CONSEJO MEXICANO DE CIENCIAS SOCIALES

Las otras caras de la pandemia

Rubén Torres Martínez

Presentamos dos relatos con el título Las otras caras de la pandemia. Son ejercicios de observación etnográfica, antropológica y sociológica desde una dinámica cercana al género literario. Los protagonistas de las historias existen, son reales, individuos de carne y hueso que han afrontado como todos, cambios drásticos en su vida debido a la COVID-19. Sin embargo, hemos decidido mantener su anonimato, respetar su privacidad aun cuando varios de ellos nos han dado el permiso para utilizar sus nombres. Por ello los personajes son desdibujados, a manera de tipos ideales weberianos. Existen sin encontrarlos en la realidad. También hemos tendido a exagerar u omitir algunos detalles, buscando mantener la fidelidad del relato y de la metáfora que desenmascara el fenómeno social referido (Becker).

“Las otras caras de la pandemia” son un individuo y un fenómeno social. Mal comer, desempleo, infodemia, suicidio, depresión, cansancio laboral. Se trata no sólo de fenómenos “negativos,” mostraremos lo positivo que trajo la pandemia: solidaridad, apoyo, empatía, adaptabilidad y resiliencia.

Quizás el lector se vea reflejado en nuestros protagonistas, no se sienta mal ni evidenciado, la pandemia ha tenido costos enormes para todos. Al inicio de la pandemia el Embajador de México ante la ONU y ex rector de la UNAM, Dr. Juan Ramón de la Fuente, señaló que era errado decir que ante la tormenta todos íbamos en el mismo barco. En realidad, todos estábamos en la misma tormenta, pero algunos iban en un barco, otros en botes, algunos más apenas con un salvavidas, pero la inmensa mayoría estaba a nado propio. Hoy a más de un año de haberse declarado la pandemia, observamos cuan atinadas fueron esas palabras. Afortunadamente, muchos de los que iban en barcos y botes ayudaron a los más necesitados. Aunque también muchos sucumbieron y continúan sucumbiendo ante la inmensidad de ese océano desconocido llamado pandemia por COVID-19.

 

Marita y la infodemia en las redes sociales

Miguel fue un niño regordete y de cabello afro que se sentía Maradona, compartimos edad y barrio. Le encantaba narrar mientras jugaba. Inconfundible con su casaca del Barcelona, años después supe que era del Barcelona de Guayaquil. Le daba un cierto aire a Maradona, quizás por ello le comenzaron a llamar “Marita”.

Nos perdimos la pista por años. En 2015 me lo encontré en un congreso académico en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Miguel trabajaba para una universidad privada ubicada en el Estado de México. Licenciado en letras por la UAEM, maestro por la UNAM y Doctorado en España. En 2012 regreso al país para realizar un postdoctorado en la UNAM, traía esposa, argentina, e hijo nacido en Madrid. La vida le sonreía. Su tesis de doctorado ganó un concurso y fue publicada como libro. En 2013 ingresó al SNI y obtuvo una plaza de tiempo completo en la institución ya mencionada. Julia, su esposa, trabajaba como free-lance de traducción. Sus ingresos no eran excelentes, pero sí buenos para una joven familia.

Vivían por aquel entonces en un barrio céntrico de la CDMX, en un departamento de una colonia en pleno proceso de gentrificación. Julia y Miguel, se conocieron en Santiago de Compostela. Diego, ¿podía llamarse de otra manera?, llegó después de tres años de noviazgo y a punto de doctorarse Miguel.

A inicios de 2018 “Marita” me invitó a un “asado” en su casa nueva. De vuelta al barrio de su niñez. Para adquirir su casa Miguel invirtió todos sus ahorros y solicitó un crédito bancario dejando en hipoteca la casa parental. Confiaba ciegamente en que obtendría el nivel 2 del SNI; Julia se había integrado como coordinadora de idiomas en la misma institución. Tenían 2 salarios fijos. Podían con la carga económica que significaba la adquisición de una casa.

La llegada de la 4T al gobierno, prendió alarmas en casa de Miguel; primero por los rumores de la desaparición del SNI; además descubrieron que la plaza de Julia dependía de un fideicomiso que podía desaparecer. Marita comenzó a estresarse en extremo. Como millones de mexicanos a Miguel nunca le interesó la política, no votaba desde 2000. Julia le repetía que AMLO era igualito a Menem, que esa historia ya la conocía.

En octubre de 2019 Julia viajó de urgencia a Buenos Aires, su padre había sufrido un accidente cardiovascular, se llevó a Diego. Miguel se quedó, tenía trabajo. Les alcanzó en fiestas decembrinas. Juntos decidieron que pasara lo que pasara Julia y Diego volverían a México en febrero o marzo a más tardar. El año escolar de Diego estaba perdido. El padre de Julia se recuperaba muy lentamente.

Al volver a inicios del 2020 a México, Miguel observó que su aguinaldo se había esfumado en ese viaje al cono sur. La hipoteca de la casa comenzaba a ahogarlo. Buscó horas extras en su institución y en otras universidades e incluso preparatorias. En febrero le redujeron su plaza a medio tiempo, su salario también disminuyó. Logró negociar que le mantuvieran la adscripción como tiempo completo a ojos del CONACYT, así mantuvo el SNI.

En marzo, al declararse la pandemia por COVID-19. Julia le señala que mientras dure la pandemia no volverán a México. Miguel decide concentrarse en su trabajo, tiene demasiadas horas de enseñanza. Un problema mayor fue el cambio a la modalidad a distancia o en línea. El proceso de adaptación de lo presencial a lo virtual fue una pesadilla para Marita. Se sentía incómodo hablándole a una pantalla llena de fotos y espacios negros con nombres irreconocibles. Los alumnos no leían, la mayoría se conectaba, pero era evidente que la comunicación no pasaba. Miguel se vio obligado a tomar los cursos de “nuevas estrategias de docencia y conocimiento” que su institución “ofrecía”, no hacerlo representaba la pérdida del empleo. Marita tomó los cursos, cumplió con las tareas y entrego su “estrategia docente”. Cayó en cuenta que lo suyo era lo físico y lúdico, no lo virtual y pasivo.

En junio de 2020 le ofrecieron incrementar el número de horas para el periodo agosto-diciembre. Recuperaría horas y salario, pero el contrato se mantendría como “medio tiempo”, por ello la mitad del mismo llegaría a final de año. Aceptó. Julio y agosto los pasó en Argentina.

En septiembre Marita me contacta. Me cuenta sobre su viaje a Argentina. Me pone al tanto de su nueva condición laboral y me dice que requiere algo de dinero prestado, me asegura que a finales de año me reembolsa. No es mucho con lo que le puedo ayudar, pero agradece profusamente.

Es en esos días que observo que su Facebook es cada vez más activo; postea noticias alarmistas, muchos fake news, y mucha opinión política tendenciosa. Es evidente que Marita está muy molesto con la situación actual. Su enojo se dirige principalmente a AMLO. Postea igualmente sobre remedios milagrosos que curan y previenen el COVID. Al revisar su línea de tiempo es evidente que previo a septiembre de 2020 Miguel posteaba asuntos de libros y futbol muy ocasionalmente, ahora publica una veintena de cosas al día, la mayoría sobre política con evidente tendencia anti-4T. Sus principales objetivos son dos: el subsecretario López Gatell, al cual llama “Dr. muerte”, y la Directora del CONACYT, Álvarez Buylla, a la cual se refiere como la “fanática”.

El 25 de noviembre la noticia principal es la muerte del astro argentino Diego Armando Maradona. Llamo a Marita, pienso que darle el pésame, es la oportunidad para platicar. Nunca responde ni al teléfono ni a mensajes vía Facebook. No obstante, continúa publicando posts, ahora sobre Maradona y México en 1986. El 27 de noviembre publica de nuevo otra fake news sobre la desaparición del CONACYT, agrega: “Gracias chairos, destruyeron el país”. Justo en ese mes el SNI se ha retrasado ya dos días. El segundo post es del 10 argentino en un muro de la ciudad de Nápoles, va acompañado de la leyenda “No vas solo”.

En diciembre recibo un mensaje por la red social desde la cuenta de Marita, es Alfonso, su hermano mayor. Me pide mi número telefónico y deja el suyo. Me imagino lo peor. Le llamo esa misma noche. Alfonso confirma, Marita está muerto. No queda claro qué pasó. Fue su madre quien lo encontró. Diego no lo sabe aún, Julia no sabe cómo manejarlo. Le pido a Poncho me explique. Nadie sabe nada. Lo cierto es que a su regreso de Argentina había dado positivo a COVID, se aisló, siguió el tratamiento y al ser asintomático solo avisó a sus hermanos, no quería alarmar a nadie. Fue en esos momentos que dio el clavado a la web; se metió de lleno al mundo de las redes sociales, abrió cuenta en Twitter e Instagram, además del Facebook que ya tenía. Se desinteresó por la literatura y el futbol.

Alfonso maldice la pandemia mientras se le rompe la voz. Me dice que desde marzo el horizonte de Marita se nubló, fue acumulando deudas cuando no pudo continuar pagando integralmente la hipoteca, “además tenía pavor de perder su beca y parece que las van a desaparecer, ¿no?”, se refiere al estímulo del SNI.

Colofón. Marita es una víctima más de la pandemia, no directamente del COVID, ese lo logró saltar. Desde el inicio del sexenio Marita escuchó muchas voces que lo alertaban sobre el “monstro comunista” que llegaba para “destruir México”. Sin embargo, Miguel siempre consideró que tales voces eran alarmistas y poco serias. La llegada de la pandemia se dio en un momento crítico para Marita, justo cuando su familia se encontraba lejos; el vacío creado por la falta de información certera fue llenado con toda una serie de mentiras, fake news, medias verdades y omisiones que los mismos medios se han encargado de impulsar y promover. Al aislarse por COVID, Marita entró de lleno al mundo de las redes sociales, principalmente Facebook, sin percatarse del mundo tan horrible al que se acercaba.

La pandemia terminó por aislar a millones de individuos, haciendo que la interacción con el mundo fuese exclusivamente por el filtro del internet y las redes sociales; en ellas podemos encontrar de todo. Marita, quizás por su inexperiencia en estos ámbitos, terminó por caer en la trampa de la infodemia; fenómeno mediático que engaña a la población porque le hace creer lo que quiere creer, ahorrándose el proceso de tamizaje y reflexión crítica. Pienso en la falta de educación que tenemos respecto al manejo de las redes sociales, parecen ser panaceas sin detenernos a seleccionar lo que nos presentan, sin detenernos a pensar. Marita gustaba de señalar que la creencia era un acto de fe, sabía lo que decía dado que uno de sus objetos de estudio eran las hinchadas. Por el contrario, el acto de pensar requería de un ejercicio más complejo. Y alguna vez me dijo “las redes, al igual que los políticos, no exigen pensar, exigen creer.”

 

Memo y el mal comer

Conocí a Memo en mi último año de bachillerato, compartimos aquellos cursos pensados para alumnos “recursadores”, trabajadores de tiempo completo y por lo mismo tanto Memo como yo, éramos de los más jóvenes del grupo.

Memo era un joven con cara de niño que lucía un bigote incipiente con gran orgullo. Era delgado pero fuerte, de alguien que ejercita su físico. Vivía en la colonia “La Perla” de ciudad Neza y trabajaba como ayudante de marchante en la Central de Abasto del D.F con horario de 4:00 a 7:00 u 8:00 de la mañana. Memo comenzó a trabajar desde niño prácticamente, un tío lo había introducido en el mundo de los mercados públicos; diablero, descargador de camión y de ahí a ayudante de marchante.

Memo era franco en su hablar, alburero, gandalla, gañan, pero un buen tipo, incluso inocente. Física y psicológicamente se había forjado en el barrio, sabía de solidaridad y de esfuerzo, su vestimenta lo delataba y pasaba más por un chavo banda que por un alumno de CCH de la UNAM. Memo creía ciegamente en el discurso meritocrático y de la escalera social. Por ello se esforzaba tanto en el trabajo como en los estudios.

Al salir del CCH le perdí el rastro. Nos reencontramos durante el movimiento del CGH en una asamblea en CU. Estaba en el 9o semestre de Derecho en la ENEP-Aragón. Su militancia en el CGH era sincero y coherente si observábamos su historia de vida. Memo era el primer universitario de la familia y estaba a un paso de ser licenciado, todo ello gracias al esfuerzo familiar que había aprovechado la oportunidad que la UNAM le brindaba al hijo mediante una educación gratuita. Intercambiamos teléfonos para no perdernos de nuevo.

En 2004 Memo concluyó sus estudios de maestría; me invitó a su examen. Nada quedaba de aquel joven de CCH que había conocido 10 años atrás. Vestía traje, rasurado y cabello corto. Se había casado y era padre de una niña de dos años. Memo había ganado peso, mucho peso.

En octubre de 2018 nos rencontramos en un coloquio de la FES-Aragón, donde daba dos cursos de licenciatura. Además, colaboraba en un gabinete de abogados mercantiles que trabajaba para empresas en el aeropuerto de la CDMX. Memo se había transformado radicalmente, aunque conservaba ese rostro de niño. De aquel joven espigado y fuerte del CCH no quedaba nada, su peso corporal debería estar arriba de los 120 kilogramos para sus escasos 1.65 metros de estatura.

Memo ahora tenía dos hijos, ambos ya en la adolescencia. Vivía desde hace más de 10 años en Tlanepantla “De allá es la familia de mi mujer y nos quedaba más fácil con los niños chiquitos, ahora yo quisiera volver por acá, cerca del aeropuerto y de la FES, podría volver a Neza gustoso porque son dos horas de ida y dos de vuelta… ¡sin trafico!”. En el trabajo le iba bien “bastante bien, pero son unas friegas. Las clases en la FES son como un aliviane, me desestresan, por eso no las dejo, son un espacio muy mío”. Al terminar su maestría realizó otra especialización y fue ahí que un profesor le propuso dar alguna clase. Para Memo que se consideraba un producto químicamente puro de la educación pública, eso fue más que un halago y la mejor forma de retribuirle a la sociedad y a la UNAM por todo lo que le habían dado.

Memo habló de su cotidianidad. “Salgo de la casa como a eso de las 5:00, aún es madrugada, llego acá antes de las 7:00, pero si salgo más tarde ya no llego a tiempo. Ya desde las 6:30 hay muchos estudiantes en los puestos de tamales, yo es lo que desayuno, hay una promoción de torta de tamal y atole por 15 pesos, o dos tamales y un atole por 20. Ya con eso aguanto hasta medio día. Termino aquí a las 9:00 y voy llegando a la oficina a eso de las 10:00. Esto es de lunes a jueves, los viernes no doy clase. En la oficina siempre estamos al borde del trabajo… Mi trabajo ya es mucho más de oficina, son los chavos los que se encargan de toda la tramitología y los juzgados cuando hay que ir, yo soy de los que arma los expedientes, me he vuelto experto en eso. Pero si es muy absorbente, a veces salgo a las 10:00 u 11:00 de la noche, ni tiempo de salir a comer…”.

“¿Cómo le haces?” pregunto de manera muy general, Memo se concentra en su alimentación.

“Hacia medio día me como un pan o alguna botana, estoy tratando de comer más sano, una fruta o un yogurt. Hace como 2 años me diagnosticaron obesidad mórbida, estaba más gordo, ya bajé un poco, como 13 kilos desde entonces,” me dice mientras da un sorbo a su Coca-Cola light. “Para la comida pedimos algo ahí mismo en los puestos que hay en el aeropuerto, tacos, tortas, sándwiches, pizza, trato de pedir ensalada más seguido, pero sale peor porque a las dos o tres horas ya tengo hambre de nuevo… a eso de las 6 o 7 de la noche si me salgo a comer-cenar algo, pasando el puente del aeropuerto hay varios puestos de garnachas y hamburguesas, sé que no es lo mejor, pero es lo que hay”. Esta última frase es demoledora para la realidad de millones de mexicanos: “Es lo que hay”.

En mayo de 2020, en plena pandemia Memo me manda un mensaje “Tengo miedo, mucho miedo”. Entiendo a mi ex compañero de bachillerato. Se trata de un individuo que debe estar en el grupo de los más vulnerables ante el COVID-19. ¿Su éxito en el sistema meritocrático que tanto reivindica podría condenarlo? La respuesta debe ser parcial. Memo comió sano durante años debido a su situación de precariedad, ignoro si su madre tenía algún tipo de formación alimentaria, pero lo dudo. Esa misma precariedad lo obligó a trabajar temprano y forjarse un físico fuerte. Como a millones de jóvenes de la llamada Generación X, la globalización nos alcanzó en pleno momento de crecimiento personal, educativo y profesional. La diversidad y el acceso a la misma nos tomó por sorpresa y nos cautivó, no voy a renegar ni a regatear todo lo que ello trajo de benéfico para nuestras vidas, pero cierto es también que no estábamos preparados del todo para entrar de lleno a esta nueva modalidad de “pleno y libre mercado”, incluido el mercado de la alimentación.

Lo anterior se ve hoy en día reflejado en la crisis de salud que vive la humanidad, y específicamente nuestro país. Ni a Memo, ni a mí, ni a muchos de nuestra generación se nos explicaron los peligros de consumir alimentos procesados y chatarras a manos llenas. No recuerdo una política pública para prevenir la obesidad, la diabetes o la hipertensión hasta bien entrado el gobierno de Calderón. Paralelamente el ritmo de vida se desbordó, nos enfocamos en generar riqueza para consumir todo lo que ahora el mercado ofrecía, olvidándonos de cuidar ese aspecto tan crucial de nuestra existencia como es “el bien comer”. Bell ya lo había señalado en los años 70 del siglo pasado en su excelente ensayo sobre la sociedad postindustrial. Tuvieron que venir iniciativas desde sectores con valores postmaterialistas (slowfood, mercado orgánico, huerto en casa, etc.) para recordarnos que el comer es ante todo un ritual social, es algo que nos hace humanos, que permite crear vínculos sociales; y no sólo una acción mecánica realizada en soledad o frente a un monitor y que pareciese enfocada exclusivamente a satisfacer una necesidad básica.

Sería injusto decir que la responsabilidad es exclusivamente personal, no es que el individuo se deje “engordar” sino que ese sistema orilla a millones de mexicanos a comer “lo que hay”; a comer de manera desordenada, pero sobre todo desinformada. Aquellas compañías del sector alimentario que aún hoy en día se niegan a etiquetar sus productos indicando la ingesta de calorías, azucares, grasas saturadas, minerales, son también responsables, quizás las principales, del problema de salud que tenemos encima por la pandemia del COVID-19.

Más de 200 mil muertos en un año; se pronostica que no se irá y que tendremos que adaptarnos a vivir con él, que las futuras generaciones tendrán que convivir con él, incluso con la llegada de la vacuna. Cierto es que los momentos de crisis son también momentos de oportunidad. Quizás estemos ante una oportunidad extraordinaria para cambiar nuestros hábitos alimentarios, para exigir transparencia e información en lo que consumimos y que repercute directamente no sólo en nuestra salud individual sino en la salud social. El reto no es minúsculo, pero nos toca a nosotros asumirlo.

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