De pandemia, periferias y ciudadanos
Cuauhtémoc Ochoa Tinoco
El estruendo se escucha por todos lados; el humo de los cohetes se divisa sobre la cúpula del templo de La Preciosa Sangre de Cristo en el pueblo de Cuautepec; se intuye que otra tragedia se acumula en la comunidad. A lo lejos, las sirenas de las ambulancias covid se oyen presurosas, como con cierta urgencia de salir de la zona y sin proponérselo su ulular deja una estela de incertidumbre, miedo y aflicciones… Un nuevo caso ha aparecido. En diferentes puntos de la geografía del valle se repite el mismo patrón, tal vez no con la intensidad del Barrio Alto, uno de los barrios del pueblo, pero sí con el indicio común de que “la situación de la pandemia está difícil”. En ocasiones, la ráfaga de alguna arma de fuego suele servir de despedida a los fallecidos que en velorios instantáneos se les da el último adiós y, al mismo tiempo que se les despide, se trata de exorcizar los días de muerte. La sensación, aunque pase el tiempo, es de tristeza, perplejidad y de desesperanza por la agonía de un futuro mejor para los pobladores de esta localidad de la periferia del norte de la Ciudad de México.
No obstante la tragedia que se experimenta, no todos son conscientes de la gravedad de lo que se vive; se niegan a entender que es una mortífera enfermedad provocada por un virus del que poco se conoce. La circulación de información sobre el fallecimiento de familiares y vecinos, de amigos y conocidos; el aumento de contagios; las noticias pandémicas que desbordan las pantallas de uso cotidiano de la gente, no son suficientes para gestos solidarios de cuidado común.
Aunado a ello, el optimismo presidencial, el inmovilismo oficial, así como los agoreros de los buenos tiempos y los promotores de la superación personal mediáticos, que nos dicen “échenle ganas”, son rebasados por una realidad inclemente y necia. La incertidumbre inicial por la campaña de la sana distancia y el quédense en casa se ha convertido por estos lares en una pesadilla. Los noticiarios hablan generalidades, pero poco se sabe de lo que acontece en lugares específicos y menos de su diario acontecer. La avalancha noticiosa por todos los medios subvierte la cotidianidad día y noche, lo que provoca, más que atención y reflexión, una necesidad de silencio y calma, un reclamo de desligarse por un momento de la realidad.
En la primavera del 2020, hablar con seguridad y conocimiento de causa de lo que sucedía en la Ciudad de México o en las periferias metropolitanas era difícil y aventurado, cuanto más en una zona tan grande y compleja como Cuautepec, marcada por la exclusión y el olvido; sin embargo, el acercamiento a su entramado urbano y social nos dieron algunas claves para entender qué sucedía o, por lo menos, delinear sus contornos en medio de la emergencia.
En áreas populares de la periferia de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM), como Cuautepec, se han mezclado prácticas, actitudes y comportamientos disímiles frente a la emergencia sanitaria. Muy lejanos están muchos pobladores de estas zonas de aquellos ciudadanos responsables y solidarios de los que hablan las autoridades de la Ciudad de México y el gobierno de la República. Esas mujeres y hombres buenos, modelos de ciudadanos ejemplares, honrados y virtuosos que pueblan este país y esta urbe son un deseo inalcanzable, un recurso demagógico poco creíble, una entelequia que, junto con acciones gubernamentales insuficientes, han cultivado muerte y temor.
El escenario general y los datos estadísticos del coronavirus en localidades como las alcaldías Gustavo A. Madero e Iztapalapa, los municipios Ecatepec, Netzahualcóyotl, Chalco y otros tantos de la ZMCM ejemplifican la manía de ver y aferrarse a sus propias realidades representando en ellas, sus deseos, sus filias y sus fobias, pero alejados de la cotidianidad de la gente. Siempre hay ciudadanos que tratan de atender las recomendaciones, actuar responsablemente, como también en Cuautepec. Ello se expresa en la disputa implícita por el uso del espacio público, por cómo usarlo y quién debe ocuparlo. Las acciones gubernamentales y sociales han cambiado la dinámica y significación del espacio público, aunque sea de forma temporal.
A pesar de los augurios de que la pandemia pegaría fuerte en la Ciudad de México y, en particular, en zonas de alta marginación y carencias urbanas, ni gobiernos, ni sociedad, ni iniciativa privada, ni nadie tomó las previsiones necesarias para evitar desenlaces fatídicos. El dejar hacer y el dejar pasar, el ceder únicamente a la buena voluntad del ciudadano la atención de la contingencia para “evitar medidas autoritarias” tiene límites. Si bien las medidas restrictivas de movilidad y de suspensión casi total de actividades económicas se observaron en la ciudad central, en las periferias metropolitanas no fue así.
La inicial incredulidad sobre la pandemia; la necesidad de salir a trabajar y llevar comida a casa; la inobservancia de las medidas de sanidad y la falta de acciones gubernamentales articuladas, coherentes, precisas y enérgicas configuraron un escenario sombrío. Aquellos pobladores que desde el principio asumieron la gravedad del hecho nunca antes visto se resguardaron en sus hogares, pero para muchos más la vida siguió como siempre: reuniones familiares, celebraciones en salones de fiestas, en recintos oficiales como escuelas y espacios públicos; comercios de todo tipo y tamaño abiertos sin ninguna restricción y medida preventiva; tianguis repletos, plazas públicas con verbenas infinitas; transporte público concesionado e irregular (“pirata”) con un menosprecio completo a las medidas sanitarias.
Las calles pobladas de familias con niños, adultos mayores sin protección alguna, domicilios con jolgorios para ir pasando el encierro, de la presencia de la policía en el espacio público en la misma tónica: “¡Aquí no pasa nada!”. Dicen unos: “¡Todo es invención del gobierno!”, otros que “es una estrategia de una élite poderosa por controlar el mundo”; otros más “que no existe tal virus”, o por lo menos que “con remedios naturales se puede combatir la enfermedad”; algunos resignados argumentan que “¡al que le tocó, ya le tocaba!” O en el extremo: “Prefiero morir por el virus que por hambre.” Y así, entre la ignorancia, la necesidad, la irresponsabilidad y la negligencia, coctel altamente explosivo, ha transcurrido la vida en los meses recientes en las diversas colonias del valle de Cuautepec; pero también entre la muerte, el dolor, la rabia y la decepción por los otros.
Han pasado días, semanas, meses y la pesadilla no acaba. En el transcurso las pérdidas humanas han sido devastadoras. Personas cercanas, amistades de aquí y de allá, vecinos, conocidos y desconocidos se han sumado a la contabilidad de decesos. Pero la cifra es mínima al compararla con lo que significan esas pérdidas para familias y comunidades.
Y aunque se han realizado esfuerzos, los resultados de las acciones gubernamentales en este territorio siguen siendo tardías e ineficientes. El desasosiego y el desánimo se han apoderado de Cuautepec. La inconciencia reina, la irresponsabilidad se asume con soberbia, el otro no existe. Tal vez quienes hasta hoy no consideran necesario lo que se ha sugerido hasta la saciedad, los mueve un afán de revanchismo social contra una sociedad que los margina y explota, que les ha trucando sus aspiraciones a una vida mejor. Pero ese impulso se equivoca de blanco, sus iguales son los afectados, los sacrificados. A los suyos, a sus compañeros de viaje, a sus vecinos de colonia, a sus amigos de escuela, a su patrón del taller… No, hoy la solidaridad y la responsabilidad luchan fuertemente contra la ignorancia, la incomprensión y el desprecio al otro.
Esta crisis ha vuelto a poner en la mira uno de los problemas más profundos e importantes de la nación: la desigualdad social. El Cuautepec de hoy está marcado por ello. En esta crisis las dimensiones de la desigualdad se expresan a plenitud: precariedad laboral, fragilidad del orden social, insuficiencia del ingreso para muchos, disparidad en el acceso a los bienes y servicios colectivos de la ciudad (salud, educación, recreación, cultura) y una gran brecha entre el mundo de las provisiones y de los derechos. Seguramente la desigualdad social tiene mucho que ver en lo que se ha vivido en esta localidad. El COVID-19 encontró en las colonias populares capitalinas densamente pobladas y con altos niveles de pobreza un caldo de cultivo para su inclemente expansión. Y ahí están los resultados. Si esto que se experimentó en 2020 fue grave y doloroso, ni qué decir de la pesadilla de la segunda ola de contagios de principios del 2021.
Habrá que reflexionar a fondo lo que somos, cuestionar profundamente la sociedad desigual en la que vivimos, deconstruir nuestros mitos, atemperar la exaltación positiva de nuestra identidad y formas de ser. Criticar nuestra desfachatez y relajo colectivo, pero al mismo tiempo habremos de revalorar la generosidad y la empatía de muchos, el heroísmo de otros y el batallar comunitario de otros más. Seguimos en emergencia. La situación no es nada fácil ni lo será en los siguientes años. No cabe duda que el mundo ya no será como lo conocemos. Deberemos entonces repensar nuestra sociedad, nuestras comunidades, nuestras formas de relacionarnos con la naturaleza; tendremos que cambiar la manera de estar en la familia, en la escuela, en los espacios comunes, en la sociedad en general, y por todo ello, es imperativo desde ahora fortalecer la educación cívica, vigorizar la conciencia ciudadana y cultivar permanentemente la solidaridad social.
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Excelente artículo, ya que nos da un panorama realista de lo que se vivió y se vive sobre la pandemia. Un contexto desolador y, a la vez de mucha reflexión sobre una comunidad marginada por las autoridades y por algunos habitantes que no han tomado conciencia de la situación.
Saludos
Excelente! Retrata esa incertidumbre que hemos vivido desde ya hace un año.
Excelente artículo muy descriptivo y retrata la cruda realidad que se vive en las delegaciones del Estado y del Distrito de Nuestro Mexico y la ignorancia de la gente que no sabe seguir normas y la mal información del gobierno.