CONSEJO MEXICANO DE CIENCIAS SOCIALES

Ciencias sociales, coronavirus y desastres[1]
Jorge Cadena-Roa

Desde que se declaró la pandemia de COVID-19 en México, en marzo de 2020, médicos, enfermeras, camilleros, personal de limpia, mantenimiento y administración de clínicas y hospitales han estado en la primera línea de combate, atendiendo a las personas que se infectaron. También han estado trabajando incansablemente epidemiólogos, matemáticos y otros especialistas a fin de modelar el comportamiento del coronavirus y apoyar con información científica la toma de decisiones. En las biociencias se ha trabajado afanosamente para producir una vacuna que contenga los contagios y poner a disposición de los infectados un tratamiento. La cooperación internacional entre universidades, laboratorios, empresas farmacéuticas, gobiernos y voluntarios ha sido formidable.

La pandemia de COVID-19 producida por un virus desconocido, el SARS-COV-2, para el que no existía tratamiento ni mucho menos vacuna, que era altamente contagioso y amenazaba con saturar aun a los sistemas hospitalarios mejor pertrechados para enfrentar emergencias médicas, representó una amenaza para el mundo entero. Para enfrentarla, el 16 de marzo, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), recomendó que se hicieran pruebas, pruebas, pruebas, de todos los casos sospechosos. A quienes dieran positivo se les debía aislar y se debía hacer pruebas a sus contactos a fin de detectar y romper las cadenas de contagio.[2] Esa opción parecía más sensata que la de aplicar una cuarentena general, a contagiados y no contagiados por igual porque implicaba, necesariamente, la suspensión de las actividades económicas. Con la opción recomendada por el director de la OMS, los no contagiados podrían continuar sus actividades con las debidas precauciones: sana distancia, lavado frecuente de manos, uso de cubrebocas.

En nuestro país, sin embargo, la aplicación de pruebas ha sido muy limitada, la recomendación de usar cubrebocas fue inconsistente y no fue predicada con el ejemplo. Se decía que el cubrebocas proporciona una “falsa sensación de seguridad.” En un país como el nuestro, con tantas y tan grandes desigualdades, que se traducen en diferentes grados de vulnerabilidad (Suárez et al. en este volumen), aplicar una política indiscriminada como la cuarentena general tiene consecuencias muy desiguales: no toda la población puede quedarse en casa; las empresas que cierran no pueden sostener sus gastos, se genera desempleo y corren el riesgo de quebrar.

La cuarentena ha tenido severas consecuencias económicas, sociales y psicológicas sin que, al momento de cerrar este capítulo, se hayan controlado los contagios y las defunciones. El sacrificio de la población se ha distribuido de manera muy inequitativa sin tener los resultados esperados.

Si durante los primeros meses de la pandemia la respuesta correspondía a las ciencias biomédicas y al personal hospitalario, poco tiempo después resultó evidente que se había desencadenado una secuela de consecuencias más allá del ámbito de la salud. Para su atención, las ciencias sociales y las humanidades podrían ser de gran ayuda, podrían generar diagnósticos de los problemas nuevos, de la evolución de los pre-existentes, dar cuenta de los fenómenos emergentes y los comportamientos adaptativos en curso, ayudar a ponderar los impactos desiguales en la población y alimentar con evidencias y propuestas las decisiones de las autoridades; podrían evaluar los resultados de las intervenciones y proponer los ajustes que fueran necesarios. Las ciencias sociales cuentan con conocimientos acumulados suficientes para recomendar formas de intervención al gobierno, al legislativo, a las empresas y a la sociedad civil que permitan amortiguar los efectos negativos de la pandemia y las medidas adoptadas para contenerla. Con esa intención y convicción, organizamos el ciclo de conferencias Las Ciencias Sociales y el Coronavirus. El ciclo incluyó 16 conferencias a cargo de reconocidos especialistas. Todas las conferencias presentaron abundante información, análisis y propuestas de intervención. A los conferencistas se les pidió que trataran de contestar las siguientes preguntas:

  1. a) ¿Qué viene tras la pandemia y qué proponen las ciencias sociales al respecto? Esta pregunta trataba de prever y anticipar lo que venía de manera que pudiéramos, tanto como fuera posible, prevenir y prepararnos para que, llegado el momento, estuviéramos en mejores condiciones para responder y recuperarnos.[3]
  2. b) ¿Qué podemos esperar de los problemas que ya teníamos? ¿Seguirán igual o se habrán agravado? Esta pregunta sugería que era imprescindible actualizar nuestros diagnósticos sobre esos problemas a fin de mitigar sus impactos negativos y desde ahora sentar las bases de la recuperación.
  3. c) ¿Qué nuevos problemas sociales, económicos, políticos, organizacionales, comunicacionales, psicológicos, afectarán a la población como consecuencia de la pandemia y las medidas adoptadas para combatirla? Para el momento en que se presentaron las conferencias era claro que el mundo, como lo conocíamos, había cambiado y lo seguiría haciendo conforme se prolongara la pandemia y la cuarentena. Era de la mayor importancia diagnosticar la situación a fin de lidiar con ella, así como diseñar formas de intervención que permitieran mitigar los efectos negativos y recuperarnos del desastre.

Entre mayo y junio del 2020, cuando se desarrolló el ciclo de conferencias, creíamos que estábamos en el peor momento de la pandemia, que pronto la superaríamos y que no tardarían en revelarse las problemáticas que ya estaban entre nosotros y que correspondía a las ciencias sociales atender. Dadas las circunstancias, los problemas viejos y los emergentes se combinarían, entrelazarían y reforzarían entre sí, pero cualquier propuesta para reducir su gravedad y duración no podía ser más que bienvenida.

La responsabilidad primera de atender la pandemia y sus consecuencias es del gobierno, no solo porque dispone de los recursos del Estado y los puede movilizar, sino también porque las capacidades de las organizaciones de la sociedad civil (OSC) habían menguado considerablemente a partir de que el presidente de la República emitiera la Circular Uno[4] que comunicaba su decisión de “no transferir recursos del Presupuesto a ninguna organización social, sindical, civil o del movimiento ciudadano, con el propósito de terminar en definitiva con la intermediación que ha originado discrecionalidad, opacidad y corrupción”.[5] Las empresas, por su parte, no podían hacer gran cosa porque la suspensión de actividades amenazaba su sobrevivencia.

La pandemia del COVID-19 se tradujo en un desastre como resultado combinado de las medidas adoptadas para enfrentarla —el distanciamiento social y la cuarentena para todas las personas, contagiadas o no— y de las medidas que no se adoptaron —las pruebas para romper las cadenas de contagio, el uso obligatorio de cubrebocas, apoyos para que los contagiados se quedaran en casa y recibieran atención médica gratuita. Así sobrevino la emergencia económica y la psicológica, el empobrecimiento súbito de millones de personas por la pérdida de sus empleos y la quiebra de fuentes de trabajo en el sector privado (Hualde, en este volumen).

El ciclo de conferencias —y este volumen— muestra que las ciencias sociales tienen mucho que ofrecer para la toma de decisiones y el diseño de formas de intervención social, gubernamental, legislativa y del sector privado. Los problemas que enfrenta el país son múltiples, complejos, urgentes y no existen soluciones mágicas. Nadie sabe todo lo que hay que saber, pero se pueden integrar paneles interdisciplinarios para el estudio y la propuesta de alternativas de atención a ellos.

[1] Agradezco la invitación de los doctores Fernando Castañeda y Lorenzo Córdova a impartir la conferencia que sirvió de base para este capítulo.

[2] Véase <https://www.bbc.com/news/av/world-51916707>.

[3] Con relación a los sismos del 19 de septiembre del 2017, en otro lugar me había referido a que en México sabemos muchas cosas, pero actuamos como si no las supiéramos. Eso debe cambiar. Lo que sabemos como colectividad debe ser considerado en la toma de decisiones individuales y de las organizaciones. Los costos de no hacerlo son enormes, pero nos los podemos ahorrar, si no por completo, sí en buena medida. Son numerosos y muy válidos los motivos por los que debemos adoptar una cultura de la prevención. De esa manera, los desastres que se presenten en el futuro nos encontrarán mejor preparados para responder (Cadena-Roa, 2018)

[4] La circular, firmada el 14 de febrero de 2019, mandataba que todos los apoyos para el bienestar del pueblo se entregaran de manera directa a los beneficiarios, dejando al margen a las organizaciones de la sociedad civil <flttps://reunionnacional.tecnm.mx/ RND_2019/sa/CIRCULAR%20UNO.pdf.

[5] A partir de la Circular Uno se canceló el Fondo de Coinversión Social que operaba el Instituto Nacional de Desarrollo Social (Indesol) y el Fondo Proequidad, del Instituto Nacional de las Mujeres, entre otros. Con ello se redujeron los apoyos que el gobierno federal canalizaba a las organizaciones de la sociedad civil con base en la LFFAROSC (2004) aún vigente. Sobre los impactos de esa circular en las OSC véase Becerra Pozos (2020).

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