Chiapas como un regionema: elementos conceptuales y metodológicos para un estudio regional sobre el estado


Chiapas as a "regionema". Conceptual and methodological elements for his study


Fabio Alexis De Ganges López1 y Raúl Trejo Villalobos2


Resumen: Esta ponencia es un análisis general de la región, que va de lo general a lo más específico (es decir, cómo ha sido regionalizado el estado de Chiapas) e intenta explorar el significado del complejo término “región” y otros relacionados (regionalismo, regionalización, etc). La segunda parte consiste en exposición de autores como Benedict Anderson y Roger Bartra para explorar como el poder crea ideologías.


Abstract: This text is a general analysis of the region, who goes from the general to particular (how Chiapas has been regionalized), and tries to explore the complex meaning of region and others. The second consist in the exposition of ideas from Benedict Anderson, Roger Bartra, with the intention of goes deep in the way power explores ideologies.


Palabras clave: región; redes imaginarias; chiapanequismo


La nación es el más hollado y a la vez el más impenetrable de los territorios de la sociedad moderna. (Roger Bartra, La jaula de la melancolía)


¿Con qué códigos la literatura de viajes y exploración produjo –es decir, creó y modeló- al resto del mundo para los públicos lectores europeos en diferentes momentos del proceso expansionista de ´Europa? (Mary Louise Pratt. Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación)


1 Estudiante de Estudios regionales en Universidad Autónoma de Chiapas. Técnico Académico titular "A", Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica.

2 Doctor en filosofía por la universidad de Salamanca, profesor investigador en Universidad Autónoma de Chiapas.

Introducción

Este artículo se divide en dos partes. La primera es un análisis general de la región, que va de lo general a lo más específico (es decir, cómo ha sido regionalizado el estado de Chiapas) e intenta explorar el significado del complejo término “región” y otros relacionados (regionalismo, regionalización, etc). En la segunda parte expondremos someramente las ideas de autores como Benedict Anderson (comunidades imaginadas), Edward Said (orientalismo) y Roger Bartra (redes imaginarias del poder político), con el fin de profundizar en la forma en que el poder contribuye a crear ideologías, visiones del mundo y expresiones que después se ven como naturales. Evidentemente no nos referimos sólo a cuestiones orientadas al pueblo en general, sino también a otras expresiones que se pretenden de alta cultura y críticas.

Expondremos, al final, algunas breves conclusiones que nos permitan establecer un vínculo con los siguientes capítulos de nuestra investigación.


1.- La región: entre geografía, historia y cultura

En este capítulo haremos una síntesis de los estudios regionales en la cual veremos diversas formas en que dichos estudios se han propuesto. Comenzamos haciendo una breve síntesis histórica y un intento de definición general. Posteriormente profundizamos en cómo ha sido dividido Chiapas en diferentes regiones sin que, hasta ahora, haya un acuerdo general al respecto. Por último proponemos una regionalización física en la cual la lucha de poder entre las dos principales ciudades del estado (es decir, Tuxtla y San Cristóbal), creó una región “cultural” sobre la cual se estableció el Ateneo.


1.1.- Los estudios regionales. Una síntesis

Los estudios regionales tienen una historia brillante pero todavía corta respecto a otras disciplinas, si es que resulta factible llamar disciplina a este conjunto de saberes en los cuales es muy importante la interdisciplinariedad. De entrada, claro está, si queremos llamarlos de alguna forma primero tenemos que referirnos a sus orígenes, sus vertientes y sus posibilidades.

Leslie B. Ginsburg y Óscar Uribe intentan definir una región y exponen la dificulta de llegar a una definición exacta y aceptada por todos:

Las variaciones en cuanto a escala o tamaño constituyen las mayores diferencias. De este modo, el político o el economista pueden referirse a la mitad meriodinal del continente africano denominándola una región, en tanto que algunos geógrafos llamarán “región” al Caribe con todas sus islas. En el otro extremo de la escala, se encuentra el científico social, que es muy probable que llame “regiones” a las porciones de una población, utilizando este término para distinguir entre sí ciertas unidades. Además, tenemos los usos especializados del término, hechos por ejemplo, por el ingeniero ferrocarrilero, quien probablemente se referirá a una ´región ferrocarrilera, dando a entender con ello una sección de la línea que presenta una unidad adecuada para propósitos administrativos (Ginsbourg, 1958, p. 781).


Claude Bataillon, en el capítulo “espacio social y espacio político” de su libro Las regiones geográficas de México, expone cómo ha sido dividido México en regiones y estados, comenzando con aquellas más antiguas y firmes. Sugiere tres enfoques para regionalizar. Primero el “espacio político administrativo”:


En cualquier país son varios los escalones del poder político-administrativo. A menudo los sistemas centralizados tienen unidades administrativas de tres o cuatro niveles sobrepuestos, con un poder central que tiene facultades para cambiar la forma, el estatuto administrativo y el tipo de poder local de cada entidad. Sin embargo, las entidades de nivel más importante y aún las más permanentes tienen poder para controlar los espacios que no están bajo un régimen de propiedad privada. Por ejemplo, de los cinco niveles de la red administrativa francesa (región, departamento, arrondisement, canton, mommune), solamente departamento y comune pueden poseer terrenos no apropiados como bosques, pastizales, etcétera (Bataillon, 1967, p. 131).


El siguiente enfoque (aunque el concepto es algo vago) son los “agentes del ordenamiento territorial”:


El mismo concepto de ordenamiento territorial necesita unas aclaraciones: es una palabra

traducida del francés amenagement du territoire, lo que en los años sesenta, principalmente, correspondía a una dependencia precisa del gobierno que se dedicaba a reducir las desigualdades internas del territorio nacional. El mismo concepto de ordenamiento supone que se puede –y se debe- poner un orden- ¿único?- para mejorar situaciones distorsionadas. El enfoque principal del ordenamiento territorial consiste en fomentar inversiones hacia las zonas “marginadas” del país (Bataillon, 1967, p. 139).


Por último, Bataillon habla, en un breve párrafo, del “espacio vivido”, en el cual puede entreverse lo cultural sobre lo físico:


El territorio cívico está memorizado por cada alumno mexicano, que a veces no conoce otro mapa del país que el de las entidades federativas, cada una con su color y su ciudad capital. Los mismos nombres fortalecen los estereotipos históricos: el pueblo de Dolores significa Hidalgo, Puebla es de Zaragoza más que de los Ángeles, Quéretaro es de Maximiliano. Plazas y monumentos fortalecen la visión cívica del espacio dentro del espacio urbano (Bataillon, 1967, pp. 148-149).


Bataillon expone, con otro punto de vista y en una síntesis un tanto apresurada, lo que otros autores han sugerido en textos completos. Es decir, expone que una región no solamente consiste en el espacio físico sino en la interacción entre quienes habitan dicho espacio y en los discursos, textos que se escriben en referencia a dicho espacio.

¿Pero qué es una región? Los investigadores no han llegado a ponerse de acuerdo sobre una única definición que delimite de una vez por todas este concepto y en el cual confluyen numerosas disciplinas científicas. En este apartado expondremos algunas definiciones y al final realizaremos una síntesis que, consideramos, nos será de utilidad en nuestros objetivos. Comenzamos, de hecho, con lo más básico: el lugar. En su libro Etnografía de los lugares, Abilio Vergara Figueroa sugiere que si bien un lugar (o región para nuestros intereses) es algo físico y palpable, aquello que verdaderamente le da profundidad son los relatos, símbolos y expresiones dichas acerca de él. Sin embargo, antes que nada nos proporciona una definición:

Defino –o delimito- el lugar como el espacio que, circunscrito y demarcado, “contiene” determinada singularidad emosignificativa y expresiva; es el espacio donde específicas prácticas humanas constituyen el lazo social, (re)elaboran la memoria a través de la imaginación demarcándolos por el afecto y la significación: en su imbricada función de continente, es tanto un posibilitador situado, como también un punto de referencia memorablemente proyectivo, depositario y crucero de códigos y posibilidades, de permanencia y cambio, Está demarcado por límites físicos y/o simbólicos, tiene un lenguaje específico, una fragmentación interior ocupada por la diferencia-que- complementa, actores estructurantes y estructurados por jerarquías variables, y propicia y produce unas formas rutinarias y ritualizadas de experiencia que (re)construye la identidad, entre otros componentes. Con-forma a los lugareños, aunque no elimina el surgimiento de contradicciones y conflictos (Vergara Figueroa, 2013, p. 35).


Un lugar podría verse, de acuerdo con esta definición, como una región en potencia, dado que ésta contiene “determinada singularidad emosignificativa y expresiva”. Sin embargo, es importante agregar otras cuestiones más complejas, ya que sería tema de una discusión muy amplia llegar a decir con certeza si podría verse como sinónimos o, por el contrario, si existen lugares que no son regiones y, viceversa, regiones que no son lugares1.

Después de analizar las definiciones y conceptualizaciones de varios autores, Carlos Alzugaray Tretto sugiere que:


Para ser más precisos, conviene preguntarse qué rasgos característicos debe poseer una región para ser considerada como tal, siempre teniendo en cuenta que no todas las regiones tienen el mismo grado de cohesión e integración. Como demuestran varios casos bien conocidos, no es lo mismo una región altamente organizada con cierto nivel de cohesión y con una proyección internacional en proceso de definición pero con ciertos rasgos comunes característicos, como lo es la Unión Europea, a una región cuya propia definición resulta difícil, como lo es el Caribe –también referido en la literatura como Gran Caribe o Cuenca del Caribe- que, en su definición más amplia, tiene una institución, la Asociación de Estados del Caribe, en la cual se agrupan todos los países que tienen

acceso de una forma u otra a ese espacio geográfico que es fronterizo y que separa a América del Norte de América del Sur, exceptuando a Estados Unidos. Aquí es necesario recordar lo que ha señalado Schulz, Söderbaum y Öjendal (2001, 252): “mientras menos regionalizada esté una región, más difícil es definirla (Alzugaray, 2009, p. 7).


Un análisis interesante es el del sociólogo francés Pierre Bourdieu, que comienza exponiendo una sugerente y personal idea sobre la región:


Primera constatación: la región es una apuesta de luchas entre sabios, obviamente geógrafos, que relacionados con el espacio, pretenden naturalmente el monopolio de la definición legítima, pero también historiadores, etnólogos y sobre todo, desde que existe una política de "regionalización" y de los movimientos "regionalistas", economistas y sociólogos. Bastará un ejemplo tomado al azar de las lecturas: "hay que rendir homenaje a los geógrafos, al ser los primeros en interesarse por la economía regional (Bourdieu, 2006, p. 166 )2.


En síntesis una región puede verse o estudiarse, a grandes rasgos, como un territorio delimitado y hasta cierto punto autónomo en el cual la economía, la cultura, el poder y las relaciones sociales se hayan íntimamente relacionados. Una región tiene, además, una relación dialéctica con el exterior. Es decir, con otras regiones y con el mundo en general. Esto lo sugiere con gran lucidez el antropólogo Gilberto Giménez, en su libro Estudios sobre la cultura y las identidades sociales, se refiere a la relación entre cultura y región (o territorio), y sugiere que:


Ahora estamos en condiciones de precisar las relaciones posibles entre cultura y territorio. En una primera dimensión el territorio constituye por sí mismo un “espacio de inscripción” de la cultura y, por lo tanto, equivale a una de sus formas de objetivación. En efecto, sabemos que ya no existen “territorios vírgenes” o “plenamente naturales”, sino sólo territorios literalmente “tatuados” por las huellas de la historia, de la cultura y del trabajo humano. Esta es la perspectiva que asume la llamada “geografía cultural” que introduce, entre otros, el concepto clave de “geosímbolo”. Éste se define como “un lugar,

un itinerario, una extensión o un accidente geográfico que por razones políticas, religiosas o culturales revisten a los ojos de ciertos pueblos o grupos sociales una dimensión simbólica que alimenta y conforta su identidad” (Bonnemaison; 1981: 256). Desde este punto de vista, los llamados ´bienes ambientales´-como son las áreas ecológicas, los paisajes rurales, urbanos y pueblerinos, los sitios pintorescos, las peculiaridades del hábitat, los monumentos, la red de caminos y brechas, los canales de riego y, en general, cualquier elemento de la naturaleza antropizada, deben considerarse también como “bienes culturales” y por ende como formas objetivadas de la cultura que, dada la naturaleza de su soporte significante, pueden ser llamadas ·”cultura ecológica” (Giménez, 2007, pp. 129-130).


El antropólogo Claudio Lomnitz acuñó cinco conceptos para estudiar una región: cultura íntima, cultura de relaciones sociales, ideología localista, coherencia y mestizaje La cultura regional refiere a “la cultura en espacios regionales internamente diferenciados” (Lomnitz, 1995,

p. 13). Sus límites pueden ser intranacionales, nacionales o trasnacionales. Más adelante, en una nota a pie de página, explica con más detalle estas ideas:


En la terminología que utiliza la escuela de análisis regional los términos “región” y “regional” son categorías analíticas que se refieren a cualquier espacio que está interconectado de manera nodal en un sistema espacial económico o administrativo. En otras palabras, la palabra “región” se puede referir tanto a espacios pequeños como a espacios grandes de muy diversos tipos. Sin embargo, cuando decimos que un espacio constituye una “región” ello significa que el espacio en cuestión está compuesto de varias diferentes “zonas” homogéneas. Dichas zonas tienen que estar interconectadas en términos de la lógica que uno esté utilizando para construir la regionalización (por ejemplo, pueden estar interconectadas desde el punto de vista de la producción, o del comercio, o pueden estar interconectadas en una estructura administrativa o de poder), y el conjunto de esas interrelaciones (el “sistema regional”) puede ser concebido como una jerarquía. Utilizo esos mismos tres criterios para definir la región aquí (Lomnitz, 1995, p. 65).

Lomnitz sugiere varias tareas necesarias para delimitar una región, algunas de las cuales consideramos importantes para nuestros objetivos (en especial, consideramos que puede aplicarse a la relación entre las regiones Altos y Grijalva):


Se nos presenta por consiguiente una doble tarea. Por una parte tenemos que explorar la economía política de la cultura regional, es decir, la organización de la producción y la distribución de signos en el espacio, y por otra habremos de explorar la relación entre espacio e ideología. Dicho de otra manera, debemos analizar el marco regional de las interacciones culturales (o comunicaciones), definiendo los diferentes tipos de contextos o marcos interaccionales que puedan caracterizar a diferentes lugares; pero lo haremos teniendo presente la integración jerárquica de una cultura regional a través del poder. En suma, si queremos definir regiones de poder culturales, o simplemente culturas regionales (como las llamaremos), tendremos que examinar la dimensión espacial de la comunicación en términos de las relaciones de poder al interior de dichas regiones. Al enfocar sustantivamente el problema del poder se implica, por supuesto, que no bastará tomar nota de los patrones de comunicación; se trata, finalmente, de analizar la cultura misma (Lomnitz, 1995, p. 36).


Otra vertiente del estudio de la región proviene de la historia. Adriana Kingard incorpora la idea de cultura en los estudios regionales, concretamente en la microhistoria, y sugiere que:


En la microhistoria está presente un cuestionamiento a la cosificación de la sociedad implícita en la modalidad de referir el análisis a entidades ya formadas en lugar de atender al proceso de su conformación. Quienes se inscriben en esta línea entienden su práctica como una interrogación sobre la historia y la construcción de sus objetos, en abierta oposición a una historia social concebida como la de entidades sociales coherentes, con capacidad de actuar y reaccionar por sí solas, llámense éstas clases, comunidades, corporaciones o el orden social mismo. La sociedad es pensada como una red de relaciones y el análisis de los individuos presupone su inserción en una relación social y en un espacio en donde, si bien dichos vínculos operan eficazmente como condicionantes

de la acción dejando su impronta en prácticas culturales que adquieren características específicas, es posible hallar subjetividades al margen de la interacción pautada, esto es, individuos concretos actuando en los insterticios de relaciones institucionalizadas a un determinado nivel espacial. Un abordaje tal puede encontrarse en la obra principal de uno de los mentores de esta peculiar corriente historiográfica. (Kingard, 2004, p. 166).


Al referirse a la microhistoria, Carlos Martínez Assad hace algunas interesantes puntualizaciones que consideramos pertinentes para nuestros objetivos:


Sin embargo, en algún momento tendrá que afinarse más el concepto de lo regional, establecer sus diferencias con lo local, analizar si la historia regional es igual a la microhistoria. La territorialidad podría ser el elemento que marcara algunas desigualdades, pero la introducción de variables sobre los alcances políticos y el impacto nacional es lo que puede contribuir a encontrar las oposiciones, partiendo del acuerdo implícito sobre la importancia que tienen tanto la microhistoria como la historia regional para la nueva historiografía. No cabe pensar que estos estudios sean parciales; por el contrario cada investigación de historia regional requiere de un planteamiento amplio, en el sentido de incluir el conocimiento de la economía, de la demografía, de las relaciones y los conflictos sociales, de la cultura, de las ideas, de la organización política, incluso del impacto internacional. Una historia regional no deja de ser total porque aunque abarca un universo con limitaciones espaciales y temporales, incluye todos y cada uno de sus componentes (Assad, 1992, p. 128).


He aquí, entonces, algunas vertientes del término región. No hay un acuerdo general entre los diversos estudiosos, puesto que cada uno intenta definir región de acuerdo con sus intereses y objetivos. En todo caso comparten el interés común por delimitar; es decir, tomar una porción del todo y analizarla con detalle, pero al mismo tiempo relacionarla con el exterior.

¿Pero como se ha regionalizado el estado de Chiapas? Veremos un ejemplo que consideramos importante y abarcador.

1.2.- Las regiones de Chiapas

Veamos con más detalle estos límites físicos y simbólicos para nuestro objetivo. Juan Pedro Viqueira sintetiza las formas en que se ha delimitado las regiones chiapanecas en un texto introductorio que forma parte de libro colectivo Chiapas, los rumbos de otra historia:


El estado de Chiapas se caracteriza por una enorme diversidad geográfica, económica, social y cultural, de tal forma que paisajes humanos súmamente contrastados pueden estar separados unos de otros por tan sólo unos cuantos kilómetros. Tal diversidad impone acercarse a la realidad chiapaneca necesariamente a través de enfoques regionales. Sin embargo, la misma complejidad fisiográfica y humana ha impedido establecer una regionalización del estado que goce de un concenco mínimo. No sólo las regionalizaciones oficiales que se manejan para fines estadísticos y de planeación económica por lo general no coiciden con las de los investigadores académicos (geógrafos incluidos), sino que incluso éstos no han logrado ponerse de acuerdo entre sí. El problema no sería demasiado grave de no ser porque los organismos gubernamentales y estudiosos utilizan los mismos términos para designar regiones delimitadas de manera distinta, lo cual no puede más que confundir a todo lector que desee profundizar en el conocimiento de los problemas de Chiapas (Viqueira, 1995, p. 19)


El autor nos muestra que Tuxtla Gutiérrez se encuentra en la meseta central, pero muy cercana a la región del Grijalva. En contraste, San Cristóbal, la antigua capital, está en Los Altos de Chiapas:


En la parte más elevada del Macizo Central se encuentran los Altos de Chiapas (denominados Central Highlands en inglés y Hauts Plateaux en francés). A pesar de que este término es de uso extremadamente común, no existe un consenso mínimo sobre la extensión de la región que designa. Desde un punto de vista estrictamente morfológico sus límites son: al sur la abrupta vertiente hacia la Depresión Central; al oeste la Meseta de Ixtapa (a veces considerada parte de Los Altos); al norte los valles cuyos ríos convergen cerca de Huitiupán, y aquel que separa Oxchuc de Ocosingo; y al este los Llanos de

Comitán y Margaritas, aunque no faltan geógrafos que incluyen también a éstos. La regionalización oficial que se acerca a esta definición, deja fuera sin embargo al nuevo municipio de Cancuc y en cambio incluye sorprendentemente a Villa Las Rosas – municipio que tiene en la actualidad características naturales, sociales y culturales muy distintas a las del resto de Los Altos –y a Altamirano- que forma más bien parte de la Selva Lacandona-. Algunos autores al estudiar esta región en el siglo XlX, la definen identificándola con el antiguo departamento del Centro, mientras que otros, interesados en procesos recientes, la limitan a los 12 municipios que conforman el mínimo denominador común de todas las regionalizaciones oficiales de Los Altos. Por nuestra parte hemos considerado necesario abarcar bajo ese nombre todos los municipios que conforman la franja mediana del Macizo Central desde Zinacantán, San Cristóbal, Teopisca y Amatenango al sur, hasta sus límites con Tabasco al norte (Viqueira, 1995, p. 35).


Estas regiones tienen enormes diferencias históricas y no hay espacio para plantearlas con detalle en esta comunicación7. Basta por ahora sugerir que dos ciudades que no son representativas, necesariamente, de todo el estado han detentado el poder cultural (no propiamente el económico). En todo caso, dado que Tuxtla Gutiérrez conservó de alguna forma el poder político al final, se dio la necesidad de dotarla de legitimidad cultural. La fundación del Ateneo podría verse, precisamente, como uno de los esfuerzos más importantes encaminado a dicha intención (si no el más importante).

¿Cómo abordar entonces una región? Nuestra propuesta se dirige en por lo menos tres vertientes. Por un lado estudiaremos una región histórica, por el otro una región cultural y, por último, lo que podría llamarse una región imaginaria. Naturalmente las tres están entrelazadas, por así decirlo. No se pueden separar porque, a fin de cuentas, es en la unión de los tres en donde realmente se construye la región. Sin embargo, es importante comenzar a estudiar los diversos aspectos por separados por una simple cuestión metodológica. Si pretendiéramos ver todo de una vez probablemente resultaría un poco confuso.

En Chiapas siempre ha habido una lucha de poder entre dos importantes centros regionales (Tuxtla y San Cristóbal o los Altos y la zona Centro). Esta lucha ha durado prácticamente durante toda la historia de Chiapas y, de alguna forma, ha dado forma al estado o,

para decirlo de otra forma, a esta región del sur de México que alguna vez perteneció a Centroamérica.


2.- Entre orientalismo y redes imaginarias

En esta última parte del primer capítulo pretendemos complementar, como sugerimos en la introducción, con tres autores que nos servirán para apuntalar nuestra idea de que en las revistas del Ateneo se formaron ideas que aún prevalecen sobre la región de Chiapas. Hay una cuarta autora que hemos nombrado en el epígrafe, pero que por razones de profundidad no abordaremos. Se trata de Mary Louise Pratt, autora de Ojos imperiales3.

Comenzamos con Benedict Anderson por ser el más antiguo. Posteriormente exponemos someramente a Edward Said y por último nos concentramos en Roger Bartra por ser el más cercano a nuestros propósitos.


2.1.- Benedict Anderson y sus comunidades imaginadas

Comenzamos exponiendo las ideas de Benedict Anderson porque, en gran parte, influyeron en Orientalismo, de Edward Said. Aunque, de hecho, Naciones imaginadas es un clásico por derecho propio. Publicado originalmente en inglés en 1977 (nótese que ambos libros se publicaron con muy poca diferencia), es uno de esos estudios que, de una u otra forma, cambian nuestra visión del mundo al terminar de leerlo. Escrito con un estilo ágil y accesible contiene, sin embargo, algunas de las ideas más renovadoras de los últimos tiempos. Al desmontar la idea de una nación como algo ya establecido de antemano, Anderson localiza los mecanismos con los cuales las comunidades se convierten en naciones. De esta forma, en su prólogo, comienza proponiendo que el nacionalismo es un “artefacto cultural de una clase particular”. Posteriormente define qué es una nación: “Así pues, con un espíritu antropológico propongo la definición siguiente de la nación: una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (Anderson, 1993, p. 23). A continuación empieza a explicar cómo se entienden cada uno de los términos de dicha definición. Primero, los miembros de una nación no podrán conocer a todos los otros miembros, así que deben suponer que todos tienen más o menos las mismas concepciones. En segundo lugar incluso la nación más grande tiene fronteras y límites con otras naciones. Por último, la soberanía se refiere a un concepto de soberanía que surgió

cuando la ilustración estaba en su apogeo y los estados dinásticos dejaban de ser la forma adecuada.

En el tercer capítulo, Anderson expone una invención que será fundamental para la creación de la idea de estados nacionales tal y como los conocemos en la actualidad. Me refiero a la imprenta, la cual, básicamente, permitió una rápida difusión de la palabra escrita. Dice Anderson:


Podemos resumir las conclusiones que pueden sacarse de los argumentos expuestos hasta ahora diciendo que la convergencia del capitalismo y la tecnología impresa en la fatal diversidad del lenguaje humano hizo posible una nueva forma de comunidad imaginada, que en su morfología básica preparó el escenario para la nación moderna (Anderson, 1993, p. 75).


El autor sugiere que, para explicar con mayor detalle la formación de los actuales estados nacionales entre 1776 y 1838, cuando las nuevas entidades comenzaron a definirse a sí mismas como naciones. Este capítulo iniciará algunos más que examinarán con detalle aquellos elementos que han dado forma a las modernas ideas de nación, tal y como las conocemos.

El libro discurre a lo largo de varios siglos, con una serie de ejemplos de lo más diverso: Japón, Siam, el imperio austrohúngaro, etc, En cada uno de estos ejemplos Anderson da amplias muestras de cómo el nacionalismo y la creación de una nación son siempre actos que implican una gran variedad de elementos. De entrada, el nacionalismo no surgió de la nada sino de imperios que contenían dentro de sí los gérmenes de otras naciones. El autor se explaya en el caso de Hungría, parte del imperio austrohúngaro que buscaba una mayor autonomía debido a que tenía su propia lengua. Como sea, bastará con esta breve referencia antes de pasar al siguiente texto de interés para nuestros objetivos: Orientalismo.


2.2.- Edward Said y el Orientalismo

Veamos, a grandes rasgos, cómo está estructurado Orientalismo, publicado en 1978. Se compone de tres partes mas una introducción y un epílogo de 1995 que retoma las críticas hechas al libro. Hay además dos epígrafes, uno de los cuales pertenece a Karl Marx y dice lo siguiente: “No

pueden representarse a sí mismos, deben ser representados” (Said, 2009, p. 17). Este epígrafe marca la tónica del libro y nos da también algunas pistas sobre nuestro propio objeto de estudio. Es decir, la idea que tenemos de Chiapas y que cotidianamente se nos muestra en todas partes y en todo tipo de soportes: desde revistas y libros hasta medios de comunicación, radio, televisión e incluso espectaculares.

En Orientalismo, Edward Said realiza un ejercicio intelectual de gran calibre al mostrarnos cómo, en gran parte, Oriente es una invención de los occidentales. De esta forma, como Said nos explica en la introducción, si bien es obvio que hay una región espacial conocida como “oriente”, ésta no simplemente está ahí, lo mismo que occidente:


He comenzado asumiendo que Oriente no es una realidad inerte. No está simplemente allí, lo mismo que el propio Occidente tampoco está precisamente allí. Tenemos que admitir seriamente la gran observación de Vico acerca de que los hombres hacen su propia historia, de que lo que ellos pueden conocer es aquello que han hecho, y debemos extenderla al ámbito de la geografía: esos lugares, regiones y sectores geográficos que constituyen Oriente y Occidente, en tanto que entidades geográficas y culturales –por no decir nada de las entidades históricas-, son creación del hombre. Por consiguiente, en la misma medida en que lo es el propio Occidente, Oriente es una idea que tiene una historia, una tradición de pensamiento, unas imágenes y un vocabulario que le han dado una realidad y una presencia en y para Occidente. Las dos entidades geográficas, pues, se apoyan, y hasta cierto punto se reflejan la una en la otra (Said, 2009, p. 24).


A continuación, el autor nos explica que, si bien oriente es una invención, también existe como una región física y geográfica. Pero es precisamente esta dicotomía la que hará del resto del libro un constante ir y venir entre el oriente real y el oriente imaginado. Por ese motivo, es interesante que más adelante, en su introducción, Said sugiera que el orientalismo no es solo un tema pasivo reflejado en la alta cultura, sino que:


Por el contrario, es la distribución de una cierta conciencia geopolítica en unos textos estéticos, eruditos, económicos, sociológicos, históricos y filológicos; es la elaboración de

una distinción geográfica básica (el mundo está formado por dos mitades diferentes, Oriente y Occidente) y también, de una serie completa de “intereses” que no solo crea el propio orientalismo, sino que también mantiene a través de sus descubrimientos eruditos, sus reconstrucciones filológicas, sus análisis psicológicos y sus descripciones geográficas y sociológicas; es una cierta voluntad e intención de comprender –y en algunos casos, de controlar, manipular e incluso incorporar- lo que manifiestamente es un mundo diferente (alternativo o nuevo) (Said, 2009, p. 34).


Said comienza con una referencia a lo que un periodista dijo sobre la guerra de Líbano cuando estaba en Beirut. “Hubo una época en la que parecía formar parte (…) del oriente descrito por Chateaubriand y Nerval” (Said, 2009, p. 57). En verdad, oriente parecería una invención de occidente. A continuación explica a qué se refiere con orientalismo y el hecho de delimitarlo a lo que Francia e Inglaterra han expresado al respecto. Después de todo, para Estados Unidos hay una mayor referencia a el lejano oriente. Posteriormente, Said explica que si bien orientalismo ha significado diversas cosas en diversas épocas, básicamente hay elementos que permanecen, entre ellos, claro está, la noción de que se está estudiando con inteligencia y objetividad una región del mundo (algo que refutará a continuación). Por último, expone tres cuestiones que serán de gran utilidad en nuestra propia sugerencia de cómo estudiar los imaginarios chiapanecos: Primero “La distinción entre conocimiento puro y conocimiento político”. Said alude a la hegemonía tal y como la planteó Antonio Gramsci para sugerir que, en realidad, se trata de una distinción aparente. Después habla de la cuestión metodológica y aquí expone algo que nos parece de vital importancia para nuestro objetivo. Hablaremos al respecto unas líneas más adelante.


2.3.- Roger Bartra y las redes imaginarias

Después de analizar a Said, veamos aquello que tiene que decirnos Bartra acerca de su concepto más importante: las redes imaginarias del poder político, incluido primero en su libro del mismo nombre y luego en La jaula de la melancolía.

La jaula de la melancolía es, probablemente, su estudio más importante y en él Bartra expone sus ideas de una forma directa y precisa. El libro está dividido en capítulos dobles. Una parte del capítulo expone algún mito relativo a lo mexicano (en especial aquellos propuestos por

Octavio Paz), y el otro ironiza y critica dicho mito de una forma más “académica”, por así decirlo. El resultado es un híbrido, precisamente como el ajolote. Bartra expone que:


Los estudios sobre “lo mexicano” constituyen una expresión de la cultura política dominante. Esta cultura política hegemónica se encuentra ceñida por el conjunto de redes imaginarias de poder, que definen las formas de subjetividad socialmente aceptadas, y que suelen ser consideradas como la expresión más elaborada de la cultura nacional. Se trata de un proceso mediante el cual la sociedad mexicana posrevolucionaria produce los sujetos de su propia cultura nacional, como criaturas mitológicas y literarias generadas en el contexto de una subjetividad determinada que “no es sólo un lugar de creatividad y de liberación, sino también de subyugación y emprisionamiento. Así, la cultura política hegemónica ha ido creando sus sujetos peculiares y los ha ligado a varios arquetipos de extensión universal. Esta subjetividad específicamente mexicana está compuesta de muchos estereotipos psicológicos y sociales, héroes, paisajes, panoramas histórico y humores varios (Bartra, 2007, p. 15).


Consideramos factible comparar la idea de “orientalismo” de Said con “redes imaginarias de poder político” de Bartra, y sugerir que, a pesar de sus diferencias, ambas aluden a cuestiones similares. En todo caso, podríamos sugerir que entre ambas surgiría, de alguna forma, nuestra idea de “chiapanequismo”.

El “chiapanequismo” constituiría, siguiendo en parte a Bartra, “el conjunto de redes imaginarias de poder, que definen las formas de subjetividad socialmente aceptadas” en el estado de Chiapas y que suelen ser consideradas como la expresión más elaborada de la cultura nacional. Más adelante, Bartra sugiere que:


Sin embargo, el mito del carácter nacional parecería no tener historia; parecería como si los valores nacionales hubieran ido cayendo del cielo patrio para integrarse a una sustancia unificadora en la que se bañan por igual y para siempre las almas de todos los mexicanos. Los ensayos sobre el carácter nacional mexicano son una traducción y una reducción –y con frecuencia una caricatura grotesca- de una infinidad de obras artísticas,

literarias, musicales y cinematográficas (Bartra, 2007, p. 20).


Más adelante, Bartra hace referencia a algunos de los mitos alrededor de los cuales se ha tejido la identidad mexicana.


La cultura mexicana ha tejido el mito del héroe campesino con los hilos de la añoranza. Inevitablemente, la imaginería nacional ha convertido a los campesinos en personajes dramáticos, víctimas de la historia, ahogados en su propia tierra después del gran naufragio de la Revolución mexicana. La reconstrucción literaria del campesino es una ceremonia de duelo, un desgarramiento de vestiduras ante el cuerpo sacrificado en el altar de la modernidad y el progreso (Bartra, 2007, p. 45).


Es importante señalar que el libro de Bartra no es propiamente uno académico. Por el contrario, utiliza numerosas metáforas, símbolos y figuras literarias para ilustrar sus ideas. La más notable es la del “ajolote”:


El estereotipo del campesino, como ser melancólico, ha llegado a convertirse en uno de los elementos constitutivos más importantes del llamado carácter del mexicano y de la cultura nacional. Es preciso reconocer que una buena parte de lo que se llama el “ser del mexicano” no es más que la transposición, al terreno de la cultura, de una serie de lugares comunes e ideas-tipo que desde antiguo la cultura occidental se ha forjado sobre su sustrato rural y campesino (Bartra, 2007, p. 47).


Hay algunas similitudes entre el concepto de “orientalismo” de Edward Said y el de “redes imaginarias del poder político”, de Bartra. Hay también, naturalmente, algunas diferencias. La principal, quizá, es que el primero apela a la forma en la que una cultura externa (en este caso la europea) inventa o recrea una cultura ajena o externa (en este caso la oriental). Bartra, en cambio, expone como el poder político crea e inventa desde un mismo lugar, específicamente México como nación. En Chiapas, en un nivel regional, ocurrieron cosas similares. Naturalmente no hubo ningún Octavio Paz o Samuel Ramos exponiendo el “carácter” melancólico, inferior o solitario de los chiapanecos. Sin embargo, como pretendemos demostrar,

los textos de las revistas del Ateneo contribuyeron a crear una imagen de Chiapas.


2.4.- Los regionemas

En autores como Claude Levi-Strauss o Roland Barthes, existe la intención significativa de dotar de estructura a las actuaciones humanas generales, como los mitos, los sistemas de parentesco, etc. Por otra parte, hemos visto que Dilthey intenta separar en “comprensión” y “explicación” las actividades, respectivamente, de las ciencias naturales y sociales (incluidas las humanas). Sin embargo, Paul Ricoeur sugiere que más que una división tajante, ambas operaciones son parte del conocimiento; una dialéctica constante en la cual ambas partes del proceso se van enriqueciendo. En ese sentido, nuestra propuesta quisiera aunar la explicación y la comprensión tanto como profundizar en la región que, como hemos visto antes, admite diversas formas de estudio más allá del lugar puramente físico o, por el contrario, puramente imaginario.

Definimos el regionema, entonces, como la “unidad mínima de lenguaje o simbólica que remite a una región determinada” o, en otras palabras, la unidad mínima de una región en el lenguaje.

Después de separar los artículos que se refieran mayormente a “Chiapas” en las revistas del Ateneo, nuestra intención sería buscar cómo intersectan las tres regiones en diversos discursos, de lo histórico a lo imaginario y de lo macro a lo micro. Por ejemplo, el verso de Enoch Cansino Casahonda “Chiapas es en el cosmos como una flor al viento”4. Podemos ver el elemento regional, histórico y simbólico en la palabra “Chiapas” frente al elemento universal, globalizador o englobante que sería “cosmos” y, al mismo tiempo, el elemento imaginario proporcionado por “una flor al viento”. Esto, naturalmente, es una primera aproximación que deberé ir afinando. Para poner otro ejemplo, ahora relacionado con las revistas que nos interesa analizar: Por ejemplo, este párrafo de Manuel B. Trens en la revista Ateneo número 2:


¿Fue Votán, el señor del palo hueco, caudillo y sacerdote, el que guió a los inmigrantes que asentaron sus reales en las fértiles riberas del Usumacinta, y que hicieron surgir las estupendas ciudades de Yaxchilán y Nachán, Bonampak, Toniná y Chenkultik? (Trens, 1951, p. 138).

De nuevo, vemos la convergencia de los varios elementos entrelazados, por así decirlo, para formar el “regionema”. Votán, un ser mitológico, es nombrado, para a continuación agregar un río de existencia real (Usumacinta, que según puede leerse, se trata de ), junto a ciudades mayas que florecieron en algún momento del período anterior a la llegada de los españoles. Aquí el adjetivo “estupendo” enlaza lo regional con lo universal, pues es obvio que al nombrarlas de esta forma, estas ciudades entran a formar parte de una región imaginaria universal. No olvidemos, también, que todo esto también remite a las mitologías de Barthes

Como una puntualización final: no consideramos que haya una extensión limitada para el regionema. Puede ser una oración como la del poema de Casahonda o varios párrafos de un artículo completo. Quizá incluso la unión de varios artículos (aunque es algo que aún deberemos explorar).


3.- Conclusiones

Después de este largo recorrido expondremos algunas conclusiones para unir las diversas ideas planteadas.

Hemos hecho una síntesis de los estudios regionales y, posteriormente, expusimos la forma en que se ha regionalizado el estado de Chiapas. Vimos como estas formas de regionalización han cambiado a lo largo del tiempo. Sin embargo, ha prevalecido siempre un centro político hegemónico que ha variado entre Tuxtla y San Cristóbal (o entre los Altos de Chiapas y La zona del Grijalva). En nuestro capítulo tres profundizaremos más en esta idea. Posteriormente, en la segunda sección, expusimos algunas cuestiones hermenéuticas en las cuales se discute tanto la explicación y la comprensión como la posibilidad de una hermenéutica que, más que intentar extraer todo de un texto, cree una analogía o “modelo”. Expusimos la posibilidad del “regionema”, es decir, “la unidad textual mínima de una región”.

Por último, en la tercera parte nos valimos de tres autores para sugerir que el poder político crea “redes imaginarias”, de acuerdo con Roger Bartra, dentro de “comunidades imaginadas”, como las llama Benecict Anderson. Nosotros proponemos la idea del “chiapanequismo”, concepto que abreva del “orientalismo” tal y como lo propone Said pero que se ancla en la particular historia de Chiapas.

No podemos dejar de reflexionar sobre estas cuestiones para sugerir que la la creación del

chiapanequismo, por así llamarla, fue un flujo constante entre diversos factores. Algunos de ellos históricos (que analizaremos en posteriores comunicaciones). Otros ideológicos o culturales. En todo caso, nos interesa recalcar que la imagen que actualmente se tiene de Chiapas no fue un hecho fortuito sino que se dio de manera concreta en textos, creaciones culturales, imágenes e incluso en eslóganes publicitarios. Este texto sería, más que nada, una aproximación inicial.


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Notas


1 Al respecto, Jesús Martín Barbero, retomando a Michael Foucault, habla de las “heterotopías” o “espacios otros” insertados en los espacios físicos. Dice Barbero: “Foucault termina su reflexión formulando la categoría de heterotopía, pues al hablar de espacios y de lugares estamos hablando de los topoi en griego, y las u-topías se redefinen por relación a las hetero-topías. Si una utopía es “un emplazamiento sin lugar”, un proyecto de sociedad des-localizado, un proyecto de sociedad abierto al mundo entero; entonces la utopía es un proyecto que mantiene con lo real una relación de analogía invertida, esto es, que se plantea como en reverso de la realidad social (Barbero, 2006: 5).



2 Más adelante el sociólogo francés matiza un poco sus primeras sugerencias “Pero más profundamente la investigación de los criterios "objetivos" de la identidad "regional" o "étnica" no debe hacer olvidar, que en la práctica social estos criterios (por ejemplo la lengua, el dialecto o el acento)' son el objeto de re- presentaciones menta/es; es decir de actos de percepción y de apreciación" de conocimiento y de reconocimiento, donde los agentes envisten sus intereses y sus presupuestos, y de representaciones objeta/es, en cosas (emblemas, banderas, insignias, etc.) o actos, estrategias interesadas de manipulación simbólica, que pretenden determinar la representación (mental), que los otros pueden hacerse de estas propiedades y de sus portadores” (Bourdieu, 2006, p. 168).

3 Sin embargo, debemos mucho a ella nuestro interés por acuñar nuevos conceptos que nos ayuden a entender de otra forma algunas cuestiones que ya se dan por hechas. “En este intento por desarrollar un abordaje dialéctico e historizado de la literatura del imperio, fui acuñando algunos términos y conceptos. Uno de éstos que reaparece a lo largo de todo el libro es el de zona de contacto, que uso para referirme al

espacio de los encuentros coloniales, el espacio en el que personas separadas geográfica e históricamente entran en contacto entre sí y entablan relaciones duraderas, que por lo general implican condiciones de coersión, radical inequidad e intolerable conflicto. Aquí el término contacto ha sido tomado de la lingüística, en la que la frase lengua de contacto se refiere a lenguajes improvisados que se desarrollan entre hablantes de distintas lenguas que necesitan comunicarse continuamente, por lo general dentro del contexto de las relaciones comerciales (...). Otro término que uso con frecuencia en el texto que sigue es anticonquista. Uso esta palabra para referirme a las estrategias de representación por medio de las cuales los miembros de la burguesía europea tratan de asegurar su inocencia al mismo tiempo que afirman la hegemonía y la superioridad europeas (…). El tercero y último de los términos no convencionales que uso es autoetnografía o expresión autoetnográfica. Estas expresiones se refieren a instancias en las que los sujetos colonizados emprenden su propia representación de manera que se compromenten con los términos del colonizador (Pratt, 2010, pp. 33-35).

4 En definitiva, también un mito tal y como lo definió Roland Barthes.