CONSEJO MEXICANO DE CIENCIAS SOCIALES

Los varios nortes de México

Atendiendo a una invitación del Colegio de Chihuahua y de la Secretaría de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno del estado de Chihuahua, acudí a Ciudad Juárez para participar en un seminario sobre la frontera de las identidades los pasados días 26, 27 y 28 de febrero. En dicho seminario alternamos con Margarita Zárate Vidal, Fernando Vizcaino, Ana Uribe y Pablo Vila. Cada participante habló desde la perspectiva de su propia experiencia y de sus proyectos de investigación en marcha, de asuntos tan complicados como la elaboración de las identidades y los contextos en que se forjan, el tipo de fronteras que se establecen, el papel de los afectos, las teorías de las intersecciones y un mundo de ideas más, incluyendo las dinámicas que caracterizan a los procesos de identidad actuales. De mi parte, expuse una reciente experiencia de trabajo de campo en la Sierra de Mariscal, en la frontera entre Chiapas y Guatemala, lugar en donde viven los pueblos Mam y Mochó, que quedaron entre dos identidades nacionales desde los procesos de Independencia y formación de los Estados Nacionales de México y de Guatemala. La ocasión fue propicia para establecer algunos puntos de comparación y de contraste entre las Fronteras de México hacia el Norte y hacia el Sur. Terminado el seminario en Ciudad Juárez nos trasladamos a Casas Grandes debido a nuestro interés de visitar la ciudad arqueológica de Paquimé y el Museo de las Culturas del Norte.

El paisaje de esta parte del Norte de México es el de una extensa planicie poblada por arbustos como la gobernadora. En lontananza se distinguen las sierras, vacías de árboles, testimoniándose la tala. El frío invernal está aún presente con temperaturas de hasta cinco grados centígrados por las noches y oscilando entre 15 y 20 grados en el día. Los cielos son azules, profundos, metálicos. La ciudad arqueológica de Paquimé está situada a solo escasos 15 minutos de Casas Grandes, nombrado por los habitantes de la región como “el Pueblo” puesto que la “Ciudad” es Nuevo Casas Grandes. Ambos municipios tuvieron su origen en la estación del ferrocarril situada en Casas Grandes y que aún se conserva en pie. Diversas circunstancias hicieron que Nuevo Casas Grandes creciera hasta el punto de transformarse en un municipio en sí, que hoy está habitado por aproximadamente 80,000 personas, de las que 10,000 se concentran en la Cabecera. En contraste, Casas Grandes es un municipio de 10,000 habitantes con 2,000 de ellos concentrados en “el Pueblo”, la Cabecera Municipal. Son poblados amplios, de plazas grandes, tranquilos y limpios. La región presenta un perfil pluricultural al estar habitada por Menonitas y Mormones, además de población mexicana procedente de varias partes de la República más quiénes son oriundos de la propia región. La presencia de los Menonitas y de los Mormones no solo es evidente en poblados como la Colonia Juárez, habitada por Mormones, sino en la gastronomía regional, que acusa las diversas influencias culinarias de los antedichos. En la arquitectura de los poblados se mezclan las concepciones diferentes de los habitantes de la región, otorgándoles una fisonomía singular, desde el trazado de las mismas calles, hasta las casas a dos aguas, con techos agudos y ventanales alargados.

Respecto a Paquimé, los primeros trabajos se deben al arqueólogo Charles Di Peso y un grupo de la Amerind Foundation, los arqueólogos Gloria Fenner y Jhon B. Rinaldo. Tiempo después, vendría la exploración que llevó a cabo Tita Braniff, la espléndida arqueóloga mexicana, muerta hace unos años. Paquimé está en pleno Norte, en la Tierra Chichimeca, la Gran Tierra abierta que contrasta con el Sur, la Mesoamérica de los cultivadores complejos. Ese Norte y ese Sur de lo que es en la actualidad México, tenía su frontera en el siglo XVI a lo largo del río Lerma, es decir, la delimitación septentrional de dos poderosos Estados: el Purépecha y el Mexica. La división entre Norte y Sur no debe movernos a pensar en fronteras tajantes, sino en dinámicas relacionales, de intensa intermovilidad, como lo muestra Paquimé. La ciudad es un prodigio urbano. Existe una clara concepción de cómo organizar la vida al interior de ella. Los edificios se funden con el paisaje sin atentar en su contra y sin forzarlo. Hubo edificaciones hasta de tres niveles, con escaleras bien planeadas y con sitios de habitación espaciosos. Sorprende el uso del agua, canalizada a través de la ciudad. El agua penetra a los espacios habitacionales para que, ayudada por el viento, refrescara en las tardes de intenso calor a sus habitantes. Toda la ciudad está construida de tierra lo que hace difícil su conservación. Existen áreas que han tenido que prohibirse a las visitas. En otras, los trabajos de restauración son evidentes. Con todo, Paquimé es un mar de preguntas, de interrogantes sobre la organización del poder, las formas políticas, los circuitos de intercambio, la organización del trabajo, las interacciones entre Mesoamérica y la Gran Chichimeca, el comercio de aves como la Guacamaya, que fue tan apreciada en Paquimé y que se sabe provenían de Veracruz y Chiapas. La complejidad de Paquimé abarca la combinación entre los ciclos agrícolas y los de la caza, lo que señala un manejo cultural del medio ambiente que logró aprovechar las ofertas del desierto. Con solo caminar la ciudad uno se imagina el nivel de eficacia en el manejo de un medio ambiente de semi aridez, calor y frío extremos, corrientes de agua escasas, vientos y humedad. Paquimé denota una población demográficamente importante que solo es capaz de mantenerse a través de una excelente organización de la producción. Pero además, Paquimé es el principio del fin de la leyenda del Norte “sin alma”, “sin cultura”, que llegó a decir José Vasconcelos, mismo que difundió la idea de una cocina simple y sin gracia en los territorios de una “Cultura Desértica” que no de una Cultura del Desierto. La cocina que existe en esta región es complicada e incluye la preparación de carnes, mariscos, pescado, aves y toda clase de vegetales. No solo eso. Las características de la región, y en general de los Nortes de México, exigen una explicación de por qué se le excluyó   de la dinámica de la formación de la nación. Son interrogantes que cuestionan las pesquisas centralistas excluyentes de los procesos locales y regionales. Más urgente es aún la investigación en ciencia sociales y en la historia en los momentos por los que atraviesa el país. Paquimé es un interrogante de cómo se organizó el poder y cómo articuló la movilización de la población. La lección es actual: ¿de qué forma se articulan los poderes regionales en un país como el nuestro? ¿cómo se vive la cotidianidad política? ¿hasta dónde llega la centralización y la concentración del poder en un Estado Nacional como el mexicano? Son interrogantes que están en el escenario de la vida del país actual.

(Por cierto, nuestra colega Rossana Reguillo, conocida académica del ITESO, ha estado recibiendo amenazas de muerte por su participación en las marchas de protesta por el caso Ayotzinapa que se han efectuado en Guadalajara. El asunto es grave y debemos no solo estar atentos sino exigir que cese la hostilidad hacia quienes representan el pensamiento crítico en nuestro país.)

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