Indígenas otomíes de Ixmiquilpan, Hidalgo en el Norte de Texas: apuntes sobre la migración femenina y la precarización del trabajo indocumentado en Estados Unidos


Otomi indigenous people of Ixmiquilpan, Hidalgo in North Texas: notes on female immigration and unequalization of undocumented workers in the United States


Ambar Paz Escalante1


Resumen: La presente ponencia se centra en la migración reciente de las mujeres otomíes del Estado de Hidalgo (del municipio de Ixmiquilpan), que se han asentado en el Norte de Texas, como parte de proyectos migratorios familiares que iniciaron desde la década de 1990. Desde una investigación de corte cualitativo -basada en trabajo de campo- nos acercaremos a las experiencias que ellas tienen como mujeres, indígenas, inmigrantes, indocumentadas, en el contexto actual de Estados Unidos. Se destacarán los rubros de trabajo, violencia y resiliencia, para contextualizar la experiencia cotidiana que ellas tienen en Texas.


Abstract: This paper focuses on the recent migration of Otomi women from the State of Hidalgo (from the municipality of Ixmiquilpan), who have settled in North Texas, as part of family migration projects that began in the 1990s. We used a qualitative research -based on fieldwork- to approach the experiences they have as women, indigenous, immigrants, undocumented, in the current context of the United States. The areas of work, violence and resilience will be highlighted in order to contextualize the daily experience they have in Texas.


Palabras clave: migración; indígenas; otomíes; mujeres; Texas


Introducción

La migración que las familias otomíes del estado de Hidalgo a Estados Unidos es una migración reciente que se expandió desde finales del siglo XX y que ha sido poco estudiada debido a que no parte de lo que se conoce como la “región histórica de la migración” la cual se centró -hasta la década de 1990- a los estados de Aguascalientes, Durango, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, San Luis Potosí y Zacatecas; estos estados presentaron una migración mayormente masculina, circular



1 Licenciada en Etnología (ENAH), Magister en Derechos Humanos, Interculturalidad y Desarrollo por la Universidad Pablo de Olavide, Maestra en Antropología Social (CIESAS), Doctorante en el postgrado de Antropología Social en CIESAS-DF en la línea de investigación Violencias, Géneros, Migraciones, Sexualidades. Correo: ambarpaz@hotmail.com

y los destinos migratorios fueron los estados norteamericanos se California, Illinois y Texas (Arias, 2013: 89).

La migración de los otomíes a Estados Unidos ha sido estudiada desde las ciencias sociales desde la segunda mitad del siglo XX; las investigaciones que existen sobre ésta son diversos, así como los métodos y enfoques que se han utilizado para aproximarse a este fenómeno social. Pocos estudios se han desarrollado desde la Antropología -disciplina que se ocupa de recabar datos empíricos a través del trabajo de campo y la observación participante- con el objeto de investigar qué sucede con los grupos de migrantes otomíes en las ciudades norteamericanas de su destino migratorio, cabe destacar que los que existen se han realizado principalmente en el estado de Florida (Fortuny Loret de Mola and Juárez Cerdi, 2007; Solís Lizama and Fortuny Loret de Mola, 2010a).

Uno de los aportes que presenta el siguiente documento es partir de datos etnográficos, recabados a través de trabajo de campo antropológico, sobre esta migración de otomíes en un sitio que no ha sido estudiado y que es un importante destino migratorio para ellos y que es el Norte de

Texas, en la región que se conoce como la Metroplex de Dallas-Fort Worth. Para que tengamos una noción geográfica sobre la migración de los otomíes a Estados Unidos muestro en el siguiente mapa sus principales destinos migratorios; es importante aclarar que éste lo hice con base en fuentes bibliográficas sobre investigaciones que hablan sobre los destinos migratorios de este grupo indígena (Dow, 2002; Serrano, 2006; Quezada Ramírez, 2008; Rivera Garay y

Mapa 1 Destinos migratorios en Estados Unidos de los otomíes de Hidalgo


Elaboración personal, en colaboración con AntropoSIG CIESAS-DF

Quezada Ramírez, 2011; Quezada Ramírez, 2015; Lopes Pacheco, 2015).

En el Mapa 1 destaco en color azul la región donde realicé trabajo de campo, en 2016, con otomíes migrantes originarios del municipio de Ixmiquilpan, el cual se considera parte de El Valle del Mezquital que es una región caracterizada por tener una fuerte presencia de personas del grupo indígena otomí.

La Metroplex de Dallas-Fort Worth es el área metropolitana más grande que tiene Texas ya que cuenta con una extensión de 26,500 km2; se localiza en el Norte de ese estado y se compone por 12 condados y 11 ciudades que son: Dallas, Fort Worth, Arlington, Plano, Garland, Irving, Grand Praire, Mesquite, Carrollton, Denton y McKinney. Se estima que la población total es de más de 6.6 millones de habitantes.


Mapa 2. Ciudades de la Metroplex de Dallas-Fort Worth en donde habitan los otomíes de Hidalgo


Elaboración personal, en colaboración con AntropoSIG CIESAS-DF

Las personas y familias otomíes de Hidalgo viven y trabajan en diversos puntos de la Metroplex, en el Mapa 2 muestro cuáles son las ciudades en los que registré asentamientos dispersos de las familias que radican en esta zona metropolitana de Texas. Los otomíes transitan diariamente por la región que se muestra en este mapa y, al igual que los demás habitantes de esa

zona, se desplazan principalmente en automóvil a través de los freeway, aunque una buena parte de las mujeres -que no saben manejar- optan por utilizan el transporte público (metro, tren y autobuses) para desplazarse al trabajo, o para hacer todo tipo de actividades.

Las personas de origen otomí, que pertenecen a la región de El Valle del Mezquital, tienen una larga historia familiar de emigración, primeramente, los procesos migratorios se realizaron como desplazamientos al interior de la República Mexicana, ya que de Hidalgo se dirigían a grandes ciudades como es el Distrito Federal; esta migración se caracterizó por ser principalmente femenina, donde las mujeres trabajaban como empleadas domésticas de planta en casas de familias adineradas. Dentro de estos flujos migratorios femeninos se pueden ubicar dos períodos, el primero va de 1930 a 1960 y el segundo de 1960 a 1980 (Quezada, 2008).

Y en un tercer periodo la migración otomí se transformó de una migración de corte nacional a una de corte internacional, esto ocurrió a partir de la década de 1980 y continúo consolidándose en la década de 1990 y durante la primera década del 2000. Este flujo migratorio se dirigió hacia Estados Unidos y comenzó como una migración masculina, pero a partir de 1990 las mujeres comenzaron a integrarse. Es importante destacar que hasta la fecha no existen registros, a manera de censos o conteos, que permitan conocer el número aproximado de hombres y mujeres otomíes en Estados Unidos.

La migración laboral -nacional e internacional- ha sido la alternativa económica que han adoptado la mayoría de las familias otomíes para el sustento familiar y comunitario, ya que en las comunidades de origen se vive pobreza a causa de los bajos salarios que se tienen en el campo, en el estado de Hidalgo (Rello y Saavedra 2013).

Por esta razón, Hidalgo ha pasado a ocupar el décimo lugar a nivel nacional como expulsor de migrantes ya que según el censo de 2006 hay unos 250 000 hidalguenses en Estados Unidos (Solís y Fortuny 2010). Brígida, es una mujer otomí de 55 años de edad que desde hace once años llegó a vivir a la Metroplex de Dallas-Fort Worth como indocumentada y explica desde su propia experiencia por qué ella, así como otras personas otomíes, han llegado a Texas a trabajar como indocumentadas:


Muchas personas que se han venido es por la necesidad de que allá en diferentes pueblos no tenemos oportunidades, falta de trabajo en los pueblos, entonces la gente se viene para

acá [Metroplex] porque son pobres. En muchas comunidades no tienen ni luz ni agua, sus casitas son de techo de cartón, de lámina, sus bardas son de órgano [cactus], y en las sierras también la gente vive muy pobremente. En muchos lugares la gente no tiene cómo sobrevivir y por esa razón muchos de los jóvenes, tanto hombres como mujeres, emigran para acá, para este país y pues aquí uno tenga o no tenga papeles aquí le busca y gracias a Dios como buenos mexicanos trabajamos, nosotros los mexicanos, los hispanos sacamos el trabajo adelante (Entrevista a Brígida, realizada en Garland, Texas en septiembre de 2016).


Como lo expresa Brígida, la migración de los otomíes a Texas está enfocada en el trabajo, ellos prestan su mano de obra indocumentada, para tener dólares mismos que envían como remesas a sus localidades de origen. Estas remesas han generado transformaciones significativas en el paisaje, economía y desarrollo social en toda la región de El Valle del Mezquital. Basta con recorrer Ixmiquilpan y sus alrededores para observar la arquitectura que tienen las casas y negocios, que distan de lo que Brígida vio cuando era niña: casas elaboradas con fibras y cactáceas de la región, con pisos de tierra y ausencia de inmobiliario. Hoy día, gracias a los “migradólares” que han llegado a Hidalgo -desde la década de los ochenta del siglo pasado- las casas son construidas con block o ladrillo, algunas son de dos o más pisos, y las personas tienen transportes personales, ropa, inmobiliario, tecnología, estudios; las remesas también se reflejan en remodelaciones de las plazas, iglesias y espacios públicos.


Ser mujer, indígena y trabajar como indocumentada en Estados Unidos

Durante década de los ochenta del siglo pasado las redes masculinas de migrantes otomíes se fortalecieron y diversificaron en su asentamiento en diversas ciudades del Norte de Texas, estas incursiones que los hombres tuvieron en el trabajo en Estados Unidos, se convirtieron en experiencias exitosas que atrajeron a más migrantes de Hidalgo entre los que se encontraron las mujeres otomíes. Algunas decidieron emigrar a Texas a manera de reunificación familiar, y otras fueron solteras -con ayuda de sus hermanos o padres quienes estaba en Texas y que las apoyaron con el costo del viaje- con la finalidad de trabajar y enviar remesas para complementar los ingresos de sus unidades domésticas en sus localidades de origen, mismas que administraban sus padres desde Ixmiquilpan, Hidalgo (Paz, 2017).

Las mujeres comenzaron a integrarse en esta migración a principios de la década de los noventa; ellas tenían previamente las experiencias de la migración nacional hacia grandes ciudades de México como Pachuca, Querétaro y la Ciudad de México, pero la posibilidad de ganar un sueldo en dólares fue un incentivo mayor para que las mujeres solteras realizaran un desplazamiento laboral hacia Estados Unidos, muchas de estas mujeres eran menores de edad en el momento de realizar el cruce migratorio. Por su parte, las mujeres que estaban casadas y tenían un conyugue viviendo en Texas y que decidieron migrar por reunificación familiar llevaron consigo a sus hijos pequeños nacidos en México, y otras los dejaron encargados con sus madres en sus pueblos.

Ya fueran solteras o casadas, las migrantes no estuvieron solas para emprender el viaje a Estados Unidos. Todas tenían familiares cercanos que ya estaban asentados en Texas y que estuvieron dispuestos a apoyarlas de diversas formas. Entre estas destacan: 1) el envío de dinero para pagar el viaje de Ixmiquilpan a la frontera; 2) el acompañamiento durante el trayecto migratorio: desde Ixmiquilpan hasta Ciudad Acuña, Coahuila, mostrándoles el camino que duraría 6 días de caminata por el desierto; 3) el alojamiento en sus casas, brindándoles alimentos, e introduciéndolas en la vida cotidiana; 4) la búsqueda entre sus contactos laborales de ofertas de trabajo para que se integraran a laborar; 5) la compañía y el apoyo emocional.

Si bien las historias de migración de las mujeres otomíes son diversas, al menos existe un patrón similar en tanto al apoyo que encontraron con familiares varones -hermanos, esposos, padres, primos- que ya estaban asentados en Texas. Estos compartieron con ellas sus experiencias previas para vivir y trabajar en DFW. Dichos estos saberes, socializados entre más otomíes Ixmiquilpan -de las cuales muchas fueron mujeres- dio pie a la conformación de una creciente y consolidada comunidad otomí transnacional.

Las mujeres suelen desplazarse a sus trabajos en transporte público, pero en la época de frío o de lluvia y no hay este servicio, pueden llegar a perder su empleo. Muy pocas de ellas saben manejar, y dependen del apoyo de un hombre de su familia que las lleve y las traiga del trabajo en esa época: “Una aquí sufre, se sufre bastante cuando es el tiempo del hielo a veces si tienes carro, y no está bien el camino, las llantas se empiezan como a patinar y se resbalan y chocan los carros, y en el tiempo de las lluvias pues igual, la gente no puede estar encerrada, uno tiene que trabajar”. (Entrevista a Brígida en Garland, septiembre de 2016).

En general los trabajos -que desempeñan tanto hombres y mujeres en la Metroplex-

demanda resultados continuos y eficientes lo que les deja poco tiempo para el reposo y la recreación. Aunque las mujeres estén bajo techo, tienen que desempeñar trabajos que les demandan productividad y alta eficiencia por parte de sus supervisores. Brígida comenta que estuvo trabajando en un hotel en donde la ponían a hacer la limpieza de cincuenta cuartos en tan solo ocho horas, lo cual le comenzó a traer problemas de salud:


Salía toda presionada, con dolor de cabeza porque es mucha presión al decirte ‘lo tienes que hacer si no, no te pago’ y a mí me obligaban a hacer eso y pues sí me tenía que apurar para hacer mi trabajo y así de esa forma yo duré 3 años y 8 meses y estaba lejos y estaba cansada. Y creo que de ese tiempo hasta me empezó a dar migraña, había días que se me nublaba la vista y no podía detenerme porque tenía que seguir… (Entrevista a Brígida en Garland, septiembre de 2016).


Ya que la mayor parte de los migrantes otomíes están como indocumentados en Estados Unidos, los trabajos que han realizado en la Metroplex, los han conseguido con “papeles chuecos” es decir con documentos de seguridad social que pertenecen a otra persona. Dada esta condición, ellos no tienen los derechos laborales que sí tiene una persona con nacionalidad o residencia norteamericana:


Nosotros al estar aquí lo que caiga de trabajo, lo que sea: limpiando casas, haciendo limpieza en las oficinas, trabajando en restaurantes, lavando trastes, haciendo la comida o trabajando en hoteles como recamareras… en los hoteles muchos trabajan con papeles buenos y otros no… hay lugares que te pueden dar trabajo sin papeles y ahí gracias a Dios no nos han abierto las puertas. (Entrevista a Brígida en Garland, septiembre de 2016).


Al estar sin documentos legales para trabajar se ven vulnerables frente a los bajos salarios, los horarios laborales más extensos y a los trayectos más largos. Además, es común que sean echados de sus trabajos cuando “checan los papeles”, que es una forma común de echar a los indocumentados de los trabajos.

Esto le sucedió también a Lupita, quien estaba trabajando en una fábrica de submarinos en

Arlington, junto con su esposo, su hermana y su cuñado: “Empezaron a chequear [sic] los papeles y ya fueron saliéndose todos los mexicanos de ahí. Fue cuando pasó todo eso del 9-11. Primero había mucho trabajo y luego ya empezaron chequear [sic] los papeles, y en sí ese trabajo en los sí era pesado”. (Entrevista a Lupita en Dallas, octubre de 2016).

La vulnerabilidad de los migrantes otomíes en el mercado laboral estadounidense tiene un tipo de afectaciones en relación con las identidades de género de los hombres, según el trabajo de María Luisa Femenías (2011), en la migración internacional, los grupos de migrantes que ocupan espacios laborales con carencias diversas como la falta de prestaciones, los salarios bajos, o los trabajos más demandantes, son sectores sociales que están feminizados. Esto quiere decir que los trabajos que realizan están subvaluados frente a otros sectores laborales que presentan mejores condiciones:


Los procesos actuales de globalización redefinen no sólo el lugar de las mujeres, sino de todo aquel que por definición estructural quede feminizado. Se trata de un proceso complejo de inferiorización naturalizada donde los “otros” (mujeres, negros, pueblos originarios, migrantes, desplazados, pobres, marginales) deben ocupar sus lugares inferiores naturales y actuar en consecuencia como sostén de la jerarquía patriarcal, ahora en crisis, en vías de redefinición. (Femenías 2011: 97).


Las mujeres y los hombres otomíes viven una feminización de sus vidas laborales, es decir, son subvalorados frente a otros grupos sociales, por sus condiciones de género, de estatus migratorio y de raza; esto impacta directamente en sus vidas laborales en Estados Unidos situación que no les permiten acceder a trabajos mejor remunerados o con prestaciones laborales.

Erika narra su experiencia sobre cómo percibe tratos diferenciados en el trabajo por ser indocumentada; ella lo ve al convivir con otras mujeres que viven igualmente racializadas y marginadas -al ser negras y pobres-, pero Erika percibe que esas mujeres negras sólo por tener documentos legales para trabajar pueden negarse a recibir tratos denigrantes y de explotación laboral en el trabajo, cosa que Erika y las mujeres mexicanas no pueden hacer por tener los “pareles chuecos”:

Ahora estoy trabajando en un hotel limpiando cuartos y pues sí ahí con casi todo los que trabajo son gente sin papeles porque son los que más trabajan y a los que les pagan menos [risas], y son los que ahí quieren porque son a los que les sacan más el trabajo.

Ahí había una morena [mujer negra] y no trabajaba porque ella decía que quería todos sus derechos y a nosotros nos dan nada de beneficios, los días festivos ahí tenemos que trabajar, los días festivos es cuando hay más trabajo y por eso nos quieren ahí, y pues sí hay trabajo limpiando cuartos, haciendo camas, y es cansado y aquí con los niños, pues sí es cansado. (Entrevista a Erika en Dallas, noviembre de 2016).


Este tipo de circunstancias se pueden leer como feminización sobre el cuerpo de algunos sectores de la sociedad, y se ve claramente en como las condiciones laborales son diferentes para cada grupo social según la clase, la raza, el género y la condición etaria: “Tan sencillo te lo voy a poner, ¿quién corta el pasto? Un mexicano, ¿quién es el que anda en los restaurantes? Mexicano

¿quién es el que anda en la construcción? Mexicano ¿quién es el que anda haciendo el roofing? Mexicano”. (Entrevista a Sergio en Fort Worth, octubre de 2016).

La feminización hacia los migrantes mexicanos indocumentados en Estados Unidos impacta igualmente a hombres y a mujeres; los hombres se encuentran “a la par” que las mujeres en tanto a los salarios, la explotación y la ausencia de prestaciones laborales, situación que pone en riesgo la identidad masculina frente a la femenina pues en el imaginario patriarcal los hombres deben ser valuados por encima de las mujeres. (Femenías, 2011).

Es importante revisar los salarios que reciben los otomíes sin documentos en la Metroplex, para pensar cómo se viven estos raseros salariales para hombres y mujeres migrantes sin documentos. En el trabajo masculino el mínimo que pueden ganar por hora son 6 dólares, por ejemplo, como repartidores de pizza, donde deben poner su coche y la gasolina para poder ejercer dicho trabajo.

Otros hombres ganan 11 dólares la hora cortando la yarda -pero ese trabajo es de temporal porque cuando cae nieve en diciembre deja de haber trabajo-; otros ganan 12 dólares poniendo teja (roofing) o pintando casas, y los que ganan un mejor sueldo son los de la construcción que perciben 15 dólares por hora. Y el hombre otomí que más gana por hora es el que trabaja para una compañía de electricidad que le paga a 16.50 la hora, pero éste tiene papeles y además cuenta con estudios

universitarios por el Instituto Politécnico Nacional de México.

En el caso de las mujeres ellas han encontrado trabajos que van desde el mínimo que es 6 dólares en un restaurante haciendo tortillas. Las mujeres que trabajan en la maquila ganan entre 7 dólares a 8 dólares por hora, y el over time que les suele convenir es de 11.50 dólares por hora. Las mujeres que están como recamareras en hoteles ganan alrededor de 8.50 dólares por hora. Y en limpieza ganan entre 8.50 dólares a 9 dólares por hora.

Los horarios que cubren mujeres y hombres pueden variar, el tiempo completo son 8 horas, el medio tiempo 4 horas, el overtime son las horas extras que se trabajan pasando las 8 horas reglamentarias de la jornada laboral diaria. Hay personas que trabajan en dos trabajos diferentes uno por la mañana y otro por la noche, por lo que en un día laboral están trabajando alrededor de 12 horas.

Los hombres son los que optan por tener dos trabajos, mientras que las mujeres están en un solo trabajo de tiempo completo, ya que al regresar a sus casas se encargan del trabajo doméstico como es limpiar, lavar la ropa y preparar la comida, actividades que siguen siendo consideradas en Estados Unidos como sus responsabilidades.

Las mujeres con hijos pequeños suelen dejar de trabajar para encargarse del cuidado de éstos, y en ese tiempo en el que se tienen que quedar en sus casas aprovechan para realizar actividades laborales complementarias para subsidiar algunos de sus gastos. Estas actividades complementarias son el cuidado de otros niños pequeños en sus departamentos, la elaboración de comida para hombres que no tienen quien les prepare el “lonche”1, la venta de productos por catálogo, entre otras.

Según Femenías, en la migración las identidades tienden a complejizarse por lo que las mujeres alcanzan a desarrollar espacios que les ayudan a tener agencia sobre sus vidas. Mientras que los hombres tienen que esforzarse y a trabajar más horas para que el rasero, que los mantiene a la par de las mujeres, vuelva a estimarlos por encima de las mujeres; es por esto que los hombres buscan trabajar más horas que las mujeres para percibir el doble de ingresos que ellas.

A la par, el trabajo doméstico que las mujeres desempeñan en sus hogares no es remunerado, lo que las vuelve a colocar por debajo de la productividad y de la supuesta “valía” de los hombres, pensando en los parámetros patriarcales que se utilizan para estimar el valor de los hombres sobre el de las mujeres.

Las mujeres otomíes que trabajan han logrado espacios de agencia porque pueden tener ingresos que las lleven a concretar sus proyectos de vida de una forma más o menos independiente en relación con los mandatos del patriarcado otomí. Y aunque las condiciones laborales que tienen en Estados Unidos no son del todo satisfactorias, han logrado buscar las maneras de poder paliar las violencias con las que les ha tocado lidiar en su migración -ya sea en el trabajo o dentro de su familia- y que tienen que ver con violencias estructurales como son el racismo, el clasismo y la violencia de género (machismo).

En el siguiente apartado comento el caso de una familia otomí en donde se encuentran diversas experiencias femeninas en el trabajo. Algunas trabajan al interior de negocios familiares que lideran los hombres y otras son dueñas de negocios que ellas mismas han emprendido y que administran por su propia cuenta. Las diferencias en cómo ellas se insertan en el trabajo en la Metroplex, así como qué tan dentro de las redes de los hombres se encuentran, es lo que brinda matices en los espacios de empoderamiento femenino que logran tener algunas de ellas con base en sus experiencias laborales.

Hoy en día ser ilegal es sinónimo de ser criminal y dentro del discurso de Donald Trump, los inmigrantes mexicanos son considerados “violadores” y “asesinos”. Este discurso nacionalista que incita al odio contra este sector de la población -que es deshumanizado- lo fue mostrado desde la campaña electoral que este candidato del partido Republicano y logró generar miedo y rechazo entre los inmigrantes mexicanos indocumentados, ya que él presentó propuestas racistas, antiinmigrantes entre las que proponía deportaciones masivas y en la construcción de muro fronterizo entre México y Estados Unidos.

Las mujeres indocumentadas otomíes estaban al pendiente de lo que sucedía en Estados Unidos durante las elecciones de 2016, y en su calidad de indocumentadas experimentaron miedo y rechazo hacia ese discurso que las criminalizaba por formar parte de la población mexicana: “Ahora con el presidente este [Donald Trump] que nos llama ‘criminales’, ‘asesinos’, ‘huevones’ que venimos a depender…, ¡eso es mentira! Tengo fe de que no vaya a ganar Donald Trump, que no nos toque…”. (Entrevista a Isabel, Fort Worth en septiembre de 2016).

Durante la época electoral las mujeres indígenas otomíes temieron que si ganaba Donald Trump éste incrementara la deportación de indocumentados, situación que fragmentaría a sus familias y terminaría con sus proyectos migratorios en Texas: “Ya hasta que nos corran de aquí

dejaremos que vivir en Estados Unidos, porque llegando el Trump, si gana pues… quien sabe…”. (entrevista a Erika, en Dallas, septiembre de 2016).

A pesar de este contexto histórico y las condiciones de hostigamiento, hostilidad y criminalización de la migración indocumentada en Estados Unidos, mujeres y hombres otomíes viven y trabajan en Texas de manera “ilegal”, ya que usan “papeles chuecos” (papeles falsos) para emplearse en empresas norteamericanas de limpieza y elaboración de alimentos. Esta situación las mantiene al margen del Estado por lo que aceptan abusos laborales, que se dan en una zona gris donde la ausencia de derechos generadas por políticas de “borramiento social” los mantiene invisibles y altamente vulnerables que pueden sufrir violencias de diversos órdenes.

Estas personas viven en su día a día los efectos de las violencias estructurales las cuales se pueden leer como explotación laboral y el marcado racismo del que han sido víctimas estas mujeres en diversos espacios. Por ejemplo, Erika, quien vive en Dallas, narra su experiencia al trabajar en un hotel como recamarera. Ella recuerda que convivía en el mismo espacio laboral con una mujer afroamericana, quien no se prestaba a la explotación laboral, misma que las indocumentadas mexicanas sufrían, ya que ella podía ejercer sus derechos como ciudadana norteamericana a diferencia de las mujeres latinas:


Ahora estoy trabajando en un hotel limpiando cuartos y ahí con casi todas las que trabajo son gente sin papeles porque son los que más trabajan y a los que les pagan menos [risas]. Son las que más trabajan y les pagan menos y son las que ahí quieren porque son a los que les sacan más el trabajo.

Ahí había una morena y no trabajaba porque ella decía que quería “todos sus derechos” y a nosotras no nos dan nada de beneficios; los días festivos ahí tenemos que trabajar, los días festivos es cuando hay más trabajo y por eso nos quieren ahí, y pues sí hay trabajo limpiando cuartos, haciendo camas, y es cansado… (Entrevista realizada a Erika 10 de septiembre de 2016 en Dallas, Texas)


Brígida ha vivido por once años en la ciudad de Garland en Texas y ha trabajado durante esos años para empresas norteamericanas que se dedican a la limpieza -de hoteles y asilos- y que la han contratado con “papeles chuecos”, situación que ella ve desventajosa: “no tenemos, es decir

no tenemos derecho a jubilación porque no tenemos papeles buenos y me podría jubilar y me podrían pagar algo del seguro, pero como no los tenemos…”. Para ella es clara la violencia estructural a la que está sometida por ser “ilegal”, la cual conlleva una carga de racismo, estigmatización y prohibición de algunos rasgos culturales en su trabajo como es el uso del idioma español:


El trabajo en donde estoy ahorita la gente americana pues a ellos no les gusta que hablemos el español en donde estamos trabajando y si los managers [que nos supervisan] son americanos nos llegan a escuchar por los pasillos que estamos hablando el español, en ese momento nos reportan con nuestros jefes […]. Cuando nos preguntan algo y no les podemos contestar correctamente en inglés nos dicen que somos “mexicanos que no sabemos nada”, que “¿qué estamos haciendo aquí?”, que “nos regresemos al lugar de donde venimos porque no entendemos su inglés”, nos dicen que somos estúpidos, ignorantes, que aquí no tenemos nada que hacer, que les estamos robando su trabajo y cosas así que nos ofenden. (Entrevista realizada a Brígida el 16 de septiembre de 2016 en Garland, Texas)


En la experiencia de Isabel, quien trabajó para una cadena reconocida de restaurantes por más de 10 años, con papeles chuecos, recuerda el sufrimiento por el que atravesó al caer enferma de los riñones, y al no contar con un seguro médico, vivió una experiencia desagradable “…si llegamos a tener una enfermedad seria tenemos que tener un buen trabajo o un buen seguro que nos cubra, porque si no… o nos morimos o nos vamos para México. Es una realidad muy fuerte”; comenta:


Yo sí me he enfermado y lo más feo que he pasado es que no me querían atender en el hospital. Eso es lo peor que pasamos nosotros como inmigrantes, como personas, cuando no tenemos seguro social, y caemos enfermos, hay que tomar primero medicinas alternativas como los tés o medicinas que están fuera de receta. Pero no nos queda de otra pues hay clínicas que cobran algo barato pero a veces hay que ir a un hospital grande, a un hospital general. Cuando nos enfermamos le pensamos para ir al doctor no tanto por no querer pagar sino por no poder pagar. Eso es lo que pasa acá. (Entrevista realizada a Isabel

el 26 de octubre de 2016 en Arlington, Texas).


Las violencias simbólicas se encuentran dentro de estas violencias estructurales, donde ellas como “ilegales” y como “latinas” carecen de los beneficios de la población angloamericana. Este tipo de internalización de discursos racistas, las hace recibir diversos ataques verbales, donde se les dice explícitamente que son personas indeseadas en Estados Unidos y que mejor se regresen a México.

Este tipo de exclusión se da a raíz de las diferencias culturales y de diversas valorizaciones en donde se colocan en posiciones superiores los rasgos norteamericanos sobre los “latinos” o “mexicanos”. Ya que estas mujeres no saben hablar el inglés, perciben como se encuentran fuera de la burbuja de los americanos, situación que las hace sentir “menos”. Esto lo ha experimentado María, quien tiene hijas nacidas en Estados Unidos y las lleva periódicamente a los chequeos médicos, pero reconoce que le cuesta trabajo entender lo que le dicen en el hospital:


Yo voy a las clínicas y ahí puro ingles hablan. Y necesitaba traductor y tenía que pedirlo y… eso me hacía sentir como que… una se siente mal por no entender lo que me dicen las personas […] Y no saber ni qué decirles o a veces le puede uno entender tantito, pero no le puede contestar entonces eso es lo que a mí me hace sentirme mal, no le entiendo y me da pena e impotencia, y más en los hospitales y las tiendas grandes, he visto mucha gente que a veces humilla a los mexicanos por eso, y ese es el miedo que yo tengo también de que alguien me haga eso por no saber hablar inglés. (Entrevista realizada a María el día 16 de septiembre de 2016 en Dallas, Texas)


Las violencias cotidianas que estas mujeres reciben son diversas, y pueden ir desde palabras humillantes hasta tratos indiferentes. Este ambiente incide en las emociones de estas mujeres, quienes experimentan emociones como soledad, tristeza, miedo, además de que viven atemorizadas por una posible deportación, por su condición migratoria como indocumentadas. En sus trabajos son humilladas constantemente, y ellas tienen que aguantar, tal como lo narra Brígida:

Ellos [los norteamericanos con los que trabaja] se sienten con el derecho de gritarnos, de maltratarnos y porque sus insultos duelen, y aunque nos insulten tenemos que continuar con el trabajo, hay ocasiones que nos han hecho hasta llora, no tiene mucho que me hizo llorar una mujer americana porque a gritos me dice: “¡Es que no entiendes lo que te estoy diciendo! Yo estoy pagando mucho para que tú me trabajes aquí, y ¡no me toques nada porque ahí están las cámaras!”. Ellos con el simple hecho de que pagan mucho dinero se sienten con derecho de gritarnos, de insultarnos… Pero ahí seguimos, ahí estamos… (Entrevista realizada a Brígida el 16 de septiembre de 2016 en Garland, Texas).


El testimonio de María quien al igual que muchas mujeres indocumentadas ha experimentado miedo durante su estancia en Estados Unidos como indocumentada; su preocupación principal es ser deportada a México y que sus hijas se queden allá: “Lo único que me preocupa es mis niñas porque digo qué va a ser de ellas si yo algún día les falto. A veces no me quisiera poner tantas cosas en la cabeza, pero a veces es inevitable pensar tanto. Esos son mis miedos que yo tengo, dejar a mis niñas o pasar por alguna humillación […] como quiera una nunca sabe qué pueda pasar…” (Entrevista realizada a María el día 16 de septiembre de 2016 en Dallas, Texas).


Resiliencia, a manera de conclusión

Algunas mujeres otomís provenientes del estado de Hidalgo emigraron a esa región desde la década de 1990 y aproximadamente hasta el año 2005, momento en el que ellas perciben hubo un incremento en la violencia de grupos delictivos fronterizos quienes les impidieron continuar una migración cíclica -retornaban una vez al año en época decembrina y volvían a Texas en febrero-; por esta situación prefirieron asentarse de manera definitiva en Texas y la mayoría de ellas lleva más de 20 años sin ver a sus familiares que se quedaron en el lado mexicano.

Estas mujeres son originarias de pueblos indígenas otomíes que se encuentran, en su mayoría, ubicados en el municipio de Ixmiquilpan, en el estado de Hidalgo, en el centro de México. Ixmiquilpan, forma parte constitutiva de la región étnica otomí denominada Valle del Mezquital el cual comprende 27 municipios de los 84 que tiene el estado de Hidalgo.

En la migración a Texas, han

experimentado nuevas opciones de independencia económica, además de un entorno jurídico que las protege contra la violencia en el hogar2. Ambas circunstancias las ha llevado a renegociar con sus parejas los roles de género que tenían interiorizados desde Ixmiquilpan lo que lleva a encontrar en Estados Unidos relaciones un poco más igualitarias.

Esto implica una flexibilización del sistema sexo-género (Rubin 1986) de los otomíes debido a que en el contexto social de Estados Unidos ellas, además se portar sus roles de género como madres y reproductoras del espacio doméstico, contraen nuevas obligaciones como administradoras y reproductoras de la economía familiar.

Esta situación ha llevado a una

complejización de las identidades (Femenías 2011) en mujeres y hombres otomíes en Texas, situación que resulta de interés para los estudios de género desde nuestra disciplina. En este espacio social las identidades -de género y étnicas- adquieren nuevos significados para sujetos y comunidades a la par que surgen nuevas prácticas sociales. La que más llamó mi atención fue la fuerte socialización que existe entre mujeres otomíes con mujeres no otomíes (me refiero a mujeres de diversas partes de México y de Centroamérica).

Esta pluralidad de mujeres que se reúne en Texas posee identidades étnicas distintas las que

se confrontan por asimetrías raciales -y racistas- ya que provienen de diversos contextos étnicos, políticos y económicos, y aún así generar vínculos de sororidad -de apoyo entre mujeres- que se fundan en relaciones horizontales que obvian esos múltiples orígenes. Ellas difuminan esas fronteras y se unen porque saben que necesitan estar unidas y fuertes para hacer frente a una misma realidad adversa que la hermana y que es: vivir como indocumentadas.

Estas relaciones femeninas de amistad que entablan con otras que son de fuera de su grupo étnico y familiar genera avances en el tema de independencia femenina; las mujeres encuentran en otras a las aliadas idóneas para hacer frente a las condiciones de violencia estructural en las que viven (Ferrandiz y Feixa 2004). Por violencia estructura me refiero principalmente al contexto de criminalización de la migración mexicana a Estados Unidos (De Genova 2002), lo que genera en la población de indocumentados angustia y preocupación por una posible deportación.

Frente a esa situación, las mujeres otomíes -que han ampliado sus relaciones con otras mujeres en las mismas condiciones de indocumentación- han logrado desarrollar prácticas de cuidado, prevención y vigilancia para alcanzar una mejor calidad de vida; esto implica estar comunicadas, vivir en los mismos barrios, tener horarios de trabajo similares y estar informadas sobre lo que ocurre a sus alrededores. También se apoyan para encontrar trabajos en los que la paga no sea tan baja o el trabajo vaya acorde con la paga; para el cuidado de los hijos pequeños; para el desplazamiento por la Metroplex -principalmente para ir al trabajo-, y para la convivencia en espacios lúdicos entre amigas, donde ríen, cantan, se hacen compañía y generan espacios de cuidado mutuo.


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Notas


1 El “lonche” es la comida que llevan los hombres a sus trabajos, este es importante sobre todo para los que están en trabajos que demandan la movilidad de los trabajadores para la realización del mismo. Los trabajadores suelen llevarse una lonchera en donde llevan desde sus casas comida, agua y refrescos, mismos que consumen en la hora que les dan para tomar el lunch, momento en el que comen con sus compañeros del trabajo con la ventaja de no tener que gastar en comida preparada en restaurantes.

2 Ellas han aprendido en Texas que las leyes las protegen y lo han sabido utilizar a su favor para poner alto

a las violencias machistas de las que eran objeto en México por ser mujeres. Han sido capaces de reflexionar que lejos de ser parte de “el costumbre” de su pueblo, la violencia física en una práctica dañina que no se debe tolerar y que se debe penar al infractor con multas, la cárcel y/o la deportación.