Mujeres y espacio público: propuestas colectivas para un entorno seguro Women and public space: collective proposals for a safe surroundings

Paola Flores Miranda1 y Miriam Monterrubio2


Resumen: La presente propuesta busca profundizar sobre el significado e impacto del miedo a la violencia en los espacios públicos cotidianos de las mujeres en la Ciudad de México, y cómo su comprensión da la posibilidad de generar respuestas al problema. Mediante un trabajo etnográfico, que indaga la experiencia vivencial, y un taller participativo que permite entretejer y compartir ideas, se da pauta a la creación de alternativas colectivas, realistas y adaptadas, construidas desde las personas que experimentan la violencia.


Abstract: This proposal seeks to deepen the meaning and impact of violence fear in the daily public spaces of women in Mexico City, and how their understanding gives the possibility of generating responses to the problem. Through an ethnographic work that explores experience, and a participatory workshop that allows us to weave and share ideas, they to create collective, realistic and adapted alternatives, constructed from the people who experience violence, is given.


Palabras clave: violencia; género; espacio público; miedo; propuestas colectivas


Introducción


“Era ya tarde, casi las tres de la mañana cuando Ngobel con su minifalda negra y sus botas largas hasta la rodilla, expresó una idea; que si bien, yo ya lo había pensado, provocó que me diera vueltas en la cabeza hasta dar origen a este trabajo. Con sus formas alegres que la caracterizan y que se exageraban por los efectos de las copas, se despedía en la entrada del edificio para continuar su camino a pie. “Tenemos mucha suerte de poder caminar tranquilas a la hora que queramos en esta ciudad, tú sabes de qué hablo.



1 Doctorante en Sociología; Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Azcapotzalco; procesos participativos, género, espacio público paolaflores1982@gmail.com

2 Mtra. En Planeación y Políticas Metropolitanas; Secretaría de Movilidad del Estado de Colima; planeación estratégica, movilidad urbana, género, desarrollo de capacidades municipales; mi.mont.h@gmail.com


Igual pasan cosas aquí, pero ¿No te sientes distinta, como más libre?” Al mudarme de nuevo a mi ciudad de origen, la Ciudad de México, entonces experimenté de manera más cruda esa diferencia. La diferencia de tener reservas, miedos o limitaciones para transitar, usar y disfrutar el espacio urbano.”

Paola (2015, París)


Desde hace algunos años, el Colectivo Crea Ciudad ha seguido de cerca las acciones y debates feministas que se llevan a cabo a propósito de la creciente violencia hacia las mujeres en las ciudades de Latinoamérica. Asimismo, se ha realizado un análisis continuo y crítico sobre el diseño y eficacia de las propuestas gubernamentales creadas para atender el problema1.

Cabe mencionar que en México las cifras del feminicidio van en aumento. En este año, la ONU reportó que en promedio, mueren 6 mujeres cada día en el país2. Esta situación es alarmante y trae consecuencias directas en la vida de las mujeres, sobre todo en aquellas que viven en zonas marginales. Feminicidios, agresiones sexuales, secuestros y acoso no son solo palabras que se escuchan en los medios; son situaciones comunes de las cuales se debe hacer frente en los espacios de uso, disfrute y traslado de todos los días. Lo anterior, ha desarrollado una relación compleja con el espacio público de la ciudad, una relación que involucra el miedo y la precaución constante.

Las mujeres mexicanas nos hemos adaptado a las actividades cotidianas mediante estrategias de autocuidado, muchas de ellas en comunidad. Pensar en cómo vestir, compartir rutas, formas de transitar, hacer viajes compartidos con otras mujeres, reaccionar ante un acoso, formar parte de grupos virtuales de comunicación, planear el horario de visita de algún lugar, estas y otras estrategias han sido las generadoras de lazos entre mujeres que viven lo mismo, y que a su vez, se han convertido en alternativas que buscan generar el sentimiento de seguridad.

Aunque se ha avanzado en la materia con programas para erradicar la violencia contra las mujeres en los espacios urbanos, específicamente con el Programa Ciudad Segura y Amigable para Mujeres y Niñas, vigente desde 2015 en la Ciudad de México, las acciones no han sido efectivas; al contrario, las mujeres revelan que la percepción de vulnerabilidad a ser atacadas persiste, así como la búsqueda de alternativas de protección y cuidado.

La presencia en los debates actuales respecto a la situación de la violencia contra las mujeres en nuestro continente, permitió conocer el contexto y realidades de otras ciudades y otros


países, así como el trabajo de colectivos, grupos y mujeres; donde emergieron redes de trabajo, círculos de reflexión y la puesta en marcha de acciones de denuncia, pero también de autocuidado entre grupos de mujeres.

El interés por entender entonces cuál es la relación que las mujeres han desarrollado con el espacio público de las ciudades, específicamente con el entorno próximo: el espacio local, el cotidiano, el que se transita, usa y disfruta a diario; conocer cómo afectan, impactan y limitan, los acontecimientos de violencia que ocurren de manera creciente en el acceso y formas de apropiación del espacio, nos lleva a plantear este proyecto de investigación.

Este proyecto ha sido un proceso en constante construcción por parte de las diferentes mujeres que han participado en él, por lo que aún sigue en movimiento, alimentándose con más experiencias y, formas de vivir y enfrentar la violencia contra ellas.

El artículo busca, desde un enfoque fenomenológico rescatar cómo las mujeres viven el espacio urbano, específicamente su experiencia en relación a la violencia que en él se ejerce. Por medio de entrevistas a mujeres que habitan en diferentes zonas de la Ciudad de México, se exploró sobre las reacciones y actitudes que provoca la sensación de miedo. Nos interesaba saber cómo se vive con el miedo adaptado a las actividades que se realizan en el espacio público y la manera en la que impacta en su acceso, uso y disfrute.

Nos concentramos tanto en las formas físicas que configuran el espacio como aquel en el que se da el encuentro y la socialización; en donde se gestan las relaciones entre diferentes actores y se ejerce el derecho a expresarse (Delgado, 2007).

Las entrevistadas, al narrar su testimonio sobre la forma en la que experimentan el miedo en relación con la ciudad, vislumbraron elementos que denotan cómo esta sensación restringe los usos e interfiere en el aprovechamiento de las oportunidades que ofrece. Asimismo, muestra un estado de alerta constante que afecta en su bienestar.

La entrevista perseguía además, fomentar la reflexión sobre la manera en la que los elementos que conforman el espacio público: físicos, sociales y simbólicos, pueden contribuir en la construcción de entornos seguros.

Por su parte, el taller participativo tuvo como objetivo la identificación de elementos a considerar en la elaboración e implementación de propuestas que contribuyeran a tener ciudades más seguras. Asimismo, las participantes discutieron a profundidad sobre las posibles formas de


intervención que, desde su cotidianidad y experiencia, pudieran implementarse y replicarse desde el espacio más próximo. De esta sesión se obtuvieron pistas interesantes y creativas que, desde la propia vivencia en la ciudad, pretendían dar una respuesta al contexto alarmante que nos envuelve con cuestionamientos como: ¿qué siento?, ¿cómo vivo con ello?, ¿cómo reacciono?,

¿qué me ha funcionado, qué podría funcionar?, ¿cómo imagino un espacio seguro? ¿qué se necesita?, ¿qué se está haciendo?, ¿cómo podría mejorar?

La tercera etapa de la investigación, la cual se encuentra en proceso, busca con base a estas grandes pistas, generar propuestas específicas aplicadas a un territorio particular. Para lo anterior se trabajará en talleres de investigación-acción, cuyo objetivo es elaborar propuestas colectivas para contribuir a la creación de espacios seguros. Los talleres se piensan en tres dimensiones, la primera para generar conciencia y reflexión sobre el tema de la violencia contra las mujeres en el espacio público, paralelo a esto, se busca motivar un proceso de elaboración de iniciativas congruentes y realistas, que puedan ser retomadas y aplicadas por ellas mismas.

Es importante señalar que la propuesta metodológica representa una reflexión sobre la construcción de trabajos investigativos que integren y se profundicen en nuevas dimensiones y perspectivas, aportando no sólo información sino oportunidades de nuevos análisis con técnicas flexibles y adaptadas. Lo anterior, puede impulsar investigaciones que den apertura a la creatividad y motive procesos de acción o incidencia.


Mirar el miedo desde la experiencia subjetiva de las mujeres en la ciudad: una forma de acercarse y reflexionar

Ha sido relevante el trabajo académico elaborado en los últimos años con relación al tema de las mujeres y el espacio público. Además de ser un valioso aporte a la investigación sobre la ciudad, ha sido un medio importante para visibilizar una realidad que requiere ser atendida. Estos estudios han reflexionado desde distintas perspectivas el proceso y los impactos de las desigualdades entre hombres y mujeres en la violencia y las relaciones de poder que se gestan en el espacio urbano.

A partir de esos referentes, esta investigación propone un análisis desde la experiencia subjetiva de un grupo de mujeres, la manera en la que ellas experimentan, viven, perciben y reaccionan ante el miedo; el miedo relacionado con el andar y estar en el espacio público. Lo


anterior, integra la idea de que el miedo, en palabras de Paula Soto “un tipo de violencia sutil y profunda, que al no ser tan fácilmente perceptible contribuye a crear un entorno de amenaza a la libertad de las mujeres en los espacios urbanos” (2012: 148).

La relación que se construye con el espacio se compone de una serie de experiencias, percepciones e imaginarios, muchas veces en función de la precaución y la autoprotección. Las mujeres planean sus actividades en función a su protección, crean estrategias para sentirse seguras en los espacios públicos.

Hace unos meses, hablábamos dos hombres, una mujer y yo. Uno de los hombres era un amigo que visitaba por primera vez la Ciudad de México. Estábamos en mi casa y hablábamos sobre la ruta más estratégica que el amigo extranjero podría tomar pase pueden observar ra llegar al departamento, después de una cena que tenía agendada esa noche al sur de la ciudad. Le expliqué a detalle la ruta y al final, teniendo en mente que llegaría entre 10 y 11 de la noche le comenté, así sin pensar, de manera muy “natural”, que al llegar al metro había unos taxis seguros que podría tomar hasta aquí. El otro hombre que participaba en la conversación, dijo extrañado “¿para qué taxi, si está bien cerca? No va a venir tan perdido como para no saber hacia dónde caminar y encontrar la casa”. El turista amigo, agregó “y si me asaltan, de todas formas ni traigo nada de valor”. Yo entendí, (como seguramente muchas mujeres) que hombres y mujeres no tenemos los mismos miedos al transitar el espacio, y por ende, no tenemos las mismas precauciones, ni tampoco las mismas restricciones.

En otra ocasión. La reunión en el bar estaba terminada, eran cerca de media noche; estábamos las cuatro amigas de toda la vida en un lugar del centro (de la Ciudad de México), a dos de nosotras nos quedaba a media hora caminando. Una de las amigas pide un taxi, luego la otra y así cada una. En este tipo de situaciones, no sólo se ha dejado de cuestionar el modo de transporte que usaremos para regresar a nuestros respectivos lugares, sino que además, existe el ritual cotidiano de anotar la placa, acompañarnos hasta que subimos, enviarnos mensajes durante el trayecto y sobre todo, avisar cuando hemos llegado a casa. Y esa situación más o menos con mis diferentes grupos de amistades, mujeres.

Compartimos lo anterior porque permite ejemplificar que el espacio no se percibe, imagina y disfruta de la misma manera. Los temores no son los mismos, los obstáculos se enfrentan distinto y el impacto emocional trastoca de manera diferenciada la forma de vivir la


ciudad. De ahí la importancia de integrar dimensiones subjetivas que abran la posibilidad de profundizar sobre la forma en la que se manifiesta e impacta el sentido del miedo en las experiencias urbanas de forma diferenciada.


El miedo a la violencia, una situación que marca nuestro habitar la ciudad

Es cierto que en los últimos años (a partir de la década de los 90) se ha incrementado la violencia en las ciudades, particularmente en Latinoamérica, situándola como una de las regiones más violentas del mundo (Falú, 2009). Esto ha afectado fuertemente en la apropiación del espacio, debilitando la confianza de las personas y provocando su resguardo en espacios privados.

Las consecuencias que el miedo tiene en las mujeres se intensifican debido a que además de sobrellevar el clima de inseguridad que prevalece en la ciudad, padecen de manera cotidiana diferentes tipos de violencia, notoriamente la de carácter sexual.


“En un contexto social actual, marcado por la violencia social, ya sea la que genera las desigualdades sociales agudizadas en los últimos tiempos o la que provoca el crimen organizado, sobre todo la guerra de y contra el narcotráfico, las mujeres son las primeras en experimentar la invasión y agresión de sus cuerpos, lo que pone en cuestión la máxima de que el espacio público es un lugar de y para todos” (Zúñiga 2014: 79).


El miedo a la violencia tiene impactos diferenciables entre géneros. Falú (2009: 16) menciona que:


“las violencias que se ejercen en los espacios públicos sobre las mujeres adquieren expresiones similares a las de aquellas que tienen lugar puertas adentro y que avasallan sus cuerpos; agresiones que curiosamente son catalogadas como -crímenes pasionales-, que cuentan con un alto grado de tolerancia social y terminan culpabilizando a las víctimas”.


En todas las ciudades, las mujeres y niñas enfrentan peligros y temen sufrir varios tipos de violencia sexual en los espacios públicos (desde el acoso hasta agresiones sexuales). Las mujeres


han tenido que construir estrategias para evitar la violencia en el espacio público, estrategias que van desde salir sólo en determinada hora, evitar estar en la calle a horas nocturnas, limitar rutas y modos de transporte público, salir al barrio acompañadas, cambiar la forma de vestir, monitorear traslados e informar actividades, entre otras. Esta situación mantiene a las mujeres en un estado constante de alerta y limita su acceso en el disfrute a las oportunidades que ofrece la ciudad (Flores y Monterrubio, 2016). La dimensión subjetiva facilita, entonces, desmenuzar esta compleja realidad, apostando por una comprensión desde la narrativa de quien lo experimenta y vive.

La internalización de la incertidumbre y la amenaza constante estructura y configura estrategias para esquivar un espacio público que se muestra inseguro, agresivo y excluyente. Fernando Barrientos (2002: 13) cita a Georgina Isunza para señalar que la violencia, en términos sociales “es un comportamiento que se aprende y se traduce en prácticas que transgreden la integridad del ser humano” y por lo tanto del conjunto de la sociedad.

En este sentido, analizar desde la subjetividad de las mujeres nos ha permitido adentrarnos a las emociones en relación con el espacio. Pensar en el miedo dentro de lo cotidiano, cómo se siente, cómo nos hace reaccionar, cómo se manifiesta en la experiencia urbana y cómo determina tanto el uso como la apropiación del espacio público por parte de las entrevistadas.

“La categoría de subjetividad nos remite a un conjunto de instancias y procesos de producción de sentido, por medio de las cuales los individuos y colectivos sociales construyen realidad y actúan sobre ella, a la vez que son constituidos como tales” (Torres, 2000: 8).

La experiencia subjetiva nos aporta otros elementos de análisis; nos da la posibilidad de acceder a dimensiones personales acerca de la relación miedo- espacio público y violencia, que fungen a su vez como motor para abrir posibilidades a procesos de resignificación. Es decir, las mujeres como actores que construyen y reconstruyen con sus prácticas, resistencias y acciones creativas, la ciudad que requieren y desean.


Precisiones metodológicas

La estrategia metodológica ha sido un proceso flexible que ha motivado su construcción de manera colectiva y ha integrado diversas visiones, pero también adaptado formas creativas en la generación de información.


El presente trabajo contempló dos etapas: la primera, se refiere a la realización de entrevistas a profundidad a 7 mujeres habitantes de diferentes zonas de la Ciudad de México3 y cuyas edades, profesiones y características socioeconómicas son diversas. Las entrevistas tenían como objetivo conocer desde la experiencia subjetiva de las participantes la relación miedo y espacio público.

Después de una pequeña introducción, donde se especificaba la intensión de la entrevista, algunos conceptos (como espacio público) para homogeneizar la información, y se les pedía que contestaran a partir de su experiencia, de lo que ellas habían vivido, de lo que ellas conocen, creen o imaginan. La entrevista entonces, resultó ser un camino en donde se partía desde el miedo como sentir físico y corporal propio; se situaba en el espacio público (en las distintas dimensiones que lo componen), para terminar reflexionando desde lo vivido (y sentido) una realidad contraria: un uso del espacio sin el miedo a la violencia. ¿Qué factores a tomar en cuenta? ¿Qué está faltando? ¿Cómo sería para ti un espacio público seguro?

En la segunda etapa, se llevó a cabo el taller “Crea Ciudad con Sororidad: por un espacio público seguro”, cuyo objetivo fue identificar propuestas de acciones y /o recomendaciones en diferentes escalas y ámbitos para reforzar la seguridad en los espacios públicos a través de un ejercicio colectivo de intercambio de experiencias.

Se inició el taller con una introducción que hacía un recuento sobre la violencia de género en Latinoamérica durante los últimos años, (la realidad con base en datos estadísticos), visto en tres dimensiones: lo realizado por la sociedad, organizada o no, a diferentes niveles y con diversas manifestaciones y el avance de los programas y políticas gubernamentales en torno a la materia. Posteriormente, se trabajó en equipos para que -a partir de estos tres elementos y hablando de lo que han vivido, sentido, experimentado e intentado para hacer frente al miedo y la violencia de género ejercida en el espacio urbano de la ciudad- se reflexiona sobre pistas para construir entornos seguros a pequeña escala; con la idea de apoyarse en el espacio público como forma de expresión y causa.

Este ejercicio que inicia desde lo personal a lo colectivo, intenta adaptar las reflexiones de Ana Falú (2014, p. 20) entorno al derecho de las mujeres a espacios sin violencias ni discriminación:


“Al momento de concebir ciudades más democráticas, inclusivas de la diversidad, de las mujeres como ciudadanas, es preciso la apropiación por parte de las mismas del territorio, primero el cuerpo que habitamos, para poder hacerlo con otros territorios: la casa, el barrio, la ciudad, el territorio de lo colectivo, de las formas organizadas, de la vida social, política, económica, cultural de recreación, las que precisamos transitar con seguridad”.


El análisis incorpora elementos explicativos que surgieron de vivencias propias, ejercicios de observación participante, entrevistas colectivas y discusiones informales. De la misma forma se han monitoreado las acciones y debates de colectivos y organizaciones feministas, organismos internacionales e instituciones de gobierno en materia de violencia de género; que junto con las cifras de informes dan un marco general al fenómeno.


Mujeres y espacio público: una compleja relación

Los espacios públicos en las ciudades expresan distintos tipos de violencia derivadas de las desigualdades en las relaciones de poder. Sin embargo, es también la plataforma para motivar procesos de re-significación de espacio e incluso de transformación social y simbólica a diferentes escalas y dimensiones.

En este sentido, estaríamos hablando de un espacio público que en términos de Jordi Borja (2000), sería un espacio político integrado por ambientes de oportunidades para la expresión colectiva y dar tanto visibilidad como presencia a diferentes grupos sociales que se manifiestan en distintas escalas. El espacio público, por lo tanto, tiene la capacidad de asegurar el ejercicio de los derechos y acceso a la ciudadanía para aquellos que se encuentran en situación de exclusión y marginación.

Si esto es así, el miedo de las mujeres a sufrir algún acto de violencia en la ciudad, resulta ser un impedimento grave para lograr el libre acceso al ámbito público, a la participación y al disfrute de la ciudad misma y sus oportunidades:


“Hablamos de un miedo que limita su derecho a disfrutar del espacio público y obstaculiza su participación, y que tiene soporte básicamente en sus cuerpos visualizados como objetos de dominación” (Falú, 2014: 20).


Por su parte, Kessler (2008) menciona que en el ámbito urbano, las mujeres viven violencias de manera aleatoria y pueden sucederle a cualquier mujer, independientemente de su clase, educación, edad, etnia o lugar de residencia.

De acuerdo con el testimonio de las mujeres participantes, el espacio público4 se concibe en muchas ocasiones como un ámbito amenazante que las expone y vulnera. Esta percepción se alimenta del estado físico en el que se encuentra el espacio público cotidiano y de la dinámica social y simbólica que sucede en él. Zúñiga menciona que las mujeres en lo público, están insertas en un juego de visibilidad e invisibilidad. “Son visibles como cuerpos de deseo o ultraje e invisibles como sujetos de derechos, que buscan apropiarse del espacio público como lugar para el ejercicio de su libertad como ciudadana” (Zúñiga, 2014: 82).


Los efectos del miedo en la ciudad

Después de una serie de encuentros previos e informales con las mujeres entrevistadas, quedó de manifiesto que las violencias que suceden en el espacio público, tienen implicaciones importantes al tomar decisiones cotidianas respecto a las actividades que se realizan en él (movilidad, forma de comportarse, moverse y vestirse, horarios…) con la finalidad de prevenir el experimentar algún tipo de violencia.

De esta forma, en la entrevista se buscó conocer qué efectos tiene el miedo a la violencia en la experiencia urbana de las mujeres. El miedo desde su propio cuerpo, desde sus reacciones físicas, su manifestación, y su forma de controlarlo, hasta su relación espacial, no sólo el miedo a transitar o usar un espacio determinado, sino también el miedo como resultado de la desigualdad en las relaciones de poder, que construye a la mujer como un territorio que puede ser ultrajado de manera impune (y muchas veces aceptada) en el espacio público.

El miedo es “algo que siento casi todos los días y que he sentido a lo largo de toda mi vida. Es la sensación que inicia en mi estómago, es una especie de burbujas que se van haciendo cada vez más grandes. El miedo invade mis piernas y se empiezan a debilitar, la voz no logra salir” (Aline, 36 años). El miedo también para algunas entrevistadas produce la sensación de ausencia de libertad, ya que las reacciones físicas que causa “paralizan y mantienen inmóvil”.

La experiencia de las mujeres entrevistadas en el espacio urbano incorpora un miedo


manifestado en la incertidumbre de vivir algún episodio de violencia, lo que conlleva estrategias, limitaciones y en ocasiones una pérdida de autonomía5. Asimismo, significa vivir la ciudad en un estado de constante ansiedad, una ansiedad que tiene repercusiones importantes a nivel emocional/personal y en las relaciones expresadas en el espacio público:


“Ha pasado no necesariamente en la noche, se siente el miedo de diferentes maneras, es una cuestión de violencia de género. Sólo porque eres mujer… No apropiarse del espacio por no sentirte segura, porque te sientes vulnerable. Y tienes una sensación en ocasiones de psicosis o paranoia, piensas que buscan el momento de mayor vulnerabilidad para violentarte” (Ixel, 42 años).

“Es difícil tener el control de la emoción, es una actitud a la defensiva, y eso genera estrés y enojo, pero al mismo tiempo estar enojada me hace sentir más segura. Como un estado de alerta, hace que la demás gente no se me acerque” (Aline, 36 años).


En este sentido, Paula Soto en su investigación “El miedo de las mujeres a la violencia en la Ciudad de México. Una cuestión de justicia espacial”, apunta la relación entre alteridad y la simbolización espacial del miedo, y menciona que ésta “no es una elaboración que realizan los agentes individualmente, por el contrario, es intrínsecamente relacional, en tanto se construye un imaginario de un “otro” u “otros” definidos como potenciales agresores. Este reconocimiento influye directamente en los modos de sociabilidad de género en el espacio urbano (Soto, 2012: 154).

El miedo entonces puede condicionar el humor y estado anímico de las mujeres al transitar en el espacio público, en el que muchas veces sus condiciones físicas, contribuye a aumentar la percepción de inseguridad y por lo tanto, el sentimiento de estrés:


“Cuando siento miedo en el espacio público, es una sensación bastante desagradable de no sentirte segura de transitar la zona en la que habitas o una zona que te guste independientemente de la hora, no necesariamente se siente miedo en la noche caminando por un callejón obscuro. Esa sensación de que puedes ser violentada por cualquier persona que pase, estar expuesta, no poder ya no digas realizar actividades deportivas, sino


simplemente transitar, ni siquiera hacer uso de él, porque no tienes garantía de que estás tranquila o segura” (Ixel, 42 años).

“No siento miedo al caminar por los lugares que paso todos los días, pero sí he sentido miedo. Cuando me pasa pues tengo los sentidos en alerta, que me desgastan, estoy más sensible a lo que percibes, tengo dolor en el estómago. Sientes así como un nervio súper intenso. Estás como dispuesto a reaccionar” (Aymara, 34 años).


Este constante “estar alerta”, “cuidarse” “tratar de ver las intenciones”, “tratar de evitarlo” concibe al otro como un ser del que no se debe confiar, y un constante estrés que afecta en el estado emocional, pero también denota en el imaginario colectivo la percepción de que la violencia experimentada por las mujeres, está a su cargo, es su responsabilidad y no un problema a atender en colectividad (Zúñiga, 2014).

Koskella (1999, citado en Soto, 2012) menciona que una ideología del miedo se va a reproducir cotidianamente a través de distintos mecanismos como los medios de comunicación, las imágenes, noticias y publicidad que empeoran la situación de inseguridad y tienden a culpar a las mujeres y victimizar su situación.


Propuestas desde la experiencia urbana

Las mujeres participantes resienten mucho la ausencia de empatía, sensibilidad y solidaridad en el espacio público. Esta ausencia de empatía tiene que ver con la imagen que se tiene de las mujeres como objetos de dominación. Esto ha creado el imaginario de un espacio urbano hostil, en el que pareciera normal experimentar cualquier tipo de violencia por el simple hecho de ser mujeres:


“Pues mira desde cosas sencillas, que pasen y te toquen lo que sea…todo el tiempo en el transporte público, tocamientos, que te digan groserías, eso de a diario” (Adriana, 22 años).


Esta sensación de miedo, ante la amenaza o bien la violencia misma, deja secuelas en la memoria corporal y estima de las mujeres6, y descalifica su capacidad de control y decisión, así


como la garantía de transitar en un espacio seguro.

Este sentimiento de pérdida de libertad e imposibilidad de actuar; se empeora con los actos seguidos del episodio violento. Vergüenza, frustración, desconfianza y enojo, son las emociones que las mujeres describieron después de haber sido atacadas, más que por el acto mismo, dicen, se debe más a la confusión de no saber qué hacer o no tener capacidad de hacerlo. A lo anterior, habría que sumarle la descalificación de los otros que presencian el acto de violencia y no reaccionan ante ello, o peor aún toman una posición que responsabiliza o culpa a las mujeres7:


“Estaba pequeña, tenía 11 ó 12 años, y te digo, me quedé petrificada, no supe qué hacer, me quedé con mucho coraje. Ahora los encaro, y hacen caras o dicen frases como si yo estuviera loca… otras veces que ha pasado la gente no se ha acercado para ver cómo estoy” (Aymara, 34 años).

“No, yo nunca me he atrevido a pedir ayuda, y nunca nadie se ha ofrecido a dármela y como que no me atrevo a decir nada, por nervios, pena o que me vaya peor” (Aline, 36 años).

“Me sacaba de onda cuando algo me pasaba, pero es más cómodo, más fácil- digo así lo ves en ese momento- de hacer como que no pasaba y pues no hacía nada” (Adriana, 22 años).


Para las mujeres participantes, las reacciones que provoca el miedo no son compatibles con algunas de las medidas que las autoridades gubernamentales han puesto en marcha en la Ciudad de México8. Sin ahondar en las características de los programas implementados, las mujeres reconocen que aquellos en donde se requiere una forma de actuar rápida y precisa, no les son funcionales porque, entre otras causas, son poco claros y no se sienten capaces de usarlos bajo situaciones de estrés.

Las mujeres relataron que al tener miedo, pierden el control, “salen movimientos de mi cuerpo y frases que no me llevan a ningún lado”. “Yo actúo inconscientemente, ya no estás presente, actúas ansiosa”. “Necesito tiempo, es muy psicológico de repetirte y repetirte y convencerte que todo lo tienes bajo control”; es una situación que repercute en su bienestar


cotidiano.


“Pero eso debe de cambiar, ahora ya entendí, que las cosas no tienen que ser así, entonces ahora reacciono de manera violenta. No solo es el hecho de que alguien te manoseó o te dijo de cosas, ¡es una agresión hacia tu persona! Y todos deben verlo así. Es una situación que te genera traumas” (Adriana, 22 años).


Estas reacciones ponen de manifiesto, la dificultad de controlar y racionalizar el miedo en el momento preciso de realizar alguna acción para detener algún acto de violencia. Las mujeres comentaron que algunos programas gubernamentales no se ajustan a esa realidad, teniendo poca repercusión ya que no existe la identificación con ellos y provocan desinterés.

La diversidad de características y condiciones de las mujeres en la Ciudad de México provoca de principio, una discriminación en el acceso de los instrumentos implementados por las autoridades. La aplicación9 por ejemplo, requiere cierta tecnología y conocimiento para que sea realmente eficiente; “A mi mamá por ejemplo, no me la imagino utilizando el teléfono para eso, apenas si entendió como mandar mensajes de texto”. (Aline, 36 años).

Asimismo, el tema del acoso tiene significados complejos que generan que muchos episodios de violencia sexual causen sentimientos de culpa y vergüenza. De ahí, que es difícil que algunas mujeres tomen la iniciativa de levantar la mano y decir fui agredida, “te hacen sentir más mal, te exponen, a mí el silbato por ejemplo, me da una vergüenza horrible”10 (Aline, 36 años).

Si además, se suma la falta de empatía a la que las mujeres se exponen al experimentar violencia en el espacio público, nos encontramos en una situación donde la mujer afronta y resuelve sola, desde sus posibilidades y condiciones; sin un apoyo eficaz por parte de la comunidad ni de las instituciones.

Las entrevistadas comentaron que no tienen conocimiento exacto de cómo funcionan dichas iniciativas, siendo la división de hombres y mujeres en el transporte público la más popular:

“Ese sí lo uso, y me parece una buena intención, aunque no arregla nada, no creo que una mujer para sentirse segura deba crearse un espacio especial, como si estuviera en una burbuja” (Ixel, 42 años).


Lo anterior da pistas sobre el potencial de la subjetividad en el análisis de problemas tan complejos como lo es la violencia de género. Las mujeres que participaron, enfatizan la necesidad de re-significar la relación entre los géneros como medida para erradicar la violencia de género.

Mirar desde lo experimentado, permitió al grupo de mujeres participantes, reflexiones sobre cómo construir una ciudad segura. Reflexiones que integran una realidad vivida, una intención clara, un discurso construido desde su experiencia y que compone una serie de elementos simbólicos, que bien podrían complementar las iniciativas gubernamentales:


“Cuando hago mis actividades en la calle, regreso pensando que habría que tomar en cuenta lo que hacen las mujeres, en el papel y en sus funciones. Conocer en qué se desempeñan día a día las mujeres, darle importancia de este trabajo en la sociedad y en la ciudad” (Aline, 36 años).


Experimentar procesos en el espacio público, una alternativa a explorar

El taller participativo, convocó a 15 mujeres que diferentes zonas de la Ciudad de México, con diferentes edades y profesiones. El taller se dividió en dos etapas. La primera se debatió acerca de la violencia de género, específicamente en los espacios urbanos. En la segunda etapa se crearon grupos de trabajo, quienes elaboraron de manera colectiva recomendaciones, ideas, sobre propuestas para tener espacios seguros en la ciudad. Los grupos podían aportar ideas desde cualquier dimensión; lo físico, lo social, lo normativo.


Una síntesis de los resultados se muestran a continuación:

Un espacio iluminado, amplio, sin basura, con vías adecuadas y estratégicas, con mobiliario diverso y en mantenimiento, agradables, accesibles y con vigilancia efectiva son algunos de los elementos mencionados por las participantes que piensan, pueden contribuir a crear entornos seguros. Y aunque mencionaron que el paisaje e imagen urbana son clave para mejorar la percepción de seguridad, el énfasis se concentró en la construcción de dinámicas sociales que detonen el encuentro, la participación, la cultura, la creatividad y, por ende las


relaciones de solidaridad. En palabras de Olga Segovia (2009), la convivencia social11 instaurada en el espacio público puede contribuir a aumentar la sensación de confianza y seguridad de las personas, resaltando el respeto a la diferencia.

Un espacio público apropiado por la gente que lo usa y que permita alojar procesos de transformación con respecto a la violencia urbana y de género. El espacio público como ámbito de la socialización y sensibilización sobre las relaciones de poder:


“Un espacio público habitado por personas, es decir habitar el espacio, como un flujo continuo de gente sensibilizada, que pueda brindar apoyo, que nos cuidemos entre todas y todos” (Aline, 36 años).


Las mujeres que participaron en la investigación, señalaron la importancia de la comunidad inmediata para motivar estos procesos:


“El espacio ideal necesariamente tendría que pasar que cuando sales de tu casa, conozcas a la gente y te saludan… ahí esa comunicación que te hace sentir en una zona donde estás cómodo, con armonía y eso te lleva a un estado mental de seguridad” (Ixel, 42 años).


La construcción de un espacio público con sororidad12 implica entonces, generar lazos que permitan acciones en favor de los entornos seguros y de convivencia:


“Se trata de ayudarle a la otra, que la gente reaccione y te ayude si pasa algo y que comprenden lo que sientes” (Adriana, 22 años).


Tomando como punto de partida este concepto, las mujeres apuntaron que es basándose en las relaciones que se dan en el espacio público, como se deberían pensar las acciones en contra de la violencia. Este proceso pensado en el contexto inmediato, en el barrio, el espacio cotidiano. Generar una dinámica que integre propuestas creativas de sensibilización y prevención, que fortalezca el sentimiento de pertenencia, protección y responsabilidad. “Es necesario cambios culturales profundos en las relaciones de género y en la concienciación social sobre estos


cambios y la responsabilidad del Estado y los gobiernos para promoverlos y posibilitarlos”. (Falú, 2014: 24).

Finalmente, se enlistan algunas de las ideas generadas por las participantes en el taller:


Reflexiones finales

No podemos seguir pensando la ciudad como un espacio construido de manera “neutral”, sino como un reflejo más, de la dominación masculina que ha construido sociedades, espacios y ciudades que reproducen las desigualdades de género. Es necesario tomar en cuenta a las mujeres


y reconocer su existencia, necesidades y desventajas históricas, lo que implica aceptar que las ciudades se construyen a través de los imaginarios y por ello, es necesario construir ciudades imaginadas por las mujeres y para las mujeres.

Resulta primordial, explotar el potencial del espacio público como el ámbito generador de relaciones sociales y noción de comunidad, motivando transformaciones socioculturales. Para Silvia Bolos, los vínculos de vecindad, amistad y afinidad cultural forman una malla de relaciones que pueden leerse como redes sociales, “las redes sociales son formas de interacción, intercambio y reciprocidad que están orientadas a satisfacer ciertas necesidades de los grupos, sean afectivas, comunitarias, políticas, culturales, etc.;” (Bolos, 2000: 37).

En este tenor, resulta interesante explorar las distintas dimensiones que abarca el problema de la violencia en el espacio público, visibilizar las experiencias de las mujeres resulta una aportación significativa a las políticas urbanas, ya que les da elementos para generar ciudades que permitan un acceso igualitario a las oportunidades que la ciudad ofrece.

Los hallazgos de este trabajo, dan pauta a profundizar en las ideas generadas en el taller participativo para consolidar propuestas de intervención, que pudieran ser valiosas aportaciones a integrar en programas o ejecutarlas de manera comunitaria.

Finalmente, estamos convencidas de la necesidad de elaborar investigaciones que permitan dar pauta a otros procesos, que permitan la discusión, el diálogo y la generación de conocimiento útil para la transformación de la realidad. El proceso investigativo que como colectivo llevamos a cabo, pretende también explorar en distintas metodologías y dimensiones en el análisis de la problemática, buscando siempre la posibilidad de ser retomado o continuado.


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Notas


1 Notoriamente se ha asistido al Seminario Internacional “Ciudad con Derechos, Segura y Amigable para Mujeres y Niñas”, realizado el 5, 6 y 7 de octubre en el Palacio de la Antigua Escuela de Medicina de la UNAM.

2 Según un informe realizado por ONU Mujeres cuyo objetivo es concienciar a la población y autoridades sobre el fenómeno. El informe pone énfasis en la discriminación cotidiana y la violencia a causa de la desigualdad que afecta de manera irreversible en las mujeres y niñas en México.

La violencia feminicida en México: aproximaciones y tendencias puede consultarse en: http://www2.unwomen.org/~/media/field%20office%20mexico/documentos/publicaciones/2016/02/violen cia%20feminicida%20en%20m%C3%A9xico%20aproximaciones%20y%20tendencias%201985_2014.pd f?v=1&d=20160418T214527

3 Agradecemos la participación de Ixel Hernández, Aymara León, Aline Malagón, Adriana Salazar, Vania Montalvo, Susana González, Mónica Monterrubio, Samantha Ruiz, Ana Lilia


Mancilla, Martha Orduño, Verónica Flores, Zaire Galán, Alicia y Dolores, Claudia Suárez, Residencias Cálele Aca, Yoali López y Vania.

4 En el análisis se contempla que la calle, plazas, parques, áreas verdes, canchas, medios de transportes, tianguis y mercados, lugares de encuentro, esparcimiento o tránsito y esparcimiento, lugares para el estudio, lugares comerciales, conforman el espacio público. Se hizo énfasis en responder de acuerdo a los espacios que transitan y usan regularmente para realizar sus actividades cotidianas.

5 En Ecatepec, municipio del Estado de México, en donde desde 2015, se declaró Alerta de Violencia de Género, las mujeres mencionan que cada vez más evitan salir de noche o salir solas. Incluso, muchas han dejado de realizar sus actividades, como hacer ejercicio, salir a fiestas o incluso han abandonado sus estudios (Najar y Paullier, 2015).

6 En la cotidianeidad de las mujeres, el miedo a afrontar el espacio público traduce las consecuencias de la socialización de los temores espaciales sobre el cuerpo, la identidad y la experiencia subjetiva. Asimismo, el miedo como producto cultural reproduce en forma corporeizada las relaciones espaciales (Soto, 2012).

7 Paula Soto (íbid, p.162) apunta que la violencia hacia las mujeres en los espacios públicos “no acaba en el mismo hecho violento, sino que sigue actuando a través de sus consecuencias, ya que mantienen sistemáticamente sentimientos de desvaloración personal e inseguridad”

8 Desde el ingreso de la CDMX al Programa Global de Ciudades Seguras Libres de Violencia contra las Mujeres y las Niñas en marzo 2015, el gobierno capitalino junto con el Instituto de las Mujeres capitalino (Inmujeres) han implementado un nuevo enfoque para prevenir y atender la violencia hacia las mujeres y niñas que se presenta en los transportes y espacios públicos. Comprende la ejecución de las iniciativas “Viaja Segura”, “Camina Segura”, “Participa y Contribuye”, “Gobierno Sensible y Cercano”, y Campañas de Comunicación. Se incluye la ampliación de las acciones relacionadas con la iluminación, señalización, accesibilidad y equipamiento de espacios públicos, trayectos peatonales, paraderos y Centros de Transferencia Modal (CETRAM) que respondan a necesidades y usos de las mujeres, de acuerdo con estándares de seguridad con perspectiva de género a nivel internacional.

(INMUJERES (2013). Programa Ciudad Segura y Amigable para Mujeres y Niñas, recuperado de: http://www.inmujeres.cdmx.gob.mx/presenta-gobierno-de-cdmx-programa-ciudad-segura-y-amigable- para-mujeres-y-ninas/)

9 Forma parte de un programa que incluye auditorías ciudadanas sobre condiciones urbanas y seguridad a través una aplicación (app) para teléfonos móviles que permitiría la identificación de riesgos y situaciones de acoso y violencia e incluso botones de llamada de emergencia al momento y servicios especializados de atención.

10 En mayo 2016, el Jefe de Gobierno de la CDMX, Migue Ángel Mancera, puso a disposición el silbato capitalino, esto con la finalidad de erradicar la violencia sexual en contra de las mujeres. El silbato pretende incrementar la denuncia, visibilizar el acoso y sensibilizar a las personas. El programa recibió muchas críticas por parte de grupos y colectivos de mujeres, quienes argumentaron que el silbato lejos de garantizar la concientización del fenómeno y contribuir a la denuncia, daba la responsabilidad absoluta a las mujeres de su seguridad.

11 La cual la define como vivir en compañía con otros.

12 Sororidad hace alusión específica a la solidaridad entre mujeres, Marcela Legarde (sf) la define como una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo, que conduce a la


búsqueda de relaciones positivas y la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres y de esta forma contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y el empoderamiento vital de cada mujer.