Relaciones comunitarias y comunicación en el mercado municipal de Zitácuaro, Michoacán


Communitarian relations and communication in the municipal marketplace at Zitácuaro, Michoacán


Anaid Pérez Monteagudo1 y Juan Carlos Ayala Perdomo2


Resumen: En esta ponencia presentamos una propuesta teórica para el abordaje del mercado municipal de Zitácuaro, Michoacán desde un punto de vista comunicacional. Se presenta una breve contextualización empírica y los supuestos de investigación que se proponen analizar desde los conceptos de significación, ciudad, territorio y sus respectivos actores y representaciones en lo que sugerimos ocurre bajo el marco de relaciones comunitarias entre los vendedores en el mercado municipal, así como sus relaciones de intercambio simbólico y mercantil.


Abstract: In this presentation we offer a theoretical proposal for the approach of the municipal Marketplace at Zitácuaro, Michoacán from a communicational point of view. It presents a brief empirical context and the research claims which we propose to analyze from concepts as signification, city, territory and their respectives actors and representations, in what we suggest is occurring onto the frame of communitarian relations between the marketplace salesmen, as of their symbolic and merchant exchange intercourses.


Palabras clave: comunicación; comunidad; relaciones; mercado; interacción


Contexto empírico

El municipio de Zitácuaro, en el Estado de Michoacán, tiene por principal actividad económica el comercio basado en el intercambio de bienes y servicios. Los habitantes de la ciudad se dedican a la compra - venta de productos que producen o comercializan. Zitácuaro tiene las calles repletas de locales comerciales, ya sea rentados por los comerciantes o haciendo de su casa un lugar de venta. Los productos que más se comercializan son refacciones para autos, ropa, zapatos,


1 Maestra en Comunicación. Universidad Autónoma del Estado de México – Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Líneas de investigación: Comunicación y cultura; Procesos simbólicos. Correo-e: anaidpm@yahoo.com.mx.

2 Doctor en Educación. Universidad Autónoma del Estado de México – Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Líneas de investigación: Comunicación y cultura; Comunicación y educación. Correo-e: jc.comunicacion@yahoo.com.mx.

bisutería, pasteles, abarrotes y fruterías. Destacando también el arreglo de zapatos y talleres mecánicos. Algunas casas abren sus puertas para vender pan, antojitos por las noches, ropa usada. Es decir, existe el comercio formal, en locales y el informal, por así llamarlo, en las casas de los pobladores.

El mercado municipal de Zitácuaro Michoacán, cuenta con vendedores, mujeres y hombres desde los 20 hasta los 70 años aproximadamente, laboran vendiendo productos en el interior. En su local o tarima pasan la mayor parte del día, llegan a las 7 de la mañana aproximadamente y recogen su mercancía o cierran a las 6 de la tarde. Cada uno se encarga de lo suyo sin depender del otro. En algunos locales y tarimas hay una vendedora, un vendedor, o ambos en el mismo. No hay una clasificación específica que vaya de acuerdo con la edad, el sexo, la venta de productos o la amistad. Se saludan y se platican entre los que están cerca, parece que la edad no es factor para la conversación. A simple vista puede observarse que se relacionan más fácilmente los que coinciden generacionalmente.

El producto que se vende no es factor de relación que genere un vínculo de amistad. Existe negociación para el intercambio del producto o la compra venta entre ellos mismos. Se reconocen como parte de la Unión de comerciantes a la que se afilian, pero no saben el nombre de todos los que participan en ella. Saben que pueden ayudar y recibir ayuda de los demás comerciantes, pero no intervienen si no se les solicita la ayuda. Se saben parte del mercado, se respetan y respetan sus lugares, en algunos casos existen relaciones de parentesco: puestos que son del primo, el hijo, el sobrino. Estos vínculos consanguíneos no modifican las relaciones ni las negociaciones.

Zitácuaro tiene dos supermercados: Bodega Aurrera, ubicada frente a la central de abastos y la terminal de autobuses. Y, Chedraui, en el centro de la ciudad, frente al mercado municipal. Tanto al central como el mercado están rodeados por múltiples comercios de los productos antes mencionados. Hay, aparte del municipal, otros pequeños mercados en toda la ciudad, en las colonias populares, que satisfacen las necesidades de las zonas aledañas. También las pequeñas tienditas son punto de abastecimiento para los vecinos de la zona.

Pero también en Zitácuaro, además de la actividad comercial de microempresarios que compiten con los supermercados y las cadenas de autoservicios, existe el mercado municipal llamado “Melchor Ocampo” fundado en 1955 en el centro de la ciudad. En el que se venden gran

variedad de productos: jugos, pan, tortas, tacos de barbacoa y carnitas, comida corrida en fondas, desayunos en cocinas económicas. También hay carnicerías, pollerías y pescaderías. Dulces en conserva, además se venden tenis, ropa, bisuterías, sombreros, zapatos, bolsas para el mandado, cestos. Hay florerías, venta de granos y semillas, tortillas, verdulerías fruterías y cremerías.

Toda la venta de estos productos de da en locales comerciales dentro del mercado, pero también existen las “tarimas”, así se les llama a todos aquellos comerciantes que venden en mesas o mostradores afuera de esos locales. Puede ser la continuación del local o no tener ninguna relación con lo que se comercializa. Así mismo, están los ambulantes dentro del mercado, y son los vendedores que lo caminan la mayor parte del día vendiendo sus productos. En algunos casos esos productos son traídos de la central de abastos que a su vez concentra la comercialización de la región y estados aledaños. En otros casos, es de producción personal, es decir, frutas, verduras o alimentos preparados por ellos mismos para su venta.

Afuera del mercado están otros comerciantes establecidos. Según el relato de algunos locatarios del mercado, fueron instalados por los gobiernos perredistas. Ellos también venden los que se comercializa adentro.

En el mercado, socialmente, los comerciantes tienen en común la necesidad de vender sus productos para obtener una ganancia, todos los días llegan entre las 6 y las 8 de la mañana, para cerrar o recoger entre las 5 y 7 de la noche. Los que tienen locales levantan la cortina y comienzan a limpiar, los de afuera, en las tarimas, limpian su lugar además de barrer y trapear el pedazo de suelo que ocupan. Los “ambulantes” dentro del mercado se acomodan en su lugar, aquél que han negociado con el dueño del local o la tarima para que les permita dejar sus bolsas, cubetas y costales mientras ellos caminan el mercado. O bien, ahí se sientan a vender sus productos. Existen tres uniones de comerciantes: Unión de tablajeros, Unión de Locatarios Interior y Exterior del Mercado “Melchor Ocampo” (la que más comerciantes concentra), la Unión Mutualista de Comerciantes del Mercado Melchor Ocampo “21 de marzo” y la Unión de Tablajeros “Melchor Ocampo”.

Culturalmente, de lunes a domingo cuando los vendedores llegan desde temprano, saludan a los vecinos que tienen cerca, se dan el buen día y se preguntan cómo están, mientras limpian escuchan el radio o miran la televisión. Durante el día se mantiene alertas de los compradores al igual que de uno que otro vendedor que llega a negociar con ellos, es decir, hacer trueque de

mercancía o a vender/comprarse el mismo producto entre ellos mismos. Pasan el día en el mercado, cocinan, limpian, adornan u ofrecen sus productos, siempre pendientes de su negocio. Cuando salen de él es porque van al sanitario, a hacer algún negocio como el antes mencionado o a hablar con otro comerciante, casi siempre de la venta.

Los comerciantes del mercado se reúnen una vez al mes en sus uniones para discutir cuestiones de limpieza, seguridad y oferta. En festividades como el 12 de diciembre, llevan mañanitas a la Virgen de Guadalupe que esta al centro del mercado en un altar. Cuando es 10 de mayo algunos organizan una comida informal que consiste en dar la cuota de recuperación para los alimentos y refrescos, llegado el día cada quien sale de su local, tarima o se detienen para que le sea entregado su plato y vaso y pueda regresar a su lugar de venta.

Cabe mencionar que no todos participan en las actividades del mercado, es voluntario para los comerciantes interesados. Los vendedores suelen ayudarse entre ellos cuando alguno tiene una necesidad económica, personal o familiar. El más cercano al afectado busca aliarse de los vecinos, les comenta la situación y buscan soluciones. Una vez que el problema ha sido resuelto se quedan con la satisfacción de haber ayudado y cada uno regresa a sus actividades.


Supuestos de investigación

En el estudio del mercado municipal, se propone un trabajo de investigación en el cual se dé cuenta de la apropiación simbólica que los vendedores y la ciudad como tal, hacen del mercado como su lugar y qué significado le otorgan a este en una época de convivencia con el supermercado en el que podría hablarse de una permanencia, cambio o continuidad en el significado del mercado en la ciudad o para la ciudad.

Los vendedores que acuden todos los días a un espacio laboral provisto de múltiples aspectos que lo definen como espacio público y lo caracterizan aún más como una cuestión relevante en su vida, en el que se involucran múltiples agentes que lo rescatan desde el ámbito simbólico en una compleja trama de intereses políticos, económicos y sociales que circundan este mercado, en el cual el presente trabajo busca reflejar, mejor aún, la relevancia desde su trama cultural, hacer notar que en el mercado hay zonas representativas por la concurrencia de sus compradores.

Además, para el resto de los habitantes de la ciudad pudiera parecer un lugar en el cual se

satisfacen necesidades de alimentación, pero también de socialización o bien pudiera hablarse de un edifico que gira entorno o al mismo tiempo que los otros sin un significado más allá de lo conveniente.

Para ejemplificar lo anterior, ilustramos una imagen: la puerta “de en medio” que no es otra cosa que el segundo de tres pasillos que tiene el mercado, a lo largo tiene justo a la mitad a “La Virgencita” donde encuentras a “La China”, lo primero es un altar en medio del pasillo con dos vistas, de un lado la Virgen de Guadalupe y del otro al Sagrado Corazón, ambos en alto rodeados de flores que detienen a la gente en su camino y por lo tanto implican una concentración casi imposible de traspasar para llegar al otro extremo; y lo segundo, el puesto de “La China” es característico porque ella lo atiende y al mismo tiempo que arma la bolsa con el kit de verduras para el mole verde, sabe que remedios ofrecer para cualquier enfermedad, se caracteriza por ser el único local dentro del mercado en el que venden hierbas medicinales de todo tipo, sin dejar de mencionar los múltiples comercios que rodean al mercado, los cuales pudieran hablar de una supervivencia preponderante de los habitantes.

De esto se deriva la siguiente propuesta, misma que buscamos articular con las referencias teóricas que se presentarán a continuación:


La comunicación y los procesos de significación

En el estudio de la ciudad, los sujetos que la habitan, sus lugares y significados, es importante

definir el concepto de cultura, puesto que esta no puede estar alejada de la realidad. Acompaña en forma permanente a la historia tanto de los sujetos como de las ciudades. Va implícita en el acompañamiento y explicación de los cambios sociales, de la permanencia y/o continuidad de prácticas que se hacen en lo social, pues esta no explica el efecto del paso del tiempo, centra su atención en los actores y sus mundos de vida a lo largo del tiempo (Giménez, 2007, p. 45).


…La cultura tendría que concebirse entonces, al menos en primera instancia, como el conjunto de hechos simbólicos presentes en una sociedad. O, más precisamente, como la organización social del sentido, como pautas de significados “históricamente transmitidos y encarnados en formas simbólicas, en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias”. (Thompson; 1998, p. 197)


En lo que respecta a lo simbólico, concebido desde el sujeto en relación con su entorno y los aspectos culturales, económicos, políticos, entre otros que le rodean, las representaciones sociales se forman de la identificación y soporte de los momentos que se vuelven significativos en la vida humana: usos, costumbres, tradiciones o el propio espacio en el que aparecen cada día o han aparecido a lo largo de los años dirigidos por su propia cuenta o de generación en generación.

A lo anterior deben sumarse las representaciones sociales (Giménez, 2007, p. 47), que a su vez responden a las dinámicas que se establecen en sociedad a través de un disenso que explica la postura que cada individuo toma ante tal o cual fenómeno, o bien, ante la institución de poder que lo solicite tanto la administración u organización de estructuras. Cabe la idea de la construcción conjunta de relaciones que opacan un poco la hegemonía del poder que abre otro campo de estudio pero que se comparte en el mapeo de la interacción, es innegable al mismo tiempo que es forjadora de pluralidad de opiniones y modos de comprender el mundo.

En conjunto, tanto las representaciones sociales como la cultura van configurando significados que enmarcan las relaciones a través de los años. No solamente definen el momento, lo enmarcan para que permanezca en el discurso y en la práctica y, en esa medida, se haga sentido social. En principio individual y de tiempo completo influido en lo colectivo, en esto

último caben las prácticas que socialmente se han propuesto representar a los sujetos para configurar un todo que se construye a nivel macro porque impacta otros escenarios en los que cobra sentido el uso del término conjunto ya que con esto se habla de una pluralidad cultural (Giménez, 2007, p. 36) que caracteriza a la sociedad en constante cambio.


La ciudad y sus espacios

Las ciudades comunican. No son solamente territorios demarcados en función de una estratificación geopolítica, ni estructuradas como contenedores de los espacios y los flujos que organizan la vida social de sus habitantes. Las ciudades, en tanto espacios públicos característicos de la sociabilidad moderna, se tornan en agentes que participan de la construcción social de sentido que los hombres citadinos reconfiguran a partir de una continua producción, reproducción, distribución y apropiación o consumo de los significados que a su vez están marcados por los distintos modos de vivir, sentir, pensar, sufrir, gozar, interrogar la compleja, conflictiva, densa y activa cotidianidad urbana.

Ante esto, es importante identificar el espacio, definido por Ramírez Kuri (1998) como “el ámbito donde circulan y se comunican mensajes, se transmite información y se definen reglas de comportamiento que orientan, posibilitan o limitan la acción social” (p. 35). Es ahí donde se sitúa el sujeto social, la interpretación que hace del mismo y la valorización simbólica que se construye desde su lugar. Estar situados en un territorio los vuelve comunes, sin embargo, cada personaje interpreta, reinterpreta, distribuye, redistribuye, significa y resignifica los conceptos que a propósito del territorio se derivan del ejercicio de relación significativa.

Por ello es importante concebir al territorio como lugar de apropiación, ya que es ahí en donde surge la noción de poder, el concepto de apropiación, los usos y costumbres de los individuos lejos de su demarcación nombrada como “casa habitación”, para aterrizarlos en otro territorio como extensión de lo propio.

A su vez, en una relación dialógica que inscribe marcas simultáneamente en el discurso del ser y hacer de los habitantes que se vuelven usuarios, a partir de la configuración de las ciudades, las concentraciones urbanas también son modificadas en su planeación, diseño, política e imagen por la interacción constante de los individuos con sus mercados, plazas públicas, zonas habitacionales, espacios de consumo y recreación, lugares de la reproducción capitalista (la

fábrica, los establecimientos comerciales, las oficinas) y de la institucionalización de la ciudadanía (los edificios públicos gubernamentales, de gestión de las necesidades: hospitales, centros de abasto, ayuntamientos).

Existe un vínculo orgánico entre la cultura urbana y los espacios sociales que explica la redefinición continua no solo de la materialidad de los territorios y las prácticas citadinas (del andar por la banqueta a las concentraciones masivas), sino de las significaciones que ahí son puestas en juego: cambian los espacios, se transforman las prácticas; se resignifican las prácticas, se modifican los escenarios.

Por lo tanto, dada la importancia radical de las ciudades en la constitución significativa de los grupos sociales que en ella se encuentran, dialogan, se integran y luchan, en distintos contextos espacio-temporales, y a la vez de los sitios que los contienen, las ciudades pueden ser consideradas el lugar cultural más relevante en la comprensión de los procesos de cambio social, pero también de afirmación de las regularidades, de las convenciones y del reconocimiento.

Por su parte, Marc Augé expone una dicotomía entre “lugar” antropológico y “no-lugar” en la cual se basan las distinciones analíticas que habrán de operar en la descripción y análisis de los espacios que a su vez, en una concatenación conceptual, se oponen por la primacía de la lógica de intercambio económico o simbólico:


El lugar es el que ocupan los nativos que en él viven, trabajan, lo defienden, marcan sus puntos fuertes, cuidan las fronteras pero señalan también la huella de las potencias infernales o celestes, la de los antepasados o espíritus que pueblan o animan la geografía íntima, como si el pequeño trozo de la humanidad que les dirige en ese lugar ofrendas y sacrificios fuera también la quintaesencia de la humanidad, como si no hubiera humanidad digna de ese nombre más que en el lugar mismo del culto que se les consagra. (Auge, 2000, p. 49)


El lugar, de acuerdo con lo definido por Augé (2000) puede definirse como histórico, es el recuerdo del pasado, el presente que juega con esa memoria y un posible futuro al que deberá sobrevivir. Es un lugar que genera identidad para los sujetos, remite a su lugar propio, los define y distingue de otros. Y, finalmente, el lugar también permite relacionarse, incita a conocer al otro,

pacta con el tiempo y las generaciones, es relacional.

Por su parte, Ramírez Kuri traza esta caracterización del “lugar” desde el término geométrico y lo hace pensando en que, “se trata de la línea, de la intersección de líneas y del punto de intersección”. Estas nociones corresponderán con las de itinerarios, encrucijadas y centros de la interacción social, todas concernientes al lugar desde el cual poder mirar el imaginario construido alrededor de la ciudad. Una representación conjunta del emblema del lugar como relato y la ciudad como constructo de ese relato. (Ramírez Kuri, 1998, p. 62)

En algún momento, bajo este supuesto, la ciudad testifica, o participa de, modula a través de las políticas hegemónicas y hasta las adaptaciones subalternas, de las manifestaciones expresas como antitéticas referidas a lo que analíticamente puede distinguirse como tradición y ruptura, continuidad e innovación, sedimentación y cambio que se observan en los procesos de exclusión y homogeneización aparente en la oferta de bienes culturales que se sitúan o circulan en ella, y simultáneamente de inclusión y heterogeneidad en el consumo simbólico de tales bienes.

Por una parte, la ciudad es funcionalizada principalmente a través de sus extensas y poderosas redes mediáticas, accesible solo a las minorías en Latinoamérica. Pero por otra, parte aún está estructurada en múltiples dimensiones por el encuentro y el contacto de usuarios y consumidores que, entre las lógicas mercantiles y las del intercambio simbólico hacen circular en estos espacios – tiempos – prácticas de transición.


Actores y representaciones en la ciudad

Múltiples son las miradas a través de las cuales poder mirar a los otros, con ojo crítico, despreocupado o mediante una observación insistente. Variadas son las formas para interpretar esas miradas despreocupadas atentas y hasta insistentes. Una mirada que reta a cualquiera o que graba en la memoria instantes de lo cotidiano que contar después, un después que configura el futuro y da sentido al presente.

En esa vista atenta y periférica de la ciudad aparecen pequeños fragmentos de realidad que han estado ahí con el tiempo y que hablan de lo que es cada persona y viceversa.

La ciudad, al mismo tiempo que sus actores, aparece en diferentes ámbitos de la vida cotidiana: el trabajo, la familia, las relaciones sociales y un sin número de eventos que se despliegan a cada momento y en diferentes lugares por toda la ciudad, dándole sentido a cada uno

y también configurando y re-configurando las escenas en las que participan ambos desde su propia experiencia. De esta manera, tanto los actores como la ciudad se ven envueltos en una trama de relaciones recíprocas en las cuales el papel de lo simbólico representa, en gran medida, la red con la que se tejen.

Ahora bien, tanto los sujetos como la ciudad están determinados en gran medida por las representaciones que cada uno construye de su propio entorno. Ambos elementos se ven implicados en una lucha constante por ser reconocidos e implicados en cada ámbito de la vida y sus posibles relaciones. Bourdieu (1990) hablaba propiamente de capital cultural, económico, social y simbólico a través de una dinámica en la cual cada uno de los actores hace uso de los mismos. Estos le permiten a cada sujeto ocupar un lugar desde el cual mirar y a través del cual vivir la ciudad.

Las posibles relaciones que continuamente se establecen marcan la diferencia entre habitar y pasear. La primera implica dejarse tocar por cada situación en cada lugar y la segunda es sólo un andar entre calles que lejos de pasar desapercibidas se vuelven un constante de interpretaciones dadas por su propio rol. Cada una de las prácticas que lo sujetos llevan a cabo implican una determinada lucha por ser reconocidas, además de conformar su trayectoria histórica y social.

Sin embargo, la ciudad como lugar de múltiples encuentros, implica relaciones constantes no solo enmarcadas por la situación o el lugar, sino también por el propio habitus1 que en contextos determinados hay que ajustar de acuerdo con la situación que se manifiesta. De esta manera, puede darse pie al reconocimiento de las formas simbólicas que suponen relaciones ciudad, sujetos y lugares.

Menciona Reguillo (2005) que “la ciudad se aparece como una gran red de comunicación que interpela a los actores de diversas maneras” (p. 76). Los reta a manifestarse, a estar presentes en cualquier situación, a estar conscientes de lo que les rodea, además de convertirlos en testigos del surgimiento y muerte de lugares que resultan sorpresivos en su inicio y que luego desaparecen sin dejar huella. Y, por supuesto, aquéllos lugares que ya estaban cuando el sujeto llegó de alguna manera a la ciudad, es decir, por generación, por residencia o visita, los jardines, las plazas públicas, los mercados. De esta manera, no solo la ciudad comunica como red entre los agentes, mejor aún, los coloca en la misma lógica social para organizarse y relacionarse

interpersonalmente.

Ahora bien, el punto desde el cual la ciudad permite ser estudiada, se marca por temporalidades en las cuales cada sujeto vive experiencias particulares que se socializan en los espacios públicos, siendo testigos de lugares que han estado ahí a lo largo del tiempo, que permanecen, que son testigos (diacrónico) y por otro lado, aquéllos lugares que se manifiestan en el presente, que surgen de un momento a otro (sincrónico) y que conviven con esos otros lugares de un antes.


Hago una distinción entre ambos términos ya nomino itinerario a la ruta recorrida durante un viaje (que puede durar unas horas o días) y reservo trayectoria para la sedimentación que dichos viajes realizan en nuestros mapas o cartografías mentales, el primero corresponde a la sincronía y el segundo a la diacronía; el itinerario produce croquis, la trayectoria produce mapas, además de relatos que progresivamente van impregnándose de otros relatos que se comparten (Vergara, 2013: 20)


Para entender la ciudad y la configuración que se hace al respecto, es importante observarla, entender el diálogo, recorridos y trayectorias. Para entenderla es necesario estudiarla diacrónica y simbólicamente (Vergara, 2013: 20) ya que, de acuerdo con el autor, quienes la habitan son actores en doble sentido, se recorta física y/o simbólicamente.

Estas expresiones también delimitan la construcción que se hace al respecto, tanto de la estructura (desde la utilidad que se le da hasta la propia edificación arquitectónica), como de las apropiaciones (a partir de lo simbólico en donde el intercambio está dado por los significados) ya que los sujetos en ese espacio determinado como lugar juegan un rol, saben de permisiones y prohibiciones además de las acciones que cada uno debe realizar para ser identificado y reconocido. Esas acciones dan pauta a la interacción, a relacionarse socialmente de acuerdo con lo pactado por y en el lugar.

Para entender la construcción simbólica de la ciudad es importante hacer el re- conocimiento de las formas a través de la cuales los sujetos se dejan tocar por esos lugares que han marcado su historia y de qué manera pueden resultar, si no modificado, tal vez si re- significada la valoración de acuerdo a su experiencia con esos “estos” y “otros” lugares. Por

tanto, se debe observar el proceso enmarcado por un pasado que se hace presente en la trayectoria social del sujeto con “sus” lugares.

Existen lugares que se deben a las personas que los habitan, que se construyen a través del tiempo en la memoria de esos testigos citadinos. Algunos de ellos van y vienen con el tiempo, permanecen en el relato y otros se vuelven pasajeros por circunstancias ajenas. Sin embargo, aquellos lugares que se construyeron desde hace mucho tiempo y se resignifican constantemente, han de convivir con otros lugares que aparecen con la moda, las necesidades en constante cambio o porque la lógica social así lo demanda. Pero siempre está presente el antes y el ahora y, por tanto siempre hay una negociación:


La crisis puede provocar el surgimiento de nuevas estructuras en tanto que los

<<procederes>> habituales, desanclados de sus marcos de operación, necesitan generar nuevos marcos de representación y de acción que doten de sentido a la realidad experimentada. Operación que desde luego no se produce en el vacío, sino a través de lo que se ha denominado aquí como tensión, negociación con el orden anterior. (Reguillo, 2005, p. 48)


Cuando lugares de épocas distintas han de negociar la supervivencia de ambos y la co- presencia en la misma ciudad, la noción de interacción aparece inmediatamente, no hay por qué desaparecer uno o el otro cuando es posible hablar en conjunto. Esa convivencia está dada por lo sujetos. La distinción debe darse en el uso, apropiación y significación que cada uno hace de esos lugares.

La dimensión que los espacios cobran al ser habitados por esos lugares en relación de los sujetos que los ocupan, está dada por esa significación, esa “fuerza simbólica” (Reguillo, 2005, p.

51) que aparece en las formas de percibir y actuar cada una de las prácticas de interacción como de apropiación. Cada persona está sostenida por sí misma y por las relaciones sociales con las que cuenta, cada una de estas relaciones son capaces de construir otras posibilidades de interacción.

Bajo la lógica de poder mirar la ciudad desde perspectivas distintas pero encaminadas a una sola valoración, que se constituye por la construcción de escenarios provistos de sentido, implica mirarla desde sus lugares y en la dinámica de sus propios movimientos, en donde está la

idea de un conjunto que impacta el adentro y afuera, el antes y el después que, desde esta perspectiva de acompañamiento de los lugares, habla de fronteras compartidas entre lo cotidiano y lo excepcional dado por el sujeto.

Así, tanto la ciudad como los sujetos establecen un vínculo mediado por esas relaciones entre fronteras, por las múltiples actividades que se hacen de lo cotidiano en la ciudad una herencia transgeneracional. Sin olvidar que el proceso de legitimación comprende a ambos, mediados por su cultura y organización.

Para entender la idea de colaboración es necesario observar a la ciudad como un todo vinculado a sus partes a través de procesos sociales que significan, representan y significan en lo sujetos, mismos que se caracterizan por su propia experiencia, deseos y trayectorias. No es lo mismo el que habita la ciudad de generación en generación, la camina, testifica sus múltiples cambios y la imagina en la memoria del otro, que quien la politiza y la usa para un beneficio particular. Ambos le confieren sentido y la viven desde su lugar, la apropian y la procesan socialmente.

Haciendo referencia al concepto de topografía abordado por Martín-Barbero como el “espacio configurado por las señales de dos matrices culturales, señales que al ser rastreadas se convierten en señas de identidad de las dos economías apuntadas” (1987, p. 99), vale la pena destacar que el autor aborda el concepto bajo la lógica de la abstracción mercantil y el intercambio simbólico. La primera es una lógica en la cual los productos valen por el intercambio de bienes y la segunda adquiere valor por los sujetos que los intercambian.

Vistos desde la perspectiva económico-mercantil, ambos términos están dados en la comercialización de productos en un espacio. La cuestión para entender esta lógica es abordarla desde aspectos mucho más estructurados, que se construyen a partir de caminos vinculados con la apropiación que los sujetos hacen de esos productos más allá de un valor económico y el significado que le otorgan en su intercambio. Cabe mencionar que tanto el valor mercantil como el simbólico son abstracciones que le otorgan sentido a toda práctica de interacción y/o comercialización, siempre determinadas por el propio yo) del sujeto (Goffman, 2004, p. 34).

Por otro lado, y sin perder de vista la explicación anterior, Rossana Reguillo plantea

…que cada grupo social crea <<topografías>> de diversa índole: religiosas, laborales, lúdicas, económicas, etc., cuya articulación constituye un mapa estable que organiza y orienta la vida social del grupo. Los tránsitos, los recorridos, las prácticas, las interacciones, se desarrollan de acuerdo a los patrones establecidos por ese mapa, que se actualiza en las maneras en que el grupo entiende, usa y nombra el espacio. (2005, p. 18)


Desde esta perspectiva, el término deja ver otras posibilidades. El planteamiento de mapas sociales que los sujetos trazan para identificar sus adscripciones sociales, institucionales2, en las cuales poder re-conocerse y a través de las cuales transitar por distintos procesos hasta llegar a la significación de lo propio y lo apropiado, todo el tiempo en función del otro.

Tanto lo propio como lo ajeno en interacción implica relaciones sociales que se construyen, entre otras cosas, desde el concepto de identidad. “…La identidad constituye un elemento vital de la vida social, hasta el punto de que sin ella sería inconcebible la interacción social…” (Giménez, 2007: p. 54)

Una vez que la definición como tal está dada, el tratamiento del concepto depende en gran medida de la forma en la cual los sujetos entienden el proceso de identidad, construido desde las relaciones entre ellos y el espacio. Existe un vínculo que los une y al mismo tiempo les otorga representatividad en el grupo que implica diferencia, distinción, “posición dentro del sistema de fuerzas” (Reguillo, 2005, p. 53)

Ahora bien, al ser un grupo configurado como un todo, tanto las decisiones como cada relación establecida representan una modificación, un impacto tanto en su interior como en los agentes que lo integran. La integración funge de mediador entre fuerzas que de alguna manera generan desconfianza y ponen en riesgo la percepción subjetiva de colaboración.

De igual forma, así como la identidad define, agrupa, otorga seguridad a los grupos sociales en los que el sujeto está adscrito, también puede generar conflicto, incertidumbre e inestabilidad cuando se torna problemática en su interior o la competencia prevalece porque así lo requiere la satisfacción de necesidades y entonces esa identidad cultural puede negociar o hasta diluirse, por ejemplo, ante lo económico.

Territorio y significado

Rossana Reguillo coloca en la discusión el concepto de “acontecimiento” para hablar de una crisis en los sistemas de acción y en los cuales la identidad no funciona. La ciudad, en sus contantes movimientos, así como en sus diversas manifestaciones, es testigo de “acontecimientos” (Reguillo, 2005) que marcan su trayectoria y en conjunto los tejidos sociales de sus habitantes.

Algunos de esos momentos pueden ser las modificaciones a edificios públicos considerados patrimonio, la re-construcción de jardines públicos, la construcción de centros comerciales y supermercados, la delincuencia como desequilibrio de la identidad, entre otros, ante una convivencia con lo viejo.


Esto desencadena un proceso en el que los actores se esforzarán por dotar de sentido a la nueva realidad que experimentan, buscando nuevos elementos o confiriéndole nuevos sentidos a viejos elementos, en torno de los cuales agruparse. Objetos materiales, sociales o de carácter simbólico, aglutinan a los actores, facilitan el proceso de la identidad en formación (Reguillo, 2005, p. 55)


Tanto la realidad como el tratamiento de la misma, se ubica en ese antes que la misma teoría propone como argumento de un después aterrizado en un presente en el cual poder identificar esos elementos que se vuelven parte de la identidad. Una identidad que no desecha múltiples elementos de la cultura, mejor aún, del todo clasifica y toma lo más conveniente para integrarse.

Así, los sujetos sociales aprehenden de la ciudad esos espacios que han permanecido a lo largo del tiempo y que de alguna manera se vulneran cuando a su lado aparece lo novedoso, lo desarrollado, lo moderno. Se establece una vinculación que parte de lo significativo para apropiarse simbólicamente y tornarse distinto en su valoración pero no en su legitimación.

Con el paso del tiempo y ya identificados los sujetos como parte de la ciudad y la ciudad como demarcación de los sujetos, las actividades se vuelven colectivas sin hacerlo evidente. El paso por la ciudad en lo cotidiano compartido con los otros, lo vuelve un “nosotros” (Reguillo, 2005) que pasa a ser excepcional en la medida que permanece en la memoria del sujeto y la

ciudad.

Cuando esa construcción de significado sobre la ciudad ha sido trabajada de generación en

generación, y se ve afectada3 por “acontecimientos”, permite hacer un reconocimiento de su propia estructura cotidiana y cómo esta se deja impactar por cuestiones que, por ejemplo, vienen de lo político. De ahí la importancia de reconocer una posición identitaria fuerte, pactada entre los sujetos que la conforman, porque el impacto de un acontecimiento como tal, ya mencionado párrafos arriba, reconfigura la escena para re-significarla y de alguna manera las representaciones del mundo, y/o de la ciudad, también se ven impactadas en lo colectivo de las representaciones culturales.

Así pues, el acontecimiento pasa a ser de un posible punto de partida y llegada, a un reflejo de dinámicas que tocan distintas fases de participación colectiva en la ciudad y que refleja las distintas participaciones del sujeto. Recordando así la existencia de actos que miran al recuerdo, que tienen un fundamento y son capaces de vincular múltiples procesos. De acuerdo con Reguillo (2005) existe, un entrecruzamiento diverso, capaz de generar otros modos de participación.

Puesto que los cambios en la ciudad pareciera que son continuos, constantes, la capacidad en sí de la misma está anclada en sus representaciones culturales, en los momentos que le apuestan a una memoria a largo plazo en la cual debe darse la capacidad del recuerdo como mejor aliado para negociar con esos cambios que, finalmente, dan pie a la remembranza argumentada tanto por las transformaciones y la irrupción en lo cotidiano. Además, permite tener claro los roles y algunos cuestionamientos de cómo se percibe la ciudad, cuál es su actuación en ella y el significado en y de ella.

Existe otro concepto desde el cual poder estudiar la ciudad, “territorio” (Reguillo, 2005)


El territorio entonces, no puede de ninguna manera considerarse como <<contenedor>> de hechos sociales, como mero escenario o telón de fondo en el que se desarrolla la acción. El territorio se nos aparece como una construcción social en la que se entretejen lo material y simbólico, que se interpretan para dar forma y sentido a la vida del grupo, que se esfuerza por transformar mediante actos de apropiación –inscribir en el territorio las huellas de la historia colectiva- el espacio anónimo en un espacio próximo pleno de

sentido para él mismo. (Reguillo, 2005, p. 78)


Desde esta perspectiva, se puede decir que el territorio es una idea más concreta para comprender el fenómeno de la ciudad. Es la dinámica a través de la cual se hacen propias las experiencias ahí vividas. Como bien se menciona, no es el contenedor de historias, de relatos construidos a partir de las experiencias dentro de ella, mejor aún, se habla de una construcción que le da sentido a la vida, es decir, articula cada uno de los elementos que conforman las relaciones sociales, facilita la interacción y además permite tejer historias alrededor/de/en/sobre ella.

Abilio Vergara (2013, p. 31), por ejemplo, aborda el territorio desde la lógica del barrio, la colonia popular que contiene lugares a los que se les tiene cierta vocación, que se conforma desde la construcción de lazos sociales que dialogan entre sí y con la ciudad, a través de las prácticas y los imaginarios de los “lugareños”4 y de los otros.

En la lógica de los procesos de significación que ocurren cotidianamente desde los sujetos en y de la ciudad, es importante hacer notar que el estudio de ésta permite un análisis en dos dimensiones fundamentales, la material y la simbólica a través de sus hechos, lugares y tradiciones que de alguna forma se han visto impactados, han permanecido o han cambiado su función en relación con el tiempo transcurrido, el durante de la historia y las representaciones culturales del ayer que han dejado a la vista la apropiación de los sujetos.

Para entender el concepto de lugar, Abilio Vergara hace una reflexión sobre la triada “espacio, como “materia prima”; territorio, como aquel, pero recortado, practicado y significado; y lugar, también como espacio acotado, pero a escala corporal humana, y que se constituye en la copresencia” (2013, p. 19).

Este último, el lugar, es la idea más explicada de vivir experimentando y aprendiendo para habitar bajo la lógica del territorio habitado como redes de lugares (Vergara, 2013). La mayor pertinencia del lugar es el diálogo que permite con la cotidianeidad de los sujetos, además de compartir las diferentes formas de vivir la ciudad, experimentándola, habitando sus espacios para hacerlos territorio. Para lograr esto es necesario hacer una parada: un lugar desde el cual poder regresar y continuar es la construcción constante de significados a partir de la permanencia, continuidad y cambio de elementos que permanecen y se modifican.

En la perspectiva del significado y apropiación de la ciudad en lo individual y colectivo aparece lo cotidiano y lo excepcional de las experiencias construidas generacionalmente. El mirar el “territorio” como suyo, propio, es hablar de una herencia cultural que permite ser estudiada a través de dos elementos respecto al tiempo, lo diacrónico y sincrónico en los habitantes de la ciudad y lo cotidiano y excepcional en su vida con respecto a lo macro (ciudad) y lo micro (lugares).

Cada uno de los elementos mencionados, teniendo especial cuidado en esos “lugares”, es importante mencionar que las experiencias parten de lo individual que resulta no ser tan individual puesto se condiciona por los relatos de los ancestros que han permanecido en la ciudad y han sido testigos de cambios, modificaciones, rutinas y atascos del lugar en el que viven. Pero esta individualidad para gestar el concepto de ciudad no es tan individual como parece, cobra sentido en la colectividad de los hechos, a partir de las experiencias que se comparten con la comunidad en la que el ejercicio de lo cotidiano puede volverse excepcional. Tomando en cuenta que, al momento de identificar significados, estos se dan sí, en colectivo pero a través de lo propio y atendiendo directamente a lugares en los cuales un instante, tal vez multiplicados por varios permite entender la lógica de la ciudad. Abilio Vergara define el concepto de rutina como:


Las rutinas las entendemos como las formas habituales de relacionarse y de actuar de los lugareños. Se constituyen por conjuntos de acciones reiterativas, secuenciales y/o coordinadas que, a su vez, pueden establecer ciclos definidos por el tiempo: mañana, tarde, noche, asociados a levantarse, trabajar, dormir, descansar; la complementaria oposición de trabajo-vacaciones, o los ciclos semanales que distinguen días “laborales” de los de “fin de semana”. (Vergara, 2013, p. 73)


Los lugares son las experiencias pero también son el tiempo, las prácticas cotidianas pero de igual forma son los instantes que marcan las trayectorias. Los lugares llevan a quien los vive, los practica, los ocupa a guardarlos en el imaginario, en la memoria para, en conjunto, servir de articuladores, de engranes que provocan el funcionamiento instrumental que se manifiesta como el movimiento de lo simbólico. Es decir, el sujeto necesita tanto del instrumento como de la mecánica para apropiarlo y re-apropiarlo.

Como tal, la ciudad está conformada siendo un todo en el que aparentemente sus partes funcionan sin problema. Sin embargo, al ser un elemento al que le concierne su propio arranque y mantenimiento habrá que estudiarla desde sus plazas públicas para comprender tanto la plaza como a la gente que ahí converge y, de esta manera, entrecruzar significados, establecer cuáles, cómo y de qué forma sus habitantes se apropian de esos lugares y de la ciudad. En esta idea y desde los aspectos aquí resaltados, el mercado municipal es uno de esos espacios que se convierten en lugares de la ciudad de los cuales poder hablar.


El mercado. Intercambio simbólico e intercambio mercantil

En los apartados anteriores se hizo una conceptualización de algunos aspectos que se consideran relevantes para hablar de términos como ciudad, lugar, territorio, identidad, frontera, significado, apropiación, interacción, entre otros. Ahora de forma más específica se incluirán en lo siguiente portaciones de Jesús Martín-Barbero quien obliga, de alguna manera, a darle nombre al objeto de estudio para el cual se realiza la concentración de aportes teóricos: el mercado tradicional y su significado en/desde/por y para la ciudad.

Para Martín Barbero, esta plaza de mercado “no es el recinto acotado por unas paredes sino la muchedumbre y el ruido, los desperdicios amontonados o dispersos, todo lo que se siente, se ve, se huele desde mucho antes de entrar en ella. (1988, p. 127)

Lo anterior invita a pensar en un lugar que permite al mismo tiempo un juego entre dos esquemas. Primero el económico, que implica negociar, satisfacer necesidades, intercambiar productos y, por otro, el intercambio que se apropia, que también satisface una necesidad pero implica una relación más estrecha, construida por imaginarios que se vuelven representaciones sociales y permiten que el lugar como tal permanezca5.

El mercado es encuentro entre dos economías: Abstracción Mercantil e Intercambio Simbólico definido así:


La primera es aquella en que la significación de cada objeto depende de su “valor”, en que el sentido de un objeto se produce a partir de su relación con todos los demás objetos, esto es a partir de su valor abstracto de mercancía –valor “abstraído”, separado del trabajo – y de su inscripción en la lógica de la equivalencia según la cual cada objeto vale por, puede

ser intercambiado por cualquier otro. La segunda es aquella en que los objetos significan y valen en relación a los sujetos que los intercambian, aquélla en que el objeto es un lugar de encuentro y de constitución de los sujetos: inscripción por tanto en otra lógica, la de la ambivalencia y el deseo. (Martín-Barbero, 1988, p. 98)


El mercado es el espacio que posibilita los dos intercambios que menciona el autor. Sin embargo, es importante resaltar que ambos casos pueden ocurrir al mismo tiempo y equitativamente. Los vendedores, compradores, testigos, o bien el resto de los habitantes de la ciudad abordados en esta investigación construirán una narrativa particular a partir de la cual se busca conocer cuál es el valor que se le otorga a la práctica de acudir al mercado, si predomina la economía de abstracción mercantil a través de la cual se interactúa para beneficiarse y satisfacer las necesidades básicas o si acaso es que predomina el intercambio simbólico, generando una significación que traspasa el producto tal cual, es decir, va más allá del valor económico, es pretexto de interacción y es el responsable de otorgarle valor a los sujetos que lo intercambian. O, en su defecto, se combinan ambas en la práctica de lo cotidiano que también da pauta a una excepcionalidad de situaciones que significan y le dan sentido a las prácticas.

Así mismo, no solo es de interés particular el producto. Conjuntamente es vincular la significación del espacio como práctica por su valor simbólico, por su uso como tránsito mercantil o por su sola presencia de exhibición diacrónica en la cual cabe también la variable generacional para estudiar la práctica y de alguna manera lo sincrónico de esos otros espacios.

Por su parte, las formas de estudiar los espacios mercantiles, tanto los mercados como los centros comerciales, permiten la reconstrucción de relatos desde lo micro de una ciudad, las múltiples formas de vivirla, de habitarla y, además de contarla. Inés Cornejo explica que “los sujetos elaboran lazos de apego que permiten diferenciar lugares de encuentro, de seducción, de tránsito, de permanencia, de reconocimiento, de rechazo, de peligro, de cobijo o de seguridad” (2007, p. 8) ese factor sentimental que aparece en cada una de las representaciones hechas se muestra hasta cierto punto por el vínculo afectivo de los visitantes, testigos, habitantes del lugar.

Cada elemento del mercado representa una experiencia distinta cada día, la dinámica de los sujetos que ahí convergen puede ser la misma, reconocer los espacios. Bajo esta lógica, las representaciones que se hacen del lugar como de los momentos en los que cada comprador lo

apropia y lo vuelve parte de su dinámica se establecen en un afán de reconocimiento.

El concepto que sobre el mercado se tiene está construido de alguna manera por las narrativas que la gente realiza al respecto. La dimensión simbólica es explícita, sin embargo, las formas de apropiarlas y tener en consideración sus prácticas suelen darse en lo colectivo.

Es necesario resaltar que, en su versión, tanto el usuario, el comprador, vendedor, testigo y/o vigilante, puede expresarse de la práctica como una herencia cultura heredada generacionalmente. La práctica de cada día es parte significativa, está repleta de simbolismos y se nutre día con día de relaciones construidas ahí mismo.

La participación de todos los ya mencionados dentro o fuera del mercado hacen de su propio lugar un recorrido que podría ser tomado como un paso hacia la continuación de la “rutina” o del “ritual”, (Vergara, 2013) en el cual entre pasillos, amontonamiento de puestos, mezcla de colores, olores y sabores es también un ente que otorga sentido, que da visión a la práctica de entrar y salir de ella en minutos, destacando que al estar ocurrentemente en el lugar, entonces el significado puede no ser de trascendencia familiar pero si es un espacio abierto, diferente, que simboliza el pasillo recorrido por el comprador, o bien, hacer una diferencia entre el que lo camina o el que solo mira.

Así mismo, el poblador del mercado que solo ve problema como sinónimo de la práctica, que no necesita socializar y que busca alejarse de ese amontonamiento, de la mezcla, de la basura, es posible que visualice una actividad totalmente distinta en el encuentro de la interpretación del Intercambio Simbólico, categoría a la que se accede a partir de las categorías analíticas siguientes:


Llamo “topografía” al espacio configurado por las señales de dos matrices culturales, señales que al ser rastreadas se convierten en señas de identidad de las dos economías apuntadas. (Martín-Barbero, 1988, p. 99)

Llamo “topología” a la lectura de señales, lectura que hará explícito el discurso de las dos economías, ahora ya como discurso de los sujetos. (Martín-Barbero, 1988, p. 103)


Las dos anteriores, son la lectura tanto del espacio como de la práctica en un sentido social, en este caso particular, del mercado. Es importante hacer énfasis en el interés que se tiene

en atender el discurso de los sujetos y su forma de interpretarlos, ya que en esta lógica se hará la captura de la narrativa construida desde los testigos desde su propia experiencia, en una idea clara de mostrar su descontento, en el afán de mostrarse como un solo testigo que lo usa cuando así lo requiera, o bien, el que consume, participa, significa y manifiesta, el usuario que a través de los años ha conservado la tradición o, como ya se ha mencionado, la modifica de alguna manera.


Conclusión

El espacio representa el punto de encuentro, pero es el lugar, sea cual sea este, el que se hace propio, el que identifica y enmarca al sujeto, el lugar para socializar y como una señal de identidad que los caracteriza. De igual manera aquello que no se puede convertir tal cual en materia sólida, pero que se mantiene y se transmite a partir de una conversación, de un roce, de un ademán, es también un concepto importante en el ejercicio simbólico y la referencia es identificar qué de sus discursos se convierte en una práctica simbólica.

Lo que se busca es rescatar del discurso de la ciudad externado por sus sujetos el valor simbólico no mercantil del mercado por el solo hecho de ser una práctica ancestral que perdura con los años y que se ha convertido en un objeto de estudio en particular. No es posible que el mercado de Zitácuaro, Michoacán, tenga un solo significado. Es posible encontrarse con una multiplicidad que implican al mercado en la ciudad y cómo esta lo arropa, lo protege, lo tolera, como a otros espacios. Cualquiera que sea el caso, se está hablando de una interacción, socialización, búsqueda de sentido que va a caracterizarlos como testigos en potencia, es decir, en constante producción de significado.


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Notas


1 “Habitus es el juego social incorporado, vuelto naturaleza; se aprende mediante el cuerpo se incorpora a través de un proceso de familiarización práctica, que no pasa por la conciencia, sino por un complejo conjunto de prácticas” (Bourdieu, 1988, p. 71)

2 Familia, escuela, religión, club social, entre otras

3 Que sufre alguna modificación, es impactada en su(s) estructura(s), irrumpe inesperadamente.

4 Los lugareños se caracterizan porque participan de la distinción legítima que otorga la pertenencia al lugar; podemos hacer la casa o el templo, pero ya hechos hogar e iglesia, nos hace familia o feligrés. (Vergara, 2013, 31)

5 Lo cual implica que no todo debe ser igual, puede estar modificándose con el tiempo y a través de sus actores, al mismo tiempo que puede permanecer sin sufrir cambios importantes.