitarias locales. Se asume que la propuesta de educación superior intercultural impulsada por el ISIA ha implicado una “reinvención” del papel del universitario y el uso/utilidad de los saberes mixes/campesinos en un contexto de capitalismo neoliberal que promueve la acumulación y la desposesión. Finalmente, se destaca la relevancia que adquiere la educación superior intercultural y su articulación como una práctica situada de agenciamiento social que transforma a las instituciones educativas a partir de su vinculación con los movimientos de defensa de la tierra, la territorialidad y de la cultura propia en Oaxaca.

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Presentación

El libro de Flor Marina Bermúdez, Agencia social y educación superior intercultural en Jaltepec de Candayoc, Mixe Oaxaca, se inscribe en el horizonte que descifra otras formas de comprender la vida en socialidades comunitarias consideradas “tradicionales”, “atrasadas”, porque reconfiguran a su paso vínculos sagrados con la naturaleza, con dioses, con antepasados, con otras concepciones de la vida y la muerte que difícilmente pueden comprenderse en la sociedad liberal, moderna, occidental, erigida como articuladora del único orden posible y portadora de la verdad y la razón universal que cancela alternativas al modo de vida que propaga.

El aporte de este libro es pertinente en momentos como el actual si pensamos que el problema crucial que enfrentan nuestras sociedades contemporáneas es la pérdida del sentido de la vida dentro de una crisis civilizatoria que no se reduce a una dimensión política o económica en términos limitados, sino que apunta a una precarización de las condiciones concretas de existencia (animal, vegetal y humana) que nos hace perder constantemente el sentido de la vida como un fin en sí misma y la reduce a un mecanismo de sobrevivencia. Como refiere Dussell: “Vida humana que no es un concepto, una idea, ni un horizonte abstracto, sino el modo de realidad de cada ser humano en concreto, condición absoluta de la ética y exigencia de toda liberación” (2000:11).

Al situarnos desde las ciudades, lo que pensamos con frecuencia es que en las comunidades indígenas se desarrollan formas de existencia simples, anecdóticas y aburridas, y que se tiene la certeza de que nada importante acontece en la vida cotidiana de sus habitantes; por el contrario, se piensa que son los grandes centros urbanos-modernos los focos que concentran una vida interesante, ocupada, activa, racional. En perspectiva inversa, Flor Marina Bermúdez nos muestra que desde las montañas oaxaqueñas existe la construcción inacabada de saberes prehispánicos y coloniales propios de sociedades que nunca han sido estáticas, de la multiplicidad de vínculos que se establecen en el exterior, de actividades articuladas en torno a propuestas pedagógicas interculturales, como refracción al modelo educativo liberal occidental, que en conjunto imprimen sentido a las formas de vida cotidiana de las comunidades.

Las propuestas pedagógicas interculturales que la autora presenta van más allá entonces de una demanda aislada de una comunidad indígena de Oaxaca por lograr un determinado tipo de educación en contextos de diversidad cultural. La elaboración de estas propuestas interculturales se engarza, más bien, en procesos de larga duración, cargadas de tensiones y dificultades que rebasan las paredes de las aulas y buscan fortalecer a las comunidades a través de la autogestión y de vinculación a los órganos del gobierno local, a las organizaciones civiles y religiosas y a los grupos de productores organizados en la propiedad comunal de la tierra. Las experiencias interculturales oscilan entre el plano pedagógico y el plano de la conflictividad, y en ellas se recuperan saberes locales en las prácticas educativas para enfrentar el menosprecio de quienes se precian de una educación erigida como “moderna”; reyertas que se articulan en un flujo continuo y contradictorio, alentado por enérgicas motivaciones de una vida digna.

Flor Marina contextualiza la experiencia de la escolarización en Oaxaca en un periodo que nos remonta a la conquista y colonización española en el siglo XVI, hasta llegar a los años treinta y cincuenta del siglo pasado. Ante este contexto, la autora da cuenta de los embates modernizantes que llegaron a la región mixe con la presencia de caciques letrados  y funcionarios  públicos del  Instituto Nacional Indigenista (INI), que desplegaron una serie de programas y proyectos con la intención de “mexicanizar al indio” a partir de una educación integradora social y cultural a la sociedad nacional mestiza y modernizar así las economías locales entre los indígenas zapotecos (Valles Centrales) y mixes (Sierra Norte), imponiendo un desarrollo económico desigual en las regiones para el control de los territorios con el apoyo de los gobiernos estatales en turno.

Al respecto, la autora señala:

[…] el modelo integracionista federal concebía las lenguas indígenas como un obstáculo para el progreso. Para afianzar esta idea desde el discurso político educativo, se instaló una ideología de ascenso social del indígena a través de la escolarización. Es interesante observar que entre la década de los cincuenta y la de los sesenta, el discurso político-educativo formuló un imaginario en torno a la figura de Benito Juárez, sobre quien se construye el mito de la escolarización en Oaxaca y se articula una imagen idílica del indio esforzado y valiente.

Las políticas de integración persistirían sin mayores resultados hasta las décadas de los setenta y ochenta con el ascenso del movimiento indígena y la participación de intelectuales, lingüistas, escritores y pintores con identidad mixe, quienes fueron cuestionando los principales postulados del modelo integracionista-monocultural. A partir de ese periodo, Flor Marina enfatiza la creación del Instituto de Investigación e Integración de Servicios del Esta- do de Oaxaca (IIISEO), cuyo objetivo fue capacitar a los maestros en el trabajo con la comunidad, alternando técnicas pedagógicas con la enseñanza de algunos oficios. La autora señala: “A pesar de los logros conseguidos, la falta de presupuesto hizo que el IIISEO fuera cerrado a finales de los años setenta”; en este centro los maestros bilingües trabajaban en condiciones adversas con salarios más bajos y condiciones laborales más precarias que las de los maestros federales.

En el año 1974, los egresados del IIISEO constituyeron la Coalición de Maestros y Promotores Indígenas de Oaxaca (CMPIO) no solo para la defensa de sus derechos laborales, sino también para la orientación de la educación comunitaria e indígena. En la década de los ochenta, los maestros del CMPIO participaron en la lucha por la democratización del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y por el rechazo de líderes que se corrompían en los cargos de la cúpula sindical. Los maestros indígenas, sumados al resto de integrantes de la Sección 22, conformaron la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y, desde el espacio de la disidencia, han planteado la necesidad de una educación alternativa, con nuevas técnicas pedagógicas interculturales en el nivel básico. Esta propuesta adquirió mayor concreción en la década de los noventa, en concreto a partir de 1995, con el movimiento pedagógico desarrollado en el contexto del ascenso de los movimientos indígenas, particularmente tras el alzamiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994.

Así, a partir de la década de los noventa el reconocimiento de la educación indígena se estableció formalmente en la normatividad oficial de Oaxaca con políticas y pro- gramas educativos que ahora permiten un trato “adecuado” a la diversidad cultural; existen experiencias en torno al enfoque intercultural bilingüe que van desde la educación básica hasta la experiencia del Instituto Superior Intercultural Ayuuk (ISIA) en Jaltepec de Candayoc. La autora señala: “Esto ocurrió a partir de la apropiación de diversos sectores sociales en desventaja del discurso multicultural, primero como principio de reconocimiento cultural y posteriormente como eje de acción política, lo que implicó la recuperación de espacios para la transmisión de prácticas culturales, el reconocimiento a la diversidad y la acción colectiva desde la diferencia cultural”.

Al recuperar la historia de la escolarización en Oaxaca, Flor Marina advierte que no pretende llevar a cabo un trabajo etnohistórico, sino su propósito es contextualizar un largo proceso de tensiones en el que las personas de la región mixe, intelectuales indígenas, escritores, lingüistas y maestros disidentes cuestionaron la política oficial integracionista encaminada a la homogeneización cultural, al tiempo que fueron construyendo proyectos alternativos de escolarización. En la escalada de estas experiencias, la autora recupera los procesos de exclusión educativa del pueblo ayuuk de Jaltepec de Candayoc como la preparación improvisada de maestros, las carencias económicas, la corrupción propia de la concentración del poder en la cúpula magisterial o sus políticas de control vertical, pero también recupera los esfuerzos de los maestros de la base social como promotores y defensores de pedagogías interculturales en las comunidades de las que son parte en un proceso dinámico, conflictivo y contradictorio que llega hasta nuestros días.

La diversidad y sus desafíos entonces adquieren otro sentido si pensamos que ya no se procura una política integracionista a la vieja usanza del siglo pasado (abierta y violenta). Sin embargo, esto no quiere decir que se haya abandonado el propósito de la homogeneización cultural desde el discurso oficial sino que ahora con estrategias menos coercitivas se busca aprovechar la diversidad, cuyo proceso puede entenderse a partir del concepto “etnofágico”, retomando a Díaz-Polanco (2006), para explicar cómo el modelo económico neoliberal (que se inserta en la década de los noventa) resulta voraz, “boca abierta”, con apetito insaciable de diversidad que busca digerir o asimilar lo comunitario, engullir o devorar lo “Otro”. “No se busca la destrucción mediante la negación absoluta o el ataque violento de las otras identidades sino de su disolución gradual mediante la atracción, la seducción y la transformación” (Díaz-Polanco, 2006:161).

La brecha entre la normatividad oficial y las prácticas escolares concretas son todavía distantes debido a que se ha optado por un proceso de “pluralismo condescendiente” de reconocimiento y respeto a la diversidad, señala Jiménez Naranjo: “El Estado asume la responsabilidad de preservar las lenguas y culturas indígenas, pero en el plano cultural se interesa por las tradiciones más folclorizadas y en el plano educativo escolarizado apoya programas de educación compensatoria […] hacia la adquisición de la lengua y cultura nacional” (2011:50). En estos términos, se argumenta (o más bien se asume) desde los grupos “privilegiados” que la población indígena es inferior, que sus lenguas son inferiores y deben olvidar sus “antiguas costumbres” en aras de la búsqueda del “progreso” y la “modernidad” en la escala dura del evolucionismo social.

El indicador monetario o la carencia material-económica han sido las variables explicativas que han domina- do los criterios metodológicos y los indicadores estadísticos para concluir que los pobres residen en las zonas rurales y son sobre todo indígenas, y que la pobreza rural es más elevada que la urbana. Con esta mirada exclusiva- mente cuantitativa de la problemática resulta sencillo apuntar entonces que la pobreza y la desigualdad son producto de condiciones “divinas” o “geográficas”, vinculadas a la dispersión poblacional y a la orografía accidentada que caracteriza a localidades como Jaltepec de Candayoc, ubicada en lo profundo de las montañas de Oaxaca. A partir de esta mirada cuantitativa se termina justificando también la necesidad y urgencia de centrar los procesos de enseñanza-aprendizaje en el modelo educativo liberal-occidental para mejorar las condiciones económicas de las comunidades, la situación laboral del profesorado, un mayor número de programas de alimentación para niñas y niños que asisten a la escuela y el mejoramiento de la infraestructura de los centros educativos, entre otros avances.

Con este enfoque, las políticas y programas que se diseñan desde el discurso oficial tienen en su operación una visión también económica para resolver el problema, y existe el convencimiento pleno de que estas estrategias pueden generar cambios positivos —casi automáticamente— en la vida de las comunidades indígenas a partir de más escuelas, mejores caminos o políticas asistenciales selectivamente dirigidas, entre otros. La experiencia empírica muestra que esto no ha sido así y que las condiciones concretas de existencia se han precarizado en nuestros días; esta situación nos lleva a perder el sentido de la vida constantemente, reduciéndola a un mecanismo únicamente de sobrevivencia orientado a la ganancia, a la mercantilización. Referir las condiciones en que sobrevive la población indígena de Oaxaca equivaldría a dar una larga cuenta de rezagos sociales, como la alta proporción de población analfabeta, la carencia de servicios en las viviendas (agua potable, energía eléctrica), el hacinamiento o los reducidos ingresos económicos, entre otros indica- dores que la autora va mostrando de la comunidad de Jaltepec de Candayoc.

Pero lejos de atribuirse el papel de víctimas y sin negar las desigualdades económicas, se están construyendo nuevas estrategias pedagógicas interculturales, particularmente el caso del ISIA, que se ha volcado hacia la creación de metodologías sin necesidad de grandes inversiones económicas, con materiales a su alcance, de manera que en la actualidad se ha convertido en la principal opción para cursar estudios de nivel superior en la región. El ISIA en Jaltepec de Candayoc recupera saberes locales que son resignifica- dos desde los propios imaginarios de la comunidad: religiosidad, mitos, leyendas, vínculos sagrados con la naturaleza, otras concepciones de la vida y la muerte que hacen del conocimiento algo significativo al brindar sentido a la vida de sus habitantes. Flor Marina señala: “Su filosofía institucional se apoya en tres principios ayuuk: la comunalidad (la persona se puede construir sólo a partir de la ayuda de los demás), la integralidad (todo en el mundo está relacionado entre sí y es parte de un todo) y la solidaridad (búsqueda de justicia con y para todos)”.

Esto no puede comprenderse fácilmente en la sociedad liberal-moderna occidental, que se piensa como fruto de un pensamiento científico y, por lo tanto, intenta definirse en contra de estos imaginarios populares que los mixes también expresan en su rey Condoy y en el cerro sagrado del Zempoaltépetl que resultan “poco civilizadas”, “arcaicas” para el pensamiento científico-positivista, y que la razón universal debe “iluminar” para superarlos.

La autora señala:

Los mixes atribuyeron a Condoy la estabilidad y consolidación de una época de oro para su pueblo. Este rey fue considerado un dios divino ya que no tuvo padres ni ascendencia. Las leyendas cuentan que Con- doy se metió por la cueva rumbo al paraíso de los antepasados mixes llevando a sus ejércitos cargados de riquezas, tributos, oro y las joyas de sus conquistas, cerrando la puerta de la cueva. El mito contemporáneo promete que este rey volverá algún día para liberar a su pueblo.

Las ciencias empíricas y la nueva composición tecnológica parecen dar paso a una realidad racional, cuantificable, secular y objetiva. Sin embargo, habría que señalar que la modernidad también se piensa dentro de narrativas simbólicas; es decir, produce sus propios mitos y transforma muchos de los mitos que vienen de las sociedades anteriores. La modernidad misma es un mito: el “Mito de la modernidad” que señala Enrique Dussel (2000) como un “mito” irracional, de justificación de la violencia a lo largo de un proceso histórico que consiste en victimar al inocente (al Otro) declarándolo causa culpable de su propia victimación. Tras este mito de la modernidad se encuentra el mito del “progreso” que “surge con la modernidad y le da su alma: su alma mítica. El progreso es infinito, no hay sueños humanos cuya realización no prometa” (Hinkelammert, 2007:42).

En este sentido, los postulados de la modernidad y el progreso tampoco están comprobados desde el punto de vista del pensamiento científico considerado criterio único de racionalidad, cuyas premisas además están imprimiendo sentido a los proyectos y megaproyectos económicos que irrumpen de una manera destructora en la vida, y en su camino buscan negar las costumbres, la religiosidad y la espiritualidad de comunidades indígenas, a las que paradójicamente considera “irracionales”. Entonces no son las “otras” sociedades las que serían pobres o marginales, sino la sociedad moderna, que plantea un mundo oscuro y desencantado si pensamos que está destruyendo el sentido de la vida (animal, vegetal, humana), así como las alternativas que pueden hacerla posible.

La temática del libro busca renovar categorías para comprender las experiencias concretas que se desarrollan en las comunidades indígenas lejos de los enfoques convencionales. Su autora es una destacada académica de una generación de científicas sociales que apuestan por romper con los paradigmas de producción de conocimiento científico, de raíz eurocéntrica, que surgen a modo de monólogo en las universidades y centros de investigación. Flor Marina Bermúdez ha colaborado en la construcción de nuevas perspectivas analíticas, particularmente a partir de la categoría de “agenciamiento social”, para comprender los modos de existencia concretos de las comunidades indígenas de Oaxaca y Chiapas: su diversidad cultural, organizacional y política basada en otros conocimientos que no son evaluados bajo la rigurosidad de un método científico-positivista, sino que son conocimientos propios de seres humanos con otros tiempos y otros espacios que recuperan la vida como un fin en sí misma.

Eduardo Bautista Martínez Rector de la Universidad Autónoma Benito Juárez de

Oaxaca Ciudad Universitaria, Oaxaca, junio de 2019

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