El estudio de los hombres michoacanos en la migración México-Estados Unidos desde una perspectiva psicosocial


The study of Michoacan men in the Mexico-United States migration from a psychosocial perspective


Ericka Ivonne Cervantes Pacheco1


Resumen: El objetivo es presentar los resultados de un estudio cualitativo realizado con hombres michoacanos con experiencia de migración México-Estados Unidos desde una perspectiva psicosocial. El método fue etnográfico, se realizaron entrevistas a profundidad. La información se analizó mediante el discurso y sus trayectorias de vida. Se encontró que para cumplir con la representación de la masculinidad los hombres se adscriben al trabajo, la proveeduría económica, la conformación de pareja y la paternidad, antes, durante y después de ir al “Norte”. Los hombres encuentran retos, contradicciones y tensiones en su proceso de adaptación personal, familiar, social y económico.


Abstract: The objective is to present the results of a qualitative study conducted with Michoacan men with experience in Mexico-United States migration from a psychosocial perspective. The method was ethnographic, in-depth interviews were conducted. The information was analyzed through the discourse and their life trajectories. It was found that in order to comply with the representation of masculinity, men are assigned to work, economic provision, couple conformation and fatherhood, before, during and after going to the "North". Men encounter challenges, contradictions and tensions in their personal, family, social and economic adaptation process.


Palabras clave: Migración; varones; Michoacán; Estados Unidos; Perspectiva psicosocial


Introducción

Según los datos del Censo de Población y Vivienda 2010 (INEGI, 2010), Michoacán presenta índices generalizados de migración hacia Estados Unidos en sus 113 municipios, ocupando en el año 2000 y 2010 el segundo y tercer lugar de intensidad migratoria a nivel nacional, respectivamente. Michoacán ha pertenecido de manera histórica a la región Centro Occidente del



1 Doctora en Ciencias Sociales, con especialidad en estudios de la mujer y relaciones de género, profesora investigadora de tiempo completo de la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, desarrolla las líneas de investigación: estudios de género, masculinidad, familia, salud y migración, correo de contacto erickapsic@gmail.com.

país, considerada como la principal zona de expulsión de mano de obra masculina desde 1924 (Durand, 2007). No obstante de que Michoacán es un estado tradicionalmente expulsor de mano de obra masculina hacia los Estados Unidos, no se habían registrado estudios sobre los hombres como unidad de análisis desde la perspectiva psicosocial, aunque sí como parte de la unidad familiar.

En la última década en México ha emergido el interés investigativo por profundizar en el análisis de la migración de hombres y mujeres en función de su impacto en las relaciones de género, en la dinámica de las familias y en la vida laboral, tanto en los países de origen como de destino. En este sentido, destaca la investigación realizada por Rosas (2008) con hombres migrantes de Veracruz hacia Chicago, en la cual se encontró que para los hombres veracruzanos el trabajo, la “eficiente” proveeduría económica (a través del envío de remesas), la autoridad y el control que ejercen sobre su familia, especialmente sobre sus esposas; así como la valentía de migrar, son aspectos culturalmente aprendidos que conforman las subjetividades e identidades masculinas.

En el eje de los estudios de migración y masculinidad de hombres michoacanos, Flores y Cervantes (2016) coordinaron una investigación1 con metodología cualitativa y cuantitativa, que incluyó a 80 hombres de origen michoacano con experiencia de migración, la mitad de los participantes residían en una comunidad rural del Valle Central de California, en Estados Unidos, y el otro 50% vivía en cuatro comunidades rurales del estado de Michoacán. En este estudio se encontraron mayores niveles de depresión, alcoholismo e ideación suicida en los hombres que estaban en los Estados Unidos. Al parecer las relaciones familiares funcionaron como un factor protector para los hombres que habían regresado a Michoacán, México.

En este trabajo se reportan los resultados de la investigación realizada con grupo de once hombres con experiencia de migración hacia los Estados Unidos una vez que habían retornado, como unidad central de análisis, en una lógica emocional, subjetiva y experiencial; originarios de la comunidad de Charo, Michoacán (Cervantes, 2016), localizada a 15 kilómetros de la capital del estado, Morelia. Charo2 es la cabecera del municipio que lleva el mismo nombre; es una comunidad rural, no indígena. El municipio de Charo tiene 20 mil habitantes y ha presentado un índice de migración “muy alto” de sus habitantes (Conapo, 2010), principalmente hacia los Estados Unidos. Charo se ubica al norte del estado de Michoacán, que a su vez pertenece a la región Centro- Occidente de México, junto con los estados de Zacatecas, Jalisco, Guanajuato y Nayarit,

considerada como la región tradicional en materia migratoria, mayoritariamente de varones, de origen rural, dedicados a la agricultura.

En Charo ha prevalecido la migración de los hombres hacia los Estados Unidos desde los años cincuenta, con fines laborales y para alcanzar mejores niveles económicos para sus familias, mientras las mujeres permanecen en la comunidad asignadas a las tareas reproductivas y domésticas. La división de roles a través de la normatividad de género se ha consolidado a través del tiempo de tal manera que imposibilita a las mujeres el desplazamiento y ha marcado para los hombres la ineludible práctica de migrar. En Charo, como en muchas otras comunidades de Michoacán y de México, las construcciones de lo femenino y de lo masculino influyen en los flujos migratorios, y éstos a su vez impactan las relaciones de género (Rosas, 2008; Núñez, 2010).

Núñez (2010) encontró que la migración de varones en Charo es un mandato a modo de “destino”, del que es difícil que escapen puesto que todos se van al “Norte”. Su partida se justifica en la construcción social de la masculinidad sostenida en el trabajo y en su rol de proveedor principal de la familia. Núñez (1995, 2000, 2010) se ha interesado por estudiar el impacto de la migración de varones en las mujeres que se quedan en Charo, principalmente en las esposas, madres, hijas y suegras; y profundizó en el análisis de los efectos en las condiciones de vida de las mujeres, las estrategias de sobrevivencia o reproducción implementadas por ellas y sus familias en su lugar de origen, las formas de convivencia familiar y las nuevas relaciones entre hombres y mujeres. En este escenario, Núñez (2010) sostiene que la ausencia temporal o definitiva de estos hombres que se desplazaron produce malestar en las mujeres charenses que se quedaron, por lo que se consideró altamente probable que exista un desconocimiento sobre los malestares de los hombres asociados a los aprendizajes de género centrados en los roles de trabajador y proveedor de la familia, los cuales pueden significar un riesgo a su bienestar subjetivo al ser silenciados por ellos mismos, pero también por la producción académica. Si los hombres y las mujeres de la comunidad de Charo llevan vidas imbuidas en el proceso migratorio, es posible que éste impacte en las condiciones genéricas que viven.

Se ha observado en Charo que la normatividad de género está basada en un modelo centrado en los hombres, concebidos como proveedores económicos, quienes ostentan posiciones sociales de reconocimiento y autoridad. A través de dicha normatividad se regulan actividades diferenciadas para hombres y para mujeres, sobre las cuales se permiten y prohíben ciertos comportamientos

asignados para cada una(o). Así, la migración ha sido asumida por los varones participantes como una práctica propia de los hombres, que se sostiene en valores relacionados con la representación de la masculinidad en relación con el trabajo, la proveeduría económica, la conformación de pareja, la paternidad y el ejercicio de autoridad sobre los(as) otros(as). Mientras que las mujeres se quedan en su comunidad de acuerdo con la representación de lo femenino, para cumplir con el mandato de sostener el tejido social a través del cuidado y la crianza de otros(as), en una posición inferior y de subordinación con respecto a los varones. De tal modo que, al articular las dimensiones sociales, políticas y económicas de Charo desde la perspectiva de género, podríamos entender la manera en que se producen sujetos de género masculinos a través de la experiencia migratoria (Scott, 1992; 2008).

Desde el marco conceptual de la perspectiva de género, en este trabajo se retoma la noción de masculinidad no rígida ni inmutable, sino en constante y dinámica constitución a lo largo de la vida de los individuos, para observar las diferencias entre los hombres dadas por la clase, la raza, la edad, la orientación sexual, la situación conyugal, la ocupación, entre otras categorías como la de migrantes, o la de “indocumentados”, de este grupo de varones. Por ello, se considera a la masculinidad como la posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres se comprometen en esa posición de género y, al mismo tiempo, los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en las emociones, en la personalidad y en la cultura (De Lauretis, 2000).

En relación con los requerimientos impuestos y autoimpuestos que determinan conductas apropiadas para los varones charenses, entre los cuales se encontraría la migración indocumentada hacia los Estados Unidos, se enfatizó en esta investigación en la experiencia como un proceso de subjetivación que se lleva a cabo a través de los distintos momentos del ciclo migratorio: a) la decisión de irse a Estados Unidos y la planeación del viaje, el tránsito y el cruce de la frontera norte de México, c) la permanencia y el trabajar en Estados Unidos, y c) viajar de regreso a Charo, y la readaptación a la vida familiar y comunitaria3.

En consonancia con el carácter procesual de la constitución de los sujetos generizados, se considera a la migración no sólo como la movilidad geográfica que estos hombres realizaron desde Charo, Michoacán, a los Estados Unidos, sino además como un proceso relacional de constitución del género (Hondagneu-Sotelo, 1994; Hondagneu-Sotelo y Messner, 1994), en el que los sujetos continúan constituyéndose como hombres y mujeres concretos. Profundizar en la experiencia

explicaría, según Scott (1992), las acciones de los seres sociales como varones. Por su parte, De Lauretis (1984: 253-353) concibe la experiencia como un proceso continuo e infinito por medio del cual se constituye la subjetividad de los seres sociales, dando lugar a la autorepresentación que define el “yo” como hombre. La experiencia crea al sujeto como masculino y a través de ésta el sujeto se coloca o se ve colocado en la realidad social, y con ella percibe y aprehende algo como subjetivo. Textualmente, esta autora define la experiencia como un “complejo de hábitos resultado de la interacción semiótica del “mundo exterior” y el “mundo interior”, engranaje continuo del yo o sujeto en la realidad social” (De Lauretis, 1984: 288). Así, adquiere relevancia discutir la manera en que la experiencia migratoria constituye la subjetividad de los hombres, dejando de lado la pretendida coherencia de la identidad, que fijaría a todos los sujetos pertenecientes a un mismo género por igual y resaltando que la migración está atravesada por procesos subjetivos, familiares y sociales, además de los económicos.


Metodología

Para responder a la pregunta de investigación sobre ¿Cómo se constituyeron en sujetos de género algunos hombres de Charo, Michoacán, en el proceso migratorio hacia los Estados Unidos en relación con la representación de la masculinidad? se utilizó una metodología cualitativa y un método etnográfico. Entre 2013 y 2014 se entrevistó a profundidad a once hombres, originarios de la comunidad rural de Charo, Michoacán, que habían migrado a los Estados Unidos y que en ese momento se encontraban de regreso en su lugar de origen. No se excluyó a los participantes por la edad, la escolaridad, su situación de pareja, el número de hijos, la ocupación laboral, ni por las condiciones legales ni temporales en que migraron. Para la recopilación de datos se utilizó una guía de entrevista y una ficha de datos sociodemográficos. Como producto de la observación participante, se realizaron diarios de campos que contienen fotografías y relatos de los encuentros informales con hombres y mujeres de diversas edades de la comunidad, para dar cuenta de la realidad cultural y social de la misma en función de la migración. El análisis del corpus de estudio se efectuó mediante la elaboración de trayectorias de vida y por medio del análisis del discurso emanado de las entrevistas. Para interpretar los resultados se elaboraron fichas de análisis organizadas de acuerdo a las categorías y subcategorías de análisis, mismas que se construyeron en un proceso de ida y vuelta entre los ejes temáticos y los discursos de los participantes. Los ejes

temáticos de esta investigación fueron: la experiencia migratoria, la representación de la masculinidad y la constitución de sujetos de género. Las categorías de análisis fueron el ciclo migratorio, las técnicas y estrategias discursivas, y la subjetividad de los hombres; cada una de éstas tiene sus propias subcategorías.


Participantes

Entre las características generales de los once varones participantes4 destaca un rango de edad entre 33 a 62 años; sobre su escolaridad, tres de ellos cursaron diferentes niveles de primaria (Benito, Federico y Jorge), de estos tres Jorge reportó no saber leer ni escribir; otros dos concluyeron la primaria (Hilario y Luis), tres más terminaron la secundaria (Arnulfo, Erasmo y Manuel), Gabriel llegó al primer año del bachillerato, Carlos contaba con bachillerato terminado y con una carrera técnica; y Dante concluyó el segundo año de licenciatura en derecho.

Este grupo de hombres inició su experiencia de migración entre los 14 y los 30 años de edad. Las razones que tuvieron para migrar estaban ligadas básicamente a la edad y al estado civil, y de manera secundaria al número de ciclos migratorios. Al respecto, los más jóvenes que se fueron por primera vez siendo solteros: Benito, Carlos, Hilario y Jorge, manifestaron haber tenido la ilusión de irse al “Norte” a perseguir el “Sueño americano”, como todos los otros hombres de la comunidad, por curiosidad, por ilusión, para conocer y, desde su narración, para “que nadie les cuente”. Los hombres que se fueron por segunda vez o más, estando ya casados y con hijos, sus motivaciones estaban visiblemente ancladas en necesidades económicas y materiales, en el anhelo de “mejorar”, trabajar, ganar dinero para mandar a su familia, y tuvieron como objetivo central el construir o ampliar una casa. A excepción de Dante que huyó de la comunidad por temor a las represalias de su hermano mayor porque chocó su camioneta; y de Gabriel, quien fue a la frontera para acompañar a su cuñada y cruzó a los Estados Unidos sin haberlo planeado.

El cruce de la frontera fue inicialmente indocumentado para todos, aunque para el 2014 sólo dos de ellos había obtenido su residencia, aunque uno la perdió por problemas con la ley; el resto de ellos continuó migrando indocumentadamente entre 1 a 15 veces. La estancia del grupo en Estados Unidos tuvo una duración de entre 1 a 37 años, entre 1974 y 20135. Arnulfo, Dante y Gabriel comentaron que no estuvo en sus planes migrar y residir en los Estados Unidos, sin embargo estos participantes estuvieron en dicho país por 20, 25 y 37 años, respectivamente. Los

lugares de destino fueron California, Oregón y Washington, principalmente. También fueron a Chicago, Oklahoma, Atlanta y Florida. Estos varones trabajaron en el campo, la construcción, la jardinería y uno de ellos fue chef.

El periodo de retorno de los hombres a su comunidad de origen tuvo lugar entre 1994 y 2014; tenían un rango de tiempo de 5 meses a 16 años de haber regresado a Charo. Ocho de los participantes regresaron voluntariamente, entre los factores que mayormente incidieron en su regreso se encontraron el anhelo de la reunificación familiar, la estancia en su propia tierra, así como haber alcanzado los objetivos que se habían propuesto inicialmente. Dante, Hilario y Gabriel fueron deportados, por tanto su regreso no fue voluntario. Las deportaciones de los tres participantes estaban relacionadas con aprendizajes de género masculinos, dos de ellos, Dante e Hilario, por violencia hacia las mujeres con quienes formaban una pareja en ese entonces, y Gabriel por conductas de riesgo que lo llevaron 3 veces a prisión.

Entre 2013 y 2014, todos los participantes tenían al menos un familiar directo que había ido o vivía en los Estados Unidos, tales como padres, hermanos e hijos; así como parientes indirectos entre los que se encontraban primos, tíos, sobrinos, amigos y exparejas. Siete de los participantes trabajaban en Charo como choferes de taxis: Benito, Carlos, Dante, Erasmo, Federico, Hilario y Jorge. Los otros cuatro tenían otras actividades laborales: Arnulfo era chef y comerciante, Luis trabajaba cultivando sus propias tierras, Manuel era velador de un parque de las orillas de Morelia, y Gabriel estaba desempleado. Diez de ellos tenía pareja en ese momento, aunque la mitad había tenido entre 2 y 3 relaciones de pareja importantes, y sólo Gabriel estaba separado. Todos son padres, tuvieron entre 2 y 6 hijos, y Manuel tuvo además 3 nietos. Aunque la mayoría de los participantes, con excepción de Manuel, expresaron en el momento de las entrevistas que tienen el anhelo de regresar al “Norte”, también dijeron que no había las condiciones económicas ni de seguridad para cruzar la frontera nuevamente como lo hicieron la primera vez.


Resultados

Los resultados de este trabajo serán presentados de manera integrada al incluir los análisis de las entrevistas a profundidad y la trayectoria de vida de todos los participantes, en función de las etapas del ciclo migratorio: 1) la partida y el cruce de la frontera, 2) la estancia en los Estados Unidos y

3) el regreso a la comunidad de origen. Resaltando que la migración en términos de la experiencia

hace referencia al proceso continuo, complejo y heterogéneo que cada individuo vivió en un engranaje continuo del mundo interior del sujeto en y con la realidad social. Se observó que desde el imaginario social de los participantes el proceso migratorio no concluye con su regreso físico, puesto que siguen reconsiderando migrar.


Entre la necesidad y la ilusión de ir al “Norte”

En este primer momento se aprecia la imbricación de las condiciones macro, meso y micro estructurales para que estos participantes inicien su experiencia migratoria. De este modo, las motivaciones para migrar se conjugan desde la falta de oportunidades económicas y laborales de nuestro país, de Michoacán y de Charo, con el habitus (Bordieu, 1980) de la comunidad respecto a los significados y las prácticas cotidianas que ha adquirido la migración a través del tiempo, hasta la respuesta individual de los sujetos por adscribirse a los mandatos de la representación de la masculinidad. En este nivel particular, se interpreta la migración hacia los Estados Unidos como parte de dicha representación, a partir de la cual es una práctica que llevan a cabo los hombres de manera ineludible.

Aún cuando los participantes migraron motivados por tres razones plenamente identificables en sus discursos: 1) por rescate personal y acompañamiento, 2) por un proyecto de autonomía personal y 3) por un compromiso económico familiar, cuya adjudicación depende de la edad, el momento del ciclo de vida, la situación conyugal y la paternidad de cada uno de estos varones. Todos ellos se fueron motivados por el trabajo y las ganancias económicas, como elementos que conforman la representación de la masculinidad. De manera verbal ha circulado entre los pobladores los discursos de que en los Estados Unidos siempre hay trabajo, lo único que se requiere son “ganas”, puesto que en ese país se gana más dinero en menos tiempo, y por tanto la capacidad adquisitiva mejora sustancialmente.

De tal modo que el discurso asociado a un imaginario social del “Norte” corresponde a la conceptualización de prosperidad económica, que a través del tiempo se ha tornado en un discurso de verdad que enmascara las desventajas propias de la migración. Desde este imaginario, la inserción al proceso migratorio no parece haber sido analizada por los participantes en un inicio respecto a los costos subjetivos ni emocionales, ni desde la perspectiva de las mujeres se quedaron en Charo a esperar el regreso de estos varones. Para ellos, convertirse en un hombre-migrante fue

un elemento coadyuvante para conformar y sostener sus relaciones de pareja(s) y el ejercicio de su paternidad, que también están asociadas a la representación de la masculinidad.


El viaje y el cruce de la frontera

El cruce de la frontera de manera no autorizada, además de responder a la lógica de la política antiinmigrante con la inaccesibilidad de las visas de trabajo debido a las restricciones políticas del gobierno de los Estados Unidos y al aprendizaje acumulado por los años en la comunidad sobre cómo migrar, también contribuye a exaltar aún más los comportamientos que validan a los participantes como hombres frente a la comunidad y ante sí mismos, tales como el arrojo, la valentía, la capacidad de logro, el salir victoriosos en la batalla contra “la migra”, correr riesgos, ser fuertes para vencer el miedo y el éxito de llegar al “otro lado”, y por ende, el orgullo de estar a la altura de la competencia social. Estos elementos son coadyuvantes en la reafirmación constante de su masculinidad, ya que como afirma Gilmore (1990) ésta es precaria, incierta, ha de ganarse con esfuerzo y mantenerse. Así, a mayor control fronterizo mayor reconocimiento obtienen los hombres por haber superado los obstáculos de la “migra”, de haber lidiado con los “coyotes” y sobrevivir a la maquinaria económica generada alrededor de la migración indocumentada, no sólo en una sino en múltiples ocasiones dado que la mayoría ingresó varias veces a los Estados Unidos de esta manera.

Esta repetición ritualizada de actos heroicos que implica el cruce indocumentado de la frontera ha sido naturalizada como una actividad propia de los hombres de Charo, desde una visión funcionalista, en tanto se asumen más fuertes, osados, protectores y superiores, respecto a las mujeres que se quedan. El feminismo de la Segunda Ola ha intentado desarticular esta supuesta naturalidad que legitima a los varones para migrar, puesto que esconde relaciones de poder y subordinación hacia las mujeres de esta comunidad al considerarlas menos aptas para vivir las vicisitudes del cruce fronterizo de manera no autorizada. En tanto estos varones cruzan repetidamente hacia los Estados Unidos, las mujeres se mantienen dentro del espacio doméstico bajo el argumento del cuidado de los hombres.

El modelo dominante de masculinidad es tan irrealizable que pocos lo alcanzan, pero el riesgo de no migrar implica para estos varones poner en tela de juicio su masculinidad, a pesar de los costos económicos, físicos y emocionales que representó para cada uno de ellos el viaje a la

frontera desde el Centro-Occidente del país y el cruce indocumentado de la misma. El no saber qué pasará, cuánto tiempo les llevará llegar al “Norte”, también generó incertidumbre, aunque igualmente es subsumida por no considerarse propia de la masculinidad.

Aún cuando prevalecen los discursos que exaltan las características positivas de la migración, en los discursos de los participantes aparecieron en la partida sentimientos de tristeza por dejar atrás a la familia y a la comunidad; y en el cruce de la frontera afloraron sentimientos de temor por exponer la propia vida y de sufrimiento que el evento en sí mismo conlleva. El cruce de la frontera conlleva una dominación del cuerpo por encima de las emociones, como lo señala Seidler (2000), al realizar algunas prácticas de riesgo. El llevar al límite la resistencia física del cuerpo en el cruce fronterizo es racionalizada por estos varones como un sacrificio necesario. Estos elementos forman parte de los aprendizajes de género no sólo en el sentido de la valentía, sino también en el mandato de la responsabilidad. En la experiencia migratoria de estos varones en la partida y el cruce de la frontera confluyen procesos subjetivos, familiares y sociales, además de los económicos, que los coloca en diferentes posiciones de poder y privilegios respecto a otros hombres que tal vez ingresen a los Estados Unidos de manera autorizada y bajo otros criterios que les certifiquen para realizar trabajos calificados.


La estancia de los charenses en el “Norte”

En función a los michoacanos con larga historia migratoria, las redes sociales tejidas a través de la frontera y el tiempo son cruciales en el lugar de destino y en el tipo de las ocupaciones laborales de estos varones, ya que su función es sostener al recién llegado en las actividades iniciales y en el asentamiento. Estas redes son proveedoras de apoyo social, de prácticas de cuidado y protección de estos varones.

Respecto a los lugares de asentamiento, no encontré en Charo un patrón migratorio uniforme, ni una comunidad “espejo”, los lugares a los que migran los participantes de mi estudio son diversos. Sobre las ocupaciones laborales, se evidencia un cambio de actividades marcado por los años noventa, puesto que aquellos varones que migraron antes de esta década se dedicaron a la agricultura y posteriormente incursionaron en el área de la construcción y en el servicio restaurantero. La agricultura es coadyuvante de una migración de tipo circular entre los participantes, que cesó cuando los varones se insertaron en las recientes ocupaciones.

El trabajo, como elemento constitutivo de la representación de la masculinidad, se concreta con mayor fuerza y significado en esta fase del ciclo migratorio, es ineludible la adscripción de los participantes al trabajo en tanto sujetos genéricos. La condición migratoria no autorizada es propicia para que estos varones trabajen bajo condiciones laborales desfavorables, a través de la sobreexplotación por largas jornadas de trabajo y la escasa protección de sus derechos en esta materia. No obstante, para los participantes es mejor continuar con la noción heredada de la Modernidad y ser un sujeto hombre trabajador que vivir la incertidumbre del desempleo (Tena, 2007), de tal modo que perciben de manera satisfactoria su ocupación laboral en ese país. En tanto el trabajo es un eje vital a través del cual se organizan los aprendizajes de género a los cuales estos hombres se suscriben para alcanzar una identidad en su ser hombres, me pregunto ¿será posible que trabajen sin migrar las siguientes generaciones de varones charenses?

Estos varones percibieron ingresos monetarios constantes por su trabajo, no obstante, hay un uso diferenciado de éstos, en el que la edad y la situación conyugal son detonadores para que los hombres ejerzan o no su rol como proveedores económicos. Desde las trayectorias de vida de los participantes se puede observar que asumieron dicho mandato alrededor de los 20 años, siempre y cuando se hubieran casado y tuvieran hijos(as). Por ello, existe una diferencia importante entre la remuneración económica, la proveeduría y las remesas, puesto que no todos los hombres proveen y envían dinero de la misma forma o con la misma periodicidad. A diferencia del trabajo, no todos los hombres se adscriben al mandato de la proveeduría económica durante toda su trayectoria de vida. De tal manera que el rol de proveedor económico no se puede generalizar en todos los hombres por igual ni a cualquier edad. Este rol también cesa a la par que concluyen las relaciones de pareja, sea por muerte o separación, con la autonomía de los hijos(as) y/o con la vejez de cada hombre.

En los casos de los varones, como Manuel, cuya provisión económica fue constante durante su estancia en los Estados Unidos y fincada en la motivación de procurar el bienestar de sus familias, a veces hasta con alto costo sobre sí mismos “apretándose el cinturón”; permite que los hombres se adscriban a otros elementos de la representación de la masculinidad, tales como la autoridad hacia su familia, alcanzar la validación social como hombres honorables, responsables y ejercer el poder, cuya legitimación es avalada por el sistema sexo-género. De igual manera, a través del dinero, la construcción de la casa, y en general la adquisición de bienes materiales, pueden

alcanzar el reconocimiento público tanto dentro de sus redes de apoyo sociales en los Estados Unidos como en la propia comunidad. De tal modo que los bienes materiales simbolizan la capacidad de estos hombres de cumplir con la masculinidad. En este sentido, Giménez (1999) refiere que la identidad tiene polos entre la auto y la heteroidentificación, cuyo fundamento reside en el reconocimiento de los otros, ya que la identidad está fincada en la pertenencia al grupo y en la experiencia social.

Desde la representación de la masculinidad prevaleciente en Charo se mandata a los hombres adscribirse a la conformación de relaciones de pareja heterosexuales y a la paternidad, a la cual los participantes se inscribieron a través y durante su proceso migratorio. La autorepresentación está mediada por las experiencias diversas que cada uno de estos varones vivió en uno o en otro lado de la frontera. A excepción de los casos de Arnulfo y Gabriel, quienes se casaron y tuvieron hijos en los Estados Unidos, y de Dante, cuya esposa no lo esperó en Charo y se fue con otro hombre, el resto de los participantes formaron relaciones de “conyugalidad a distancia” ya que sus esposas se habían quedado en Charo (D’ Aubeterre, 2000). En estos casos, la relación que los varones sostuvieron con las mujeres (esposas, madres e hijas) estuvo caracterizada por el ejercicio del poder y la autoridad aún en la distancia, mediadas por el dinero de las remesas, mostrando un claro diferencial normado por el género entre los hombres y las mujeres, en el cual ellas siguen ocupando posiciones de subordinación y dependencia, y continúan con la práctica reiterativa (según la teoría de la performatividad de Butler, 1990) de encargarse de la crianza y el cuidado de los hijos(as) y, al mismo tiempo, de preservar simbólicamente la posición y el prestigio del varón ausente conforme a la representación de la feminidad, cuyo cumplimiento es vigilado por la comunidad.

La conformación de la subjetividad, la cual tiene residencia corporal, se configuró en el “Norte” con base a la supervivencia, la esperanza, la aventura, el orgullo dado por el múltiple conocimiento de habilidades adaptadas a la tecnología, la resistencia, el aguante y la capacidad de logro, ya que desde las relaciones de poder internacionales sustentadas en un sistema de rechazo y de discriminación por el que cruzan la raza, la nacionalidad y la condición migratoria, estos varones fueron tratados como inferiores, hombres trabajadores necesitados y explotados, pero al mismo tiempo rechazados, advenedizos e indeseables. Aunque las ocupaciones laborales dependieron en gran medida de las redes de apoyo, estos varones se suscribieron a trabajos considerados como

masculinos, a excepción de Arnulfo, a fin de socializar habilidades viriles relacionadas con la competencia, resistencia, fuerza y valor. El compromiso y la determinación mostradas fueron claves para desarrollar sus labores por largas y extenuantes jornadas, que coadyuvaron al disciplinamiento del cuerpo y a su objetivación, concebido como herramienta de producción, desde la lógica capitalista. Aunque experimentaron emociones de añoranza y tristeza por extrañar a sus familias, éstas fueron controladas por la razón y soslayadas bajo el mandato masculino de fortaleza, aguante, no rajarse, y no fueron suficientemente relevantes para sí, ni para los demás, como para interrumpir el proyecto migratorio y la reunificación familiar.


El proceso de adaptación en el contexto de retorno

La importancia de incluir el retorno en los estudios migratorios como una etapa más del ciclo migratorio reside en resaltar el proceso de adaptación especifico y complejo de la experiencia de cada varón, que incluye la motivación para regresar a la comunidad, los recursos tangibles e intangibles generados, los personales y sociales para reinsertarse en la familia, la comunidad, el mercado laboral y económico de Charo desde la década de 1990, en que comenzaron a regresar hasta el 2013. Del mismo modo, y de acuerdo con Rivera (2011) he enfatizado las continuidades, las tensiones y las paradojas a las que los participantes se enfrentaron subjetivamente en un contexto de retorno, el cual, por una parte, es económica y laboralmente desfavorable para sostener los elementos de la representación de la masculinidad, tales como el trabajo y la proveeduría, que habían ganado con su estancia en el “Norte”; y, por otra parte, su retorno les permitió (re)conformar sus relaciones de pareja pues en algunos casos la migración los confrontó con la ruptura de la(s) misma(s). Estos hombres se vieron interpelados a reformular la relación con sus hijos basada en una conexión emocional y en una presencia física que fuera más allá de la provisión económica.

Aunque los varones de este estudio han permanecido en Charo en un periodo de 3 meses a 16 años sin migrar, subjetivamente siguen alimentando la posibilidad de volver a los Estados Unidos, al pasado. La ambivalencia entre quedarse o irse ha colocado subjetivamente a estos hombres en una condición de incertidumbre que no les permite plenamente reinsertarse a la vida cotidiana en Charo. He identificado algunos factores económicos y políticos que han frenado una nueva salida al “Norte”, como la crisis que ha mermado el trabajo para los mexicanos en los Estados Unidos y la imposibilidad de reunir dinero para el pago del cruce, así como el clima antiinmigrante

que ha militarizado la frontera haciendo más difícil llegar al “Norte”, con los recurrentes encarcelamientos y la deportación.

Además de los factores económicos y políticos, aprecié otros elementos subjetivos que detuvieron una nueva salida de estos varones, sobre todo los relacionados con el deseo de estar con sus hijos e hijas, aún más que con su pareja. La expresión de la necesidad y la implementación de algunas estrategias para fomentar un vínculo parental más cercano que vaya más allá de la función de proveer económico. No obstante, los participantes reflexionaron sobre su paternidad con mayor profundidad en el contexto del retorno, no así durante su estancia en los Estados Unidos.

Así, a pesar de las dificultades que como individuos concretos han vivido en su experiencia migratoria, la mayoría de los participantes sigue reconsiderando volver a migrar a los Estados Unidos para completar metas ya trazadas, como terminar la casa, o porque resurgieron las necesidades económicas; pero sobre todo para seguir reafirmando elementos que son legitimados tanto por sí mismos como por los demás como símbolos de hombría: el trabajo, ganar dinero, construir la casa, proveer económicamente, la conformación de pareja, la paternidad y, por ende, ser “visto como hombres más responsables” de la familia, como lo mencionó Manuel, ya que la migración está imbricada con la representación de la masculinidad. Vega (2009), en sus estudios en la frontera norte de México, y Rosas (2008), en sus entrevistas con varones migrantes veracruzanos, encontraron que para los hombres es importante ser percibidos por sus compañeras como “buenos proveedores”, ya que a través de esta práctica legitiman su identidad de género como varones, sobre todo en contextos rurales. La presión de los participantes de no lograr una proveeduría económica emana del temor de que se produzcan castigos o sanciones en su contra, que van desde el rechazo de sus compañeras, el repudio de la familia y de la comunidad. De tal modo que al permanecer en Charo se encuentran en riesgo de no cumplir con tales mandatos y dejar en entredicho su ser hombre. Por ello y a fin de identificarse en un colectivo de sujetos de género masculino en la comunidad, los hombres participantes continúan autodefiniéndose como migrantes, que se fueron al “Norte” para trabajar.

Estos varones no presentaron problemas de salud física ni mental a su regreso, aunque sí presentaron niveles significativos de alcoholismo. Han manifestado diversas emociones que oscilan entre sentirse afortunados por los logros personales, materiales y familiares conseguidos a través de la migración, y tristes y deprimidos por la separación de su familia, enojados consigo

mismos por no aprovechar las oportunidades económicas que el “Norte” les ofreció, y arrepentidos por eventos ocurridos durante la trayectoria migratoria. El haber sido migrantes no les dio el reconocimiento ante la comunidad como señalaba Rivera (2011, pp. 322-323) de “el aventurero, el emprendedor, el pionero de nuevos proyectos cuando regresa a la localidad, aquél que se atrevió a ir en busca de mejores condiciones de vida para su familia”. La manera en que la comunidad los ha significado dependió más de lo que cada participante hizo con los recursos que trajo consigo, que se visibiliza en algunos casos con la construcción de la casa, pero también son vistos como despilfarradores del dinero, presumidos, problemáticos, arrogantes, borrachos, escandalosos, y al final estarán en las mismas condiciones que el resto de los habitantes de Charo: trabajando, no como quieren, y ganando poco dinero.


Discusiones

El individuo se constituye por medio de las formaciones discursivas del género, los varones charenses, a su vez, asumen la posición, los significados y las prácticas de la representación, con el objetivo de participar de una identidad masculina y por medio de ésta comunicarse en el orden simbólico del género en la comunidad. Por ende, quedarse en la comunidad sin vivir la experiencia migratoria significaría para los individuos no autorrepresentarse como hombres. Así, la migración de los hombres es también una práctica performativa (Butler, 1990), es decir repetitiva, ritualizada, constante y que ha perdurado a través del tiempo a modo de un elemento más que constituye a los sujetos de género masculinos.

La constitución como sujetos de género presentó ciertas continuidades, tensiones, dilemas y contradicciones en los hombres participantes, que cruzan con la edad y la trayectoria de vida. De manera general, a través de la experiencia migratoria todos los participantes asumieron los mandatos de la representación de la masculinidad de trabajar, proveer económicamente, formar una pareja, o varias, y de ejercer la paternidad. Estos elementos no son causales, ni lineales, los participantes se adscriben a ellos de manera entrelazada.

¿Me quedo o me voy?, parece ser el constante dilema de los hombres migrantes en el contexto del retorno frente al proceso de reinserción familiar, social y económica, sin embargo es difícil para ellos aceptar que, por un lado, la migración no es la fuente para resolver todas sus necesidades puesto que los recursos económicos y materiales son efímeros, por ejemplo se acaban

los ahorros, y, por otra parte, las condiciones de precariedad laboral y económica permanecieron en la comunidad. Los participantes reconocieron que las personas que se quedaron en la comunidad no son las mismas que dejaron años atrás, las parejas cambiaron sus actividades, los hijos crecieron, hay otras personas en el escenario glocal, y que ellos mismos, en mayor o menor medida, se han transformado a través de la experiencia migratoria y con el paso de los años. Estos varones se encontraron en el proceso de retorno ante situaciones ambivalentes entre, por un lado, permanecer en Charo con trabajos y sueldos precarios, pero junto a su familia; o por el contrario, volver a migrar para sostener la representación de la masculinidad del trabajo y la proveeduría económica, y los logros materiales visibles como la construcción de la casa, a cambio de la soledad y el alejamiento físico de sus familias.

En el contexto de retorno las condiciones económicas y laborales de la región Centro-Norte de Michoacán, donde se ubica la comunidad de estudio, dificulta que los hombres continúen respondiendo a las demandas de la representación de la masculinidad del trabajo y de la proveeduría económica eficiente. A partir de estos resultados y ante las condiciones migratorias de la era de Trump, se trabaja actualmente en un programa de atención psicosocial que promueva el bienestar subjetivo de los varones y su familia.


El trabajo y la proveeduría económica como dimensiones centrales en la representación de la masculinidad

Constituirse en un sujeto de género trabajador no depende de la situación conyugal ni de la paternidad, ya que estos varones se adscribieron al trabajo en uno y otro lado de la frontera estando solteros, casados, en unión libre o viudos, tuvieran o no hijos(as). Algunos varones ya tenía un empleo en la comunidad antes de iniciar su proceso migratorio, otros comenzaron su vida laboral a la par de su migración y la mayoría continuó laborando en Charo a su regreso. No obstante, el significado individual y comunitario del trabajo adquiere especial relevancia cuando se desarrolla en los Estados Unidos, ya que conlleva un sentido de valía personal, acompañada de satisfacción, orgullo y logro, puesto que lograron superar todas las dificultades: el cruce fronterizo, el desconocimiento del idioma, el sistema de rechazos racial, aprender a realizar otras actividades con las características particulares del contexto, y superar la amenaza de la “migra”.

No obstante, el mandato del trabajo puede convertirse en una carga difícil de manejar para

los hombres, ya que así como es un espacio de socialización de actitudes viriles, también presenta una organización jerárquica en donde no todos gozan posiciones de poder ni de prestigio y en los Estados Unidos estos hombres ocuparon la escala más baja, debido a su condición migratoria indocumentada y a los niveles básicos de escolaridad. Desde la política antiinmigrante de ese país, estos varones se han constituido también como un trabajador necesitado pero rechazado, un sujeto sin derechos pero sí con obligaciones, valioso pero prescindible. Valdría la pena profundizar en futuras investigaciones desde la mirada de los derechos humanos y laborales de los hombres en contextos migratorios e incidir en políticas públicas que los garanticen.

El constituirse en un sujeto trabajador bajo una lógica de productividad constante parece inhibir espacios para el descanso y el ocio, entre otras prácticas de autocuidado. En el retorno a Charo, la amenaza del desempleo se hizo presente por las condiciones económicas y laborales del entorno. Ante el desempleo, los varones pueden presentar malestares subjetivos asociados a la devaluación y el desprestigio social que generan incertidumbre, estrés, ansiedad, depresión, desesperanza y pérdida del sentido de vida. La falta o precariedad del trabajo repercute en otros elementos asociados con la representación de la masculinidad, sobre todo porque los ingresos económicos de los participantes están ligados al mismo.

El dinero representa simbólicamente una forma de poder y de ganar autoridad ante los demás, es decir respetabilidad social, por ende ante su escasez disminuye la autonomía personal y coloca a los varones en posición de dependencia hacia otros, también se ve mermada la autoridad y el control sobre las mujeres y los hijos(as). Realizar una proveeduría precaria coloca simbólicamente a los participantes en el terreno de constituirse como hombres frágiles, vulnerables, desprovistos de autoridad y de control sobre las mujeres y los hijos(as), y se exponen a la sanción pública y colectiva.

Los frutos de la proveeduría económica deben de materializarse físicamente, como la construcción de la casa, ya que simbólicamente representan la demostración pública de la hombría. Las pertenencias materiales son la evidencia de que hicieron “algo” y que aprovecharon la oportunidad de la migración. Los símbolos materiales denotan que estos hombres son responsables, “buenos hombres”, en tanto que su migración representó un sacrificio personal para el bienestar de los demás. No obstante, proveer económicamente es efímero y temporal, el dinero y las cosas materiales son recursos temporales, en tanto su ser hombre se sostenga en el mandato de la

proveeduría económica, entonces su masculinidad es precaria y necesita reafirmarse constantemente. Así, cuando los recursos se acaban, nuevamente contemplan en el “Norte” la posibilidad de obtener trabajo y dinero, con lo cual se sostiene la circularidad de la migración. Por tanto, en el caso de los hombres que no lograron acumular elementos materiales y económicos a su regreso a la comunidad connotaron la experiencia migratoria como un fracaso, como una pérdida de la oportunidad de haber logrado una estabilidad económica o poseer algo, con sentimientos de frustración, vergüenza y culpa, en parte por los señalamientos de los propios familiares aunque en mayor medida por los reclamos que ellos mismos se hacían.


La conformación de la relación de pareja

En la normatividad de género de Charo las relaciones heterosexuales son aceptadas y legitimadas a través del matrimonio, ya que la familia es reconocida como una institución desde y para la cual se regula y socializa el género. La representación de la feminidad establece para las mujeres de Charo que deben formar una familia, estar casadas, ser madres y encargarse del cuidado y la crianza de otras y otros individuos, primordialmente de sus hijas e hijos. Del mismo modo, los varones que participaron en mi estudio se adscribieron al mandato de conformar una relación de pareja, como he señalado, algunos de ellos estaban casados antes de migrar, otros lo hicieron a la par de su migración en uno y otro lado de la frontera, mientras que algunos otros varones concretaron su relación de pareja en su retorno a Charo. En este sentido, ser un hombre migrante también simbolizó ser una mejor opción para las mujeres de Charo, en tanto funge como una garantía de que será un hombre responsable, “buen” padre, “buen” esposo y “buen” proveedor económico, aunque en la realidad no necesariamente exista una correspondencia.

Al parecer, para los hombres de esta investigación se tornó importante crear, mantener y escalar en el posicionamiento social tanto en Charo como en los Estados Unidos. Por ello, entre las funciones de las mujeres-esposas que se quedaron en la comunidad estuvo el “guardar”, cuidar y mantener la posición social de su pareja frente a la comunidad, mientras el hombre-esposo estuvo los Estados Unidos. En los casos de los hombres cuyas parejas los esperaron, cuidaron de los(as) hijos(as), usaron adecuadamente las remesas y fueron construyendo la casa, les fue más fácil volver a reinsertarse en la comunidad. Por ello, concluyo que las mujeres-esposas juegan un papel importante en la constitución de la subjetividad masculina de estos varones durante su experiencia

migratoria. El reconocimiento hacia las mujeres queda velado tanto por los hombres como por ellas mismas, ya que se enmascara con el deber ser de la representación de la feminidad. No obstante, desde los discursos de los participantes, las mujeres y las hijas(os) fueron un fuerte aliciente para buscar mejores empleos y una mayor remuneración económica en los Estados Unidos.


El ejercicio de la paternidad

La paternidad, por un lado, impulsó el proyecto migratorio de algunos de estos varones para proveer económicamente a los hijos e hijas que ya se tienen. Al parecer, en el momento de la partida no se presentaron procesos reflexivos sobre los costos emocionales que pudiera acarrear en los niños y niñas la ausencia física del padre. No obstante, en el contexto de retorno a Charo, ante los signos de la existencia de profundas brechas emocionales entre algunos varones y sus hijos, que en algunos casos llegaron al extremo del no (re)conocimiento, éstos lograron cierto entendimiento de que la proveeduría económica no suple su presencia física como padres. La experiencia de una paternidad a distancia fue señalada por los participantes como uno de los mayores costos emocionales de la migración; ya que implicó perderse eventos importantes en la vida de sus hijos, como el nacimiento, los cumpleaños, los eventos escolares, entre otros. Por ende, quienes tuvieron la oportunidad de tener a sus hijos en Charo hicieron esfuerzos para recuperar la confianza y mejorar las relaciones a través de otro tipo de expresiones basadas en la cercanía, la atención, la convivencia, que fueran más allá de la provisión económica. El deseo de estar con sus hijos e hijas constituyó una motivo suficiente para detener futuras migraciones, aún más fuerte que la relación con su pareja.

A partir de los hallazgos de esta investigación sobre la paternidad, desde los cuales estos hombres se mostraron vulnerables ante la amenaza de perder la relación con sus hijas(os) por la distancia física que conlleva su migración, me planteo como posibles líneas de investigación futuras el tema de la paternidad en contextos migratorios, en uno y otro lado de la frontera, considerando a los hombres como unidades centrales de análisis. Al mismo tiempo, cabría preguntarse ¿cómo se encuentran en la actualidad los hijos de los once participantes?, sobre todo aquellas hijas e hijos que se quedaron en los Estados Unidos, y con los cuales los hombres migrantes de retorno no tenían una relación ni a distancia, como los casos de Arnulfo, Gabriel y Federico, cuyos hijos residían en los Estados Unidos. La paternidad en contextos migratorios plantea el reto de incluir a los propios hijos como actores del mismo proceso, a fin de conocer el

significado que han construido de un padre migrante, como lo hizo Parreñas (2008) en su estudio.


Conclusiones. “Las tensiones y contradicciones de la subjetividad masculina”

No hay una causalidad ni una linealidad, sino por el contrario, las técnicas y estrategias discursivas de la representación de la masculinidad están relacionadas con la adscripción de los hombres a ésta a través de la autorepresentación; del mismo modo en la experiencia migratoria están presentes la dimensión subjetiva y emocional, que tiene residencia corporal. Los privilegios que la masculinidad pudiera otorgar a los hombres, también conlleva el peso de la obligación de cumplir con el rol asignado y asumido culturalmente, desde el cual existe una dificultad para identificar, nombrar y reconocer las emociones, los malestares y las tensiones subjetivas.

Para los hombres participantes el peso de la normatividad de género los proyectó a cumplir con los mandatos de la representación de la masculinidad, a pesar de que también es un ideal complejo de alcanzar en su plenitud y conlleva costos emocionales. Al no suscribirse a la representación de la masculinidad, los varones quedan expuestos a las sanciones, el desprestigio y los castigos colectivos. Dicha valoración provocaba temor y frustración en los participantes, sobre todo cuando alcanzar la representación de la masculinidad se torna casi imposible en las condiciones de precariedad macroestructurales de la región, y que contradictoriamente a cambio de cumplir con el ideal de ser un hombre trabajador en los Estados Unidos y proveer económicamente representaba “sacrificar” el rol de esposos y padres, también demandados por la misma representación.

Las condiciones en que regresan los hombres a la comunidad también jugaron un papel determinante en el reconocimiento social, que parece ser la confirmación colectiva de la masculinidad. Por ejemplo, quienes regresaron deportados, sin ahorros, sin casa en la comunidad, sin pareja y sin relacionarse con sus hijos fueron señalados como hombres fracasados por no haber capitalizado su migración, en comparación con aquellos que regresaron por reunificación familiar con sus respectivas parejas e hijos, que además habían construido una casa y tenían alguna forma de ganar dinero a través de las tierras de cultivo o bien de haber conseguido ser dueños de las unidades de taxis, con respecto a quienes los alquilaban. En estos casos, los elementos de la masculinidad valorados colectivamente por la normatividad de género en Charo reforzaron las características de dureza, fortaleza, valentía, violencia, racionalidad, inteligencia, responsabilidad,

capacidad de proveeduría económica, y por ende la autoridad y el poder sobre todo hacia las mujeres.

Si bien es difícil mantenerse al margen de las formaciones discursivas de la representación de la masculinidad, como lo señala De Lauretis (1984), la negociación más significativa que lograron hacer algunos de los participantes estuvo centrada en el terreno de la paternidad en el contexto del retorno. Estos varones intentaron generar una relación más cercana emocionalmente con sus hijas e hijos, más allá de la función exclusiva de proveedores económicos.

Los participantes se encontraban en el dilema de quedarse en Charo o irse a los Estados Unidos y presentaban dificultad de diseñar y autogestionar un plan que les permitiera construir una vida en un solo lado de la frontera, subjetivamente estaban atrapados entre dos mundos: físicamente presentes en el “aquí” y anhelando lo que simbólicamente el “allá” puede darles. Por el contrario, los participantes viven en una realidad transnacional glocal, que no les permite adaptarse plena y satisfactoriamente a la comunidad.

Sobre al autocuidado del cuerpo, éste no es un elemento valorado por los varones que participaron en el estudio. El cuerpo fue utilizado como un elemento disociado del individuo, puesto que fue un medio útil para alcanzar los objetivos para mantener y sostener la productividad laboral que redituó en remuneración económica. El cuerpo de los hombres fue mecanizado por ellos mismos, fue atendido cuando no pudo continuar funcionando y no hubo señales de autocuidado. Por el contrario, los participantes realizaron mayoritariamente prácticas de riesgo para su integridad física y su bienestar subjetivo, tales como el cruce indocumentado de la frontera, presentar un nivel significativo de consumo de alcohol, en la mayoría de los casos, antes durante y después de la migración, lo que hace suponer que dicha práctica está relacionada con la representación de la masculinidad, sobre todo como mecanismo a través del cual estos hombres charenses manejaron las emociones. De igual manera, los actos de violencia realizados por algunos participantes se encuentran asociados a sus aprendizajes de género.

Al observar la subjetividad de estos hombres migrantes emergieron otras preguntas que pudiera continuar explorando, ¿cómo se adscribirían estos hombres a la representación de la masculinidad sin migrar al “Norte?; si los aprendizajes de género masculinos traspasan las fronteras hacia los Estados Unidos, ¿sería factible incorporar a su vida en Charo aquellos aprendizajes generados en el “Norte” que coadyuven a construir relaciones de género con las mujeres cada vez

más igualitarias?, ¿cómo evocar reflexiones en los contextos de la partida que concienticen a los hombres sobre los costos subjetivos de la migración?, ¿cómo atender el malestar subjetivo de los hombres en su retorno a Charo cuando no cumplen con el ideal de la representación de la masculinidad?

Finalmente, la práctica de la migración de estos hombres de Charo está imbricada en procesos sociales más amplios, pero sobre todo sostenida en y por el género. En la experiencia migratoria estos varones continuaron constituyéndose en sujetos generizados, aunque subjetivamente padecieron los efectos de tal condición, ya que las tensiones y contradicciones vividas, con mayor fuerza en el proceso de retorno a su comunidad, fueron a la vez generadas por las mismas demandas de la representación de la masculinidad así como por las dificultades para continuar adscribiéndose.


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Notas


1 Yvette Flores y Ericka Cervantes realizaron de 2012 a 2014 la investigación titulada “Impacto de la migración en la salud mental y el funcionamiento familiar de hombres michoacanos”, financiado por el Programa de Investigación en Migración y Salud (PIMSA), de la Iniciativa de Salud de las Américas, de la Universidad de California, Berkeley (Flores y Cervantes, 2016).



2 Charo significa "Tierra del Rey Niño". Se localiza al norte del estado de Michoacán. Limita al norte con Tarímbaro y Álvaro Obregón, al este con Indaparapeo; al sur con Tzitzio y al oeste y suroeste con Morelia. Su superficie es de 323.16 kms2, su uso es primordialmente forestal y en menor proporción ganadero y agrícola. Tiene una población rural, no indígena, de 21,723 habitantes, de los cuales 11,463 son hombres y 10,260 son mujeres.

3 Salgado (2007) plantea un modelo de fases, más o menos generalizado, que sigue la mayoría de los

migrantes mexicanos que se van a los Estados Unidos, el cual incluye la planeación, el cruce, la llegada y el retorno. Las fases aquí descritas son de elaboración propia y surgen de los acercamientos al objeto de estudio.

4 A fin de cuidar y garantizar el anonimato de los participantes he sustituido sus nombres por unos ficticios. 5 La migración de los participantes hacia los Estados Unidos se puede encuadrar en dos periodos: el primero antes de la Ley Simpson-Rodino de 1986 que trajo consigo una era de la migración indocumentada; y el

segundo delimitado por los atentados terroristas de las Torres Gemelas en 2001, a partir de los cuales las políticas antiinmigrantes se recrudecieron unilateralmente por parte del gobierno estadounidense, con la consabida militarización de su frontera con nuestro país y los riesgos que esto ocasionó para cruzar la frontera indocumentadamente.