La música festiva como estrategia para la integración comunitaria en Rancho Viejo, Veracruz


Folk party music as a strategy for community integration at Rancho Viejo, Veracruz


Rafael Rodríguez Toral1


Resumen: Se presentan avances de un proyecto de intervención sociocultural en Rancho Viejo y comunidades aledañas de la subcuenca del Río Pixquiac, una región rural colindante a la ciudad de Xalapa, Veracruz. Partiendo de una metodología etnográfica se indaga en las prácticas musicales festivas arraigadas en la memoria viva local, y por medio de metodologías participativas y talleres en los centros escolares y el Centro Comunitario, se busca propiciar procesos de integración comunitaria entre las nuevas generaciones, al estimular una mayor participación de estos jóvenes en las festividades locales desde la revaloración y reapropiación de su herencia biocultural.


Abstract: This text presents the progress of a sociocultural intervention project in Rancho Viejo and neighboring communities of the sub-basin of the Pixquiac River, a rural region adjoining the city of Xalapa, Veracruz. Based on an ethnographic methodology, it explores the festive musical practices rooted in the local living memory, and through participatory methodologies and workshops in schools and the Community Center, seeks to promote processes of community integration among the new generations, by stimulating greater participation of these young people in local festivities since the appreciation and reappropriation of their biocultural heritage.


Palabras clave: música festiva; integración comunitaria; memoria viva


  1. Introducción

    Los avances que se presentan aquí se enmarcan en un proyecto que tiene como objetivo propiciar procesos de integración comunitaria en la población de Rancho Viejo y las localidades cercanas, mediante la experimentación y la recreación participativa de prácticas musicales y festivas arraigadas en la memoria viva local. En este texto se presenta y contextualiza la propuesta y se exponen los resultados obtenidos hasta el momento, haciendo especial énfasis en la primera etapa del trabajo de campo, durante la que se recurrió a la metodología etnográfica utilizando como


    1 Maestrante en Estudios Transdisciplinarios para la Sostenibilidad, por la Universidad Veracruzana. Líneas de investigación en estudios regionales y trabajo comunitario. Contacto: rafaelchafa@gmail.com.

    técnicas la observación participante, las entrevistas semiestructuradas y las conversaciones informales con personas mayores.

    Un primer análisis de la información recabada ha permitido llegar a resultados previos interesantes y fundamentales para las siguientes etapas de la investigación. En Rancho Viejo perviven las prácticas festivas asociadas a rituales agrícola-religiosos (San Isidro Labrador, el 15 de mayo, es la fiesta más importante) y cívico-religiosos (bodas, bautizos, quinceañeras), además de las efemérides y festividades de carácter cívico; en estas celebraciones, la música y los bailes se han ido transformando desde los grupos que antaño tocaban “música de cuerdas” (arpa, requinto, jarana, mandolina, violín) interpretando ritmos emparentados a la música “norteña” (valses, corridos, rancheras, chotis, polkas, sones, etc.) hacia los actuales conjuntos de “chunchaca” que tocan música “norteña” y “tropical”; así mismo destaca un creciente interés en el “son jarocho”1, buscando en la música y el fandango tradicional del sotavento veracruzano un recurso de identidad.

    Esta primera etapa ha servido para diseñar en colaboración con jóvenes de la región un proceso más amplio de intervención que, por medio de metodologías participativas y talleres de música y creatividad impartidos en la Telesecundaria Juan Amós Comenio y la Casa Comunitaria Cuenca del Pixquiac, busca propiciar la conformación de una comunidad fandanguera con sentido de pertenencia, propositiva y participativa de las festividades locales, favoreciendo así procesos de integración comunitaria entre las nuevas generaciones al ofrecerles una plataforma de expresión, creación, recreación, congregación e identidad.


  2. Antecedentes

    Esta propuesta de intervención surge de un interés propio en el tema de la música tradicional, a partir de la propia vivencia de los fandangos con música de cuerdas que se practican en el sotavento veracruzano. Este encuentro cultural sin saberlo marcó el rumbo de mi vida y me llevó a abandonar mi natal Guadalajara para radicar en la ciudad de Xalapa, para finalmente llegar a Rancho Viejo como profesor de jarana2, instrumento emblemático de la música veracruzana.

    La música tradicional de cuerdas es una expresión cultural común en buena parte de México, el Caribe, Sudamérica, el sur de España y las islas Canarias. Encontramos similitudes en las orquestaciones, estructura armónica y rítmica, versada, zapateado o nomenclatura que

    plantean un origen compartido: desde la música andaluza, de influencias árabes, enriquecida, adaptada y diversificada en cada región a donde llegó. De la música de cuerdas nos interesa un elemento en particular del que algunas investigaciones apuntan hacia un origen prehispánico: la tarima, y muy especialmente, la fiesta que se celebra en torno a ella, pues “ofrece integración, arraigo e identificación mediante su práctica. Se trata, además, de una celebración festiva que recupera el sentido de comunidad, de integración colectiva, mediante el que se construye un

    «nosotros»” (Ávila, 2009: 54).

    Lo que ahora conocemos en México como fandango, hace referencia a esa fiesta popular campesina de tarima, que se fue conformando en la Nueva España a partir de expresiones musicales traídas del Viejo Mundo por conquistadores y esclavos durante la colonia y el primer siglo del México independiente (García de León, 2006) y que al encontrarse con manifestaciones culturales de los pueblos originarios fue tomando características propias en cada región pero con varios aspectos en común, a saber: la música de “son”, tocada principalmente con instrumentos de cuerda siguiendo patrones polirrítmicos ternarios y cuaternarios; la versada, construida sobre estructuras líricas como las coplas, cuartetas, quintetas, sextetas, décimas, seguidillas y otras formas de poesía popular; el baile o zapateado sobre la tarima, que además de ser expresión dancística, funciona como instrumento percutivo tocado con los pies (Alcántara, 2011). “Y fandango quedó como nombre genérico de toda fiesta en que se bailara” (Henríquez, 1989: 412).

    Así, al entrar el siglo XX, el fandango –conocido también, según la región, como huapango, mitote o mariachi (Ochoa, 1985)– era una fiesta de tarima que aún se practicaba en comunidades rurales al menos en la península de Yucatán, el Sotavento Veracruzano, el Istmo de Tehuantepec, la Costa Chica, Tixtla y la Región Central de Guerrero, Tierra Caliente, la Meseta Tarasca, el Occidente de México, la Sierra Gorda y la Región Huasteca (Alcántara, 2011). Esta manifestación cultural, junto con la música de cuerdas que la acompaña, dio origen a los géneros que hoy aglutinamos bajo los nombres de son jarocho, son abajeño, son arribeño, son calentano, son planeco, son huasteco, son de artesa, son tixtleco, son istmeño, son de mariachi, etc.


    México se convirtió en un país dotado de una enorme diversidad musical, pues en su territorio –aparte de muchas cosas más– confluyeron cancioneros, tradiciones, géneros, formas arcaicas y modernas, orquestaciones y estilos que coincidieron en cierto momento

    con la conformación de sus regiones. Precisamente, estas adaptaciones continuas que se fueron dando en los últimos siglos, adquirieron, cada vez más, características regionales que se convirtieron luego en provincias folclóricas. (García de León, 2006:14)


    Con la llegada de la modernidad, muchos cambios se suscitaron en el medio rural. Por una parte, aparecieron los tocadiscos, la radio, el cine, la televisión, las autopistas, entre otros que, si bien eran nuevos canales para exponer estas músicas a públicos más amplios, también iban rezagando a los músicos rurales (Cardona, 2006). Esto se aceleró con las políticas públicas postrevolucionarias que apuntaban hacia la formación de un nuevo nacionalismo, creando estereotipos que se tradujeron en la folclorización y comercialización de estas músicas como símbolos de identidad nacional, pero alejados de la realidad del campo; “se buscó la unificación de las masas bajo el liderazgo del Estado, en proceso conciliatorio de intereses y en el que se hizo necesario contar con expresiones artísticas que sugirieran un retorno a las raíces de la mexicanidad” (Ochoa, 1985: 80). Mientras, paradójicamente se fueron perdiendo las fiestas tradicionales de tarima, conservando su vitalidad sólo en ciertos lugares remotos, permaneciendo latentes en algunas regiones y desapareciendo por completo en otras. “En nuestros días, la fiesta asociada al son ha desaparecido de muchas regiones, contrayéndose el territorio en donde el género aún se practica tradicionalmente, es decir, en donde se halla asociado a la fiesta y al fandango” (García de León, 2006: 54).

    Ya a finales del siglo pasado surgen movimientos que reivindican el origen rural de estas músicas y promueven el rescate y la difusión del fandango. Uno de los casos más emblemáticos fue el autodenominado como Movimiento Jaranero, surgido en el sur de Veracruz, que se da a la tarea de romper con los estereotipos folclorizados del son jarocho, revalorando la contraparte “tradicional” de esta música y promoviendo el fandango en la Cuenca del Papaloapan, los Tuxtlas y los llanos del sur de Veracruz y sus regiones colindantes en Oaxaca y Tabasco, una región biocultural que en su conjunto se ha dado por nombrar como “Sotavento” (Ávila, 2009).

    En más de tres décadas de trabajo, este movimiento –formado de actores sociales muy diversos con objetivos afines en común– se ha expandido más allá del Sotavento, hasta otras regiones, otros países e incluso otros continentes:

    El florecimiento del son jarocho lo ha llevado a desbordar sus límites territoriales y sus parámetros culturales originales. Como cualquier otra manifestación cultural histórica incorporada en el proceso de globalización, éste se ha convertido en una expresión cultural que atraviesa por procesos de adaptación y resignificación dentro de sus nuevos espacios y públicos, lo que afecta de manera directa sus sentidos y valores originales. (Ávila, 2009: 43)


    Aunque notable por los alcances que ha tenido, el Movimiento Jaranero no ha estado exento de paradojas y contradicciones. Algunas de las críticas que se le han formulado son: la formación involuntaria de un nuevo estereotipo comercial del son jarocho; priorizar la creación de grupos, el trabajo escénico, el arreglo y la estilización de la música por sobre la parte comunitaria; la homogeneización en las afinaciones, modos de tocar, instrumentación, repertorio, etc., antes que privilegiar la variedad y diversidad; el extraer conocimiento de las comunidades sin remunerar nada a cambio; la escasa repercusión que tiene en las rancherías el acelerado crecimiento que este movimiento ha tenido en las grandes urbes; la deformación que han tenido los fandangos, ahora masivos y desordenados; la brecha generacional que se ha abierto entre los nuevos fandangueros y los viejos músicos, etc. (Soneros del Tesechoacán, 2010).

    Los movimientos de revitalización del son nos han enseñado a traer desde nuestro pasado colectivo a la fiesta comunitaria, donde todos podemos participar de alguna manera: en la música, el canto, el baile, la organización, el disfrute o la contemplación. Donde lo valioso es lo que se genera más allá de la música o de la fiesta en sí: esos lazos, esas dinámicas comunitarias, ese encuentro con el otro. Podemos apropiarnos del fandango y convertirlo en vehículo de identidad propia, modificándolo a nuestro propio contexto para modificar nuestra realidad. Si el son evolucionó a partir de otras músicas, es nuestra labor que siga vivo y que siga evolucionando y diversificándose. Regando la raíz, sembrando la semilla; para que florezca allá en la tierra donde alguna vez creció.


  3. Contexto

    El área de estudio se concentra en el poblado de Rancho Viejo, municipio de Tlalnelhuayocan, Veracruz, dentro de la subcuenca del río Pixquiac. No obstante, las labores de indagación se

    extienden hacia otras comunidades rurales cercanas que, por representar una identidad cultural común y estar marcadas por un flujo poblacional desde y hacia Rancho Viejo, se han considerado como partes integrales de una misma región geográfica de interés. Algunas de estas localidades son Mesa Chica, Capulines, Xolostla, San Antonio y Zoncuantla, que se encuentran distribuidas en los municipios de Tlalnelhuayocan, Xalapa y Coatepec.

    Rancho Viejo está a 15 minutos de la ciudad de Xalapa, siendo un poblado rural de tipo periurbano. Se encuentra rodeado por una masa forestal de bosque mesófilo de montaña, con un clima húmedo con lluvias todo el año. Tiene una marginalidad alta, un nivel de rezago medio, y tiene en total 184 viviendas habitadas y una población de 885 personas, 439 hombres y 446 mujeres, según el último registro (SEDESOL, 2010).



    Imagen 1: Ubicación del área de estudio


    Fuente: Elaboración propia con datos de ©2018 Google, INEGI


    Ante el alto índice de marginación y por la dificultad para acceder a los servicios, existe la necesidad de migrar desde las rancherías hacia localidades más urbanizadas para buscar oportunidades laborales, principalmente en la ciudad de Xalapa; generalmente las mujeres se emplean como trabajadoras domésticas y los hombres en la construcción (Fuentes, 2013). En la región, la población tradicionalmente se ha dedicado a actividades agropecuarias y de aprovechamiento forestal, en algunos casos para autoconsumo, como el cultivo de la milpa, la

    ganadería lechera, el cultivo y beneficiado de la nuez de macadamia, el cultivo de especies frutales, la renta de parcelas para la siembra de papa, la horticultura y cultivo de flores, y la extracción y venta de productos forestales maderables y no maderables (Paré y Gerez, 2012). Sobresalen desde hace 20 años la actividad trutícola, con criaderos de trucha y restaurantes que atraen visitantes en su mayoría xalapeños; también en los últimos años han emergido actividades relacionadas con el ecoturismo (Paré y Gerez, 2012). Otras actividades que hay en menor medida son el comercio a pequeña escala y los servicios. Por otra parte, los años recientes han estado marcados por una migración desde la ciudad, principalmente habitantes de Xalapa que compran terrenos para construir residencias o casas de campo.

    La oferta educativa en la región es escasa y los jóvenes difícilmente estudian más allá de la secundaria dadas las condiciones económicas de sus familias. Dada la falta de escuelas, niños y jóvenes de muchas rancherías se trasladan a Rancho Viejo para estudiar, ya que cuenta con el jardín de niños estatal “Francisco Gabilondo Soler”, la primaria pública estatal “Lázaro Cárdenas del Río”, y la telesecundaria federal “Juan Amós Comenio”, además de la escuela privada de educación alternativa “Educambiando”. Los servicios médicos profesionales son igualmente escasos: la unidad médica de salud más cercana (SSA) se encuentra en la localidad de San Antonio, a donde acuden solamente cuando la enfermedad se considera grave; en caso de ser muy grave o para un parto, tienen que acudir al Centro de Especialidades Médicas o al Hospital Civil de Xalapa (Paré, Gerez, 2012).

    Algunas problemáticas observadas en la región son: crisis de identidad y adopción de prácticas culturales externas; desarraigo a la tierra, el territorio y la comunidad; abandono, pérdida, explotación desmedida y destrucción deliberada de riquezas bioculturales; y desarticulación social para actividades colectivas (CSD, 2017). Al respecto, se observa que “las condiciones de desarrollo de un capital social son muy débiles. En los ejidos donde podría haber un capital social más desarrollado, hay un proceso de desarticulación social” (Paré y Gerez, 2012: 170). No obstante lo anterior, destacan algunas organizaciones que, ya sea buscando intereses propios o comunes, intentan incidir en cambios a favor de las condiciones de vida y del entorno en la región, como los grupos ejidales, asociaciones trutícolas, uniones campesinas y ganaderas, grupos de propietarios particulares y organizaciones no gubernamentales (Paré, Gerez, 2012).

    Otro tipo de tejidos sociales que cobran gran importancia, son las redes de relaciones

    familiares y las mayordomías implementadas para la organización de las fiestas patronales religiosas pues, aunque estas no buscan directamente ningún mejora social o ambiental, la dinámica con la que se manejan puede ayudar a lograr acuerdos comunitarios; de especial relevancia es el papel que juegan las mujeres en la cohesión comunitaria, por la relación que mantienen con las escuelas y la iglesia (Paré, Gerez, 2012).


  4. Método

    Se parte del supuesto de que retomar el fandango como expresión comunitaria genera cohesión social e integración comunitaria, creando lazos que permiten realizar un trabajo orientado hacia el desarrollo social y la búsqueda de nuevas formas de relación con el entorno.

    La primera inquietud que surgió fue saber si en la región de estudio existió alguna vez la práctica del fandango o algún tipo de fiesta de tarima y, en consecuencia, conocer cómo fueron antaño las fiestas, los bailes, la música y en general las expresiones festivas. Para lograrlo, se optó por realizar entrevistas y conversaciones con habitantes de la región, preferentemente adultos mayores, a fin de reconstruir el pasado histórico y festivo de la región desde la memoria viva local. Han sido entrevistas abiertas y semi-dirigidas, buscando obtener información, primeramente, sobre su historia de vida personal en relación con la historia local y los cambios que han notado en la región y, en segunda instancia, sobre aspectos relacionados con las festividades, celebraciones, música y manifestaciones culturales asociadas a las fiestas. Hasta el momento se han tenido conversaciones con ocho adultos mayores y con los integrantes de un grupo de música de la región. Se presentan a continuación.

    Don Cándido García Hernández: Entrevistado el 8 de febrero de 2017 y el 27 de junio de 2017. Nacido en San Andrés Tlalnelhuayocan en 1941, vive en Rancho Viejo hace más de 70 años, donde se dedica a sembrar la milpa y ordeñar vacas. Entrevistas semidirigidas.

    Don Eugenio Torres Hernández: Entrevistado el 10 de febrero de 2017 y el 27 de junio de 2017. Nacido en San Salvador Acajete en 1930, vive en Rancho Viejo hace más de 60 años, donde ya no trabaja, por su avanzada edad. Entrevistas semidirigidas.

    Doña Gabina Hernández Hernández: Entrevistada el 10 de febrero de 2017. Nacida en San Antonio en 1941, vivió en Mesa Chica desde 1957, y actualmente radica en Rancho Viejo, en la casa de uno de sus hijos. Entrevista semidirigida.

    Don Miguel García Hernández: Conversaciones informales entre marzo y mayo de 2017, registradas en el diario de campo. No se sabe aún su año de nacimiento; nativo de la colonia Coapexpan, radica en Zoncuantla desde hace más de 40 años.

    Don Moisés Villa Martínez: Conversación informal el 16 de marzo de 2017. No se sabe aún su año de nacimiento. Nacido en Coatepec, vive en Zoncuantla desde hace más de 60 años, donde se dedica al campo.

    Doña Crispina Hernández García: Entrevistada el 28 de mayo de 2017. Nacida en la Vega del Pixquiac en 1944, se fue a vivir a Palo Blanco al casarse, y hace unos meses intercambió su parcela por una en Buenavista, muy cerca de Rancho Viejo. En su juventud tocó la jarana. Entrevista semidirigida.

    Don Liborio Amador Hernández Martínez: Entrevistado el 2 de junio de 2017. Nacido en Rancho Viejo en 1945, siempre ha vivido ahí y actualmente trabaja en una granja de truchas y cultivando y vendiendo nuez de macadamia. Entrevista semidirigida.

    Don Carlos Morales Hernández: Entrevistado el 27 de junio de 2017. Nacido en San Antonio en 1930, actualmente vive en Rancho Viejo y se dedica a cuidar a sus vacas y vender leche. Entrevista semidirigida.

    Grupo Sexta Combinación: Entrevistados el 6 de junio de 2017. Es un grupo que interpreta diferentes estilos de música para bailar, desde cumbia hasta norteño. Conformado por seis jóvenes de diferentes localidades, ensayan y se presentan en la región de estudio. Marco Antonio García, nacido en 2001, teclado y la percusión. Arturo Guzmán, nacido en 1997, bajo eléctrico. Gerónimo Morales, nacido en 1994, acordeón y coros. Alejandro Vázquez, nacido en 1992, bajo sexto. Tereso de Jesús Vázquez, nacido en 1984, vocalista principal. Isaac García, nacido en 1980, batería. Entrevista semidirigida.


  5. Una historia de Rancho Viejo

    El territorio que actualmente ocupa Rancho Viejo perteneció, a inicios de la época colonial, a la Hacienda de San Pedro Buena Vista, o Hacienda de la Orduña, fundada a las afueras de la actual Coatepec. Los grupos indígenas que habitaban la zona fueron reubicados y concentrados en poblaciones de la zona media de la cuenca del Pixquiac en las regiones que hoy ocupan San Antonio y Rancho Viejo. Estas comunidades hablaban el náhuatl o “mexicano”, se dedicaron a la

    siembra tradicional de milpa y se adaptaron a la dinámica de trabajo de las haciendas y ranchos privados (Paré y Gerez, 2012).

    Sobre la música y las celebraciones de aquellos pueblos indígenas, es relevante la descripción que hace Guillermo Prieto en su crónica Un viaje a Xalapa en 1875, donde hace mención a una escena vista en día de Muertos:


    Los cementerios fueron el escenario –como lo son hasta la fecha– de las fiestas por los días de Todos los Santos y de Muertos, en los que las guitarras y las jaranas acompañaban los cantos y las danzas de los indígenas frente a las tumbas. (Varanasi, 2014: 79).


    En la región aún persisten algunos rasgos culturales de tradición nahua, siendo éstos más presentes en los poblados de San Antonio y San Andrés Tlalnelhuayocan, aunque actualmente la lengua náhuatl tiene muy pocos hablantes. Don Carlos, originario de San Antonio, nos menciona con orgullo algunas palabras que conoce en la lengua originaria de este lugar: “qué bonito es conocer las cosas donde anda uno para darse cuenta; […] por ejemplo, ¿la flor cómo se dice en

    «mexicano»? […] xóchitl; […] madera se dice en mexicano cuáhuitl; el mecate, mécatl en

    «mexicano»” (C. Morales, comunicación personal, 27 de junio de 2017).

    Los actuales habitantes de Rancho Viejo descienden de aquellos pobladores nahuas originarios asentados en un caserío en terrenos del Rancho de la Hierbabuena a principios del siglo XX (Paré y Gerez, 2012). A esta época corresponden las primeras narraciones de las personas entrevistadas, quienes han mencionado a la Hacienda de los Paredones3 como el antecedente previo a la fundación de Rancho Viejo, y a un personaje llamado Rómulo Ramírez como el hacendado a quien en tiempos de la revolución le fueron quitadas sus tierras para repartir entre los campesinos. Además, Don Liborio en algunas ocasiones ha mencionado otro antecedente a la fundación de Rancho Viejo, un antiguo poblado llamado Teochola que se ubicaba en la misma área, y cuyos pobladores fueron reubicados en otras rancherías al estallar la guerra:


    “Rancho Viejo sí ya tiene mucho tiempo, por lo menos le va llegando a los cien años que se volvió a poblar, porque más antes estaba la Hacienda, y estaba en aquella parte de ese

    lado Teochola; pero toda la gente de ahí, todo se quedó sin gente, sin habitantes y ya después se formó Rancho Viejo”. (L. Hernández, comunicación personal, 2 de junio de 2017)


    Los entrevistados han contado historias de batallas de la época de la revolución y la guerra cristera, y de cómo se han encontrado muchas armas, balas y tesoros de aquella época que quedaron enterrados en la zona. Es interesante observar que estas narraciones de tradición oral, con un antecedente histórico, se van mitificando dando lugar a historias fantásticas que incluyen visones de perros enormes arrastrando cadenas, apariciones de jinetes que muestran la localización de tesoros, e infortunios al desenterrarlos. Cuenta don Eugenio: “dicen que hay tesoros enterrados, y a veces se aparece un jinete y les dice dónde. Pero hay que saber si era para ti, si no, por más que escarbes nunca lo vas a encontrar” (E. Torres, comunicación personal, 27 de junio de 2017).

    Iniciado reparto agrario en la década de 1930, se conformaron ejidos entre los diferentes pueblos de origen prehispánico a los que se les habían respetado sus territorios y las recién asentadas poblaciones mestizas, atraídas por la explotación forestal (Paré y Gerez, 2012). Así, la solicitud de tierras que hicieron los habitantes de Rancho Viejo fue anexada con la de la cabecera municipal, y para el año de 1937 el gobierno les otorgó tierras bajo régimen comunal a las que nombraron ejido San Andrés Tlalnelhuayocan (Fuentes, 2013).

    Ya para esta época, los entrevistados van naciendo y comienzan a vivir su infancia en una ranchería casi recién fundada, aunque como hemos podido apreciar, con una profunda raíz histórica. En términos generales, las narraciones coinciden al describir al Rancho Viejo de entonces como un ranchito chiquito, con solo un puñado de casitas muy rústicas de madera, con techos de lámina o de teja, repartidas entre una loma y una cañada. No había calles, sino que todo “era puro monte y vereditas, daba miedo caminar de noche, no había luz ni agua ni nada” (E. Torres, comunicación personal, 27 de junio de 2017). Se alumbraban con candiles de petróleo o velas, y acudían a sacar agua de un nacimiento. Todo alrededor eran siembras de maíz, enmarcadas en el bosque de niebla.

    No había comunicación ni carreteras, y los habitantes de los pueblos y rancherías eran principalmente nativos de esa región. “Ya en 1942 hicieron la rodada de terracería que va para

    Briones” (L. Hernández, comunicación personal, 2 de junio de 2017), ésta se convirtió en la vía para llegar a Xalapa, y por ahí circulaban carros que cargaban vigas de madera. Los puentes eran de madera, y era común que en las crecidas los ríos se los llevaran. Los caminos eran senderos lodosos, pues llovía mucho. La gente se movía caminando, o bien a lomo de animales, por lo que un burro, un caballo, una yegua, un potro, eran muy apreciados.

    Los entrevistados comienzan a involucrarse desde niños con actividades del campo. La actividad en la que más coinciden es en acarrear cargas de leña a la ciudad de Xalapa, a veces en burro y a veces inclusive en la espalda, atravesando senderos por el monte pues no había carreteras, trabajo por el que recibían muy poco dinero. Se encuentran similitudes en la descripción de esta actividad en un pasaje sobre los habitantes indígenas de Tlalnelhuayocan que apareció a fines del siglo XIX en Apuntes sobre el cantón de Xalapa:


    Traen a la Ciudad, siempre al lomo, sendas cargas de leña delgada que venden a razón de diez palos por un centavo. En esta faena entran también las mujeres y los muchachos y muchachas de doce años en adelante, pero de todas maneras se comprenderá que es muy poco lo que en ese género de trabajo puede ganar una familia, aunque esté compuesta del padre, de la madre y de dos hijos en disposición de trabajar. (J. M. Rodríguez, 1895: 288)


    Otras actividades en que se emplearon desde la infancia fueron el cultivo de maíz, frijol y calabaza, siembra y venta de hortaliza, venta de carbón y tierra de monte, trabajo en fincas de café y naranja, pastoreo de cabras, ordeña y entrego de leche, engorda de cochinos, colecta y venta de frutas, etc. Además, Don Carlos se aventuró a aprender otro tipo de actividades como albañilería, y andar de chalán, y Don Eugenio aprendió fabricación de ladrillos y viajó a tierra caliente al cultivo de arroz.

    En general estudiaron muy poco, la mayoría no aprendieron a leer y escribir. Las razones fueron la pobre oferta educativa, el bajo nivel de enseñanza, la falta de disposición para aprender, pero principalmente por causas económicas, como el caso de Doña Gabina quien dice que “no tenían mis papases ni cinco centavos para comprar un cuaderno” (G. Hernández, comunicación personal, 10 de febrero de 2017), o bien como en el ejemplo de Don Liborio, quien comenta “pues nosotros al trabajo, porque no vas a comer la letra, vas a comer lo que vas a ganar […], por

    lo mismo de que estamos de escasos recursos y había que trabajar para comer” (L. Hernández, comunicación personal, 2 de junio de 2017).

    Mencionan que pasaron necesidades, hambre, carencias, falta de trabajo. No había servicios de salud y por falta de medicinas no era raro que niños pequeños murieran. También por aquellos años había gente violenta y peligrosa, y no eran desconocidos los asesinatos a machete o cuchillo, y no faltaban peleas de borrachos. Episodios de alcoholismo también podían aparecer al interior del hogar, al igual que de agresividad; no faltan menciones a casos de maltrato y violencia intrafamiliar.

    Un caso extremo fue el de Doña Gabina, quien menciona que su vida estuvo marcada por el sufrimiento, y que ella nunca tuvo “nada de diversión, que digamos que íbamos a fiestas, nos sacaban a andar, no. Nada, nada, nada. Por eso estamos como estamos, hechos una lástima” (G. Hernández, comunicación personal, 10 de febrero de 2017). A pesar de las dificultades y de que el trabajo era la prioridad, a veces encontraban un espacio para la recreación. En ese entonces Rancho Viejo era una comunidad pequeña, había pocos jóvenes, y a veces aprovechaban las noches de luna para divertirse jugando a las escondidas, o bien con las canicas, el trompo, el papalote, el yoyo o la rayuela. O simplemente jugaban así nomás, sin nada, vagando con otros chamacos.

    Rancho Viejo fue creciendo lentamente. Los hijos de los anteriores pobladores comenzaron a casarse y formar sus propias familias. Algunos ejidatarios que habían estado viviendo fuera del perímetro comenzaron a ocupar sus terrenos. Poco a poco, el pueblo se fue transformando. A partir de la década del 60, ocurrieron cambios que aceleraron cada vez más este crecimiento. Recuerda don Liborio que la luz eléctrica se instaló hacia 1967. Al año siguiente habrían de iniciar las obras para convertir la terracería que conecta con Briones en una calzada empedrada. También hacia 1968 algunas personas empezaron a organizarse para comprar lotes en Agüita Fría y Rancho Viejo. A mediados de la década de los 80 se construyeron dos nuevas carreteras de terracería que conectaban con Xalapa, una entrando por Coapexpan, y otra por Luz del Barrio. En la década del 2000 esas carreteras fueron pavimentadas. El censo de 1960 reportaba 124 habitantes, el último censo efectuado en 2010 reportó 885 habitantes (INEGI, 2010).

    En esos años, las personas entrevistadas han notado cambios muy profundos. El que

    primero salta a la vista es el paisaje. Donde antes era un ranchito de unas cuantas casas, rodeado de milpas y bosques, ahora cada vez hay más cemento: “pues todo el lugar éste era de pura siembra de maíz, ahora ya no” (C. García, comunicación personal, 8 de febrero de 2017). A veces estos cambios los ven como mejoras, a veces parece que no. Por ejemplo, ahora hay apoyos para los campesinos que antes no había, ahora hay más posibilidades de emplearse en cosas que antes no existían, hay más comodidades, los sueldos son más altos, el pueblo está más comunicado, hay más libertades. Pero al mismo tiempo parece que se valora menos la vida campesina, se pierden cosas que antes abundaban, la gente es más floja, las cosas son más caras, el pueblo está más contaminado, hay menos respeto. “Hoy está mejor, por un lado, por otro ya ve que hay otras cosas que ya no se dicen porque ya sabemos todos, cuál es la intranquilidad que hay ahorita” (L. Hernández, comunicación personal, 2 de junio de 2017).


  6. Vida festiva de la región

Por aquellos años ya se celebraban fiestas, tanto civiles como religiosas. Se mencionan grandes bailes con motivo de matrimonios, cumpleaños, santos, fiestas patronales, fiestas patrias. En Rancho Viejo “celebraban el 15 de septiembre en la noche, también hacían baile; estaba yo chamaquillo. Hacían cooperaciones los señores y hacían comida, hacían mole, mataban guajolotes, y el baile; y también de chupar” (C. García, comunicación personal, 8 de febrero de 2017). Don Eugenio platica de las fiestas que le tocó vivir cuando era chiquillo en Acajete, donde recuerda que se tocaba el requinto4 y los señores bailaban ritmos como el chotis, o sones como “El panadero”5; también recuerda a la gente zapateando pues las casas donde eran los bailes “las hacían entablonadas de madera. ¡Uta!, se oía… Para mí le digo que era bonito” (E. Torres, comunicación personal, 10 de febrero de 2017). Las fiestas más importantes en la región eran las fiestas patronales en la cabecera municipal de Tlalnelhuayocan, la celebración de San Andrés el 29 y 30 de noviembre. Don Liborio cuenta que a las fiestas de San Andrés iban unos tíos suyos a tocar:


Tocaban el arpa y la guitarra, […] el contrabajo; y vestidos de manta, calzón o pantalón de manta, camisa de manta. […] Tocaban rancheras, corridos, polkas, que era lo que se acostumbraba antes. […] Otros tocaban con la mandolina como le nombran, que es de

varias cuerdas, que luego algunos tenían la curiosidad de ponerle la concha del armadillo. (L. Hernández, comunicación personal, 2 de junio de 2017)


Doña Crispina, oriunda de la comunidad de la Vega del Pixquiac, desde niña aprendió a tocar la jarana para acompañar a su papá, quien tocaba el arpa o requinto, e iban a tocar a bailes de la región, generalmente cuando eran santos de algunas personas; “bailazos que hacían, A veces tardaban hasta tres noches. Y la gente bailaba ¡era un gusto!” (C. Hernández, comunicación personal, 28 de mayo de 2017). También recuerda que tocaban principalmente música ranchera, y canciones como el pajarillo barranqueño, el palomo, la cucaracha, la bamba, la raspa, el jarabe, la garlopa o la mascota. Cuando había baile los invitaban a comer, a cenar y si se amanecían, hasta a almorzar. “Hacían mole, hacían arroz, tamales, tortillitas hechas a mano, porque entonces no se usaba la máquina que vamos a traer tortilla a la máquina; moler todo a metate, palmeadas de mano” (C. Hernández, comunicación personal, 28 de mayo de 2017). Los instrumentos eran de fabricación local; para las jaranas hacían la caja con concha de armadillo, y las cuerdas del requinto eran de tripas de tejón; la orquesta la completaba un güiro o “rosquete”.

Don Moisés Villa Martínez, habitante de la congregación de Zoncuantla, recuerda una fiesta de Año Nuevo a la que asistió cuando era muy joven, organizada por una familia que venía de un pueblo “de la sierra” para trabajar en la región. La madre y dos de las hijas improvisaron una orquesta con una cubeta usada como tambor, una botella de refresco usada como güiro, y un peine usado como armónica, y con esa música se amanecieron bailando. También mencionó que se efectuaban bailes con música de cuerdas, y recordó en particular un instrumento poco común llamado “marimbola”6. Don Miguel García, también habitante de la congregación de Zoncuantla, recuerda que las fiestas patronales y las celebraciones por días festivos acostumbraban amenizarlas con música de cuerdas, con una orquesta que podía estar integrada por instrumentos como arpa, guitarra, jarana, mandolina, bandolón, violín, o salterio. Él disfrutaba mucho esa música y en particular le gustaba cuando versaban o improvisaban coplas.

En Rancho Viejo, una comunidad de raigambre campesina, la festividad más importante es la fiesta patronal en honor de San Isidro Labrador, una celebración de carácter agrícola- religioso. Se acostumbra hacer una procesión alrededor del pueblo con el santo escoltado por unos bueyes. En la noche se quema torito y se hace baile. Don Cándido piensa que antes se hacía

“lo mismo que hay ahora: comida, quemar toritos, y baile. Y echarse una, porque es lo que acarrea la fiesta, si no, no es fiesta” (C. García, comunicación personal, 27 de junio de 2017).

Al igual que el pueblo, las expresiones culturales poco a poco han ido transformándose. Don Cándido recuerda cuando llegó el primer tocadiscos Rancho Viejo: “En la cantina tenían ya los famosos tocadiscos, y a esos los llamaban pa’ donde quiera a tocar para baile” (C. García, comunicación personal, 8 de febrero de 2017). Algunas prácticas se modifican, algunos significados se trastocan, pero el ritual permanece. La fiesta es la fiesta: “[ahora] en los bailes ponen discos, y norteñas, o con tambores de esos que se tocan con palillos también” (C. Hernández, comunicación personal, 28 de mayo de 2017). Separado de una religiosidad instituida, el ritual profano no se desconecta de la dimensión sagrada, sino que la reinterpreta: “Pues ahorita, pues en las fiestas ya, que ir a comer, que ir a misa, el que quiere, el que no, ni a misa va, pero al baile sí va” (E. Torres, comunicación personal, 27 de junio de 2017). Y llegan las nuevas generaciones para decirnos que sí, aquí para todos hay:


–Antes casi no había acá en la zona música así. –Sí tocaban, pero a capela, ¿no? Luego se ponían a bailar con el tocadisco que le llaman. –A mí sí me tocó pero con las grabadoras, con la grabadora y el cassette y eran bailazos. –Y eso eran de pila porque no había luz. – Haga de cuenta que ponían el tocadisco y le conectaban una batería de carro, y a darle vuelo a la hilacha. –Y ha cambiado mucho porque antes escuchaban que las palomas, que las jilguerillas, música viejita, polkas, después salieron que las quebraditas y todo eso, entonces ahorita eso ya no. –Luego tocamos también las viejitas. –Las tratamos de modernizar un poco. –Porque luego como hay viejitos también, no pos que una polka, pos ora, ahí te va, también se las tocamos. (Sexta Combinación, comunicación personal, 6 de junio de 2017)


Bibliografía

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Notas


1 Se conoce como “son jarocho” a cierto tipo de músicas tradicionales del sotavento veracruzano, una región que se extiende desde el puerto de Veracruz hasta el sur del estado, incluyendo algunas regiones de Oaxaca y Tabasco.

2 La jarana es un instrumento rítmico de cuerdas, generalmente de cuatro o cinco órdenes, tradicional de México. Existen diferentes variedades regionales, como la jarana jarocha, la jarana huasteca o la jarana michoacana. Se considera descendiente de la guitarra barroca española y está emparentada con otros instrumentos similares como la vihuela.

3 El rancho de la Hierbabuena es comúnmente referido como la Hacienda de los Paredones, pues de aquel

antiguo rancho privado quedan en pie unos paredones del casco, a las afueras de Rancho Viejo. Actualmente en ese predio hay un restaurante de truchas conocido como los Paredones.

4 Se ha identificado como “requinto” a un arpa pequeña que fue popular en la región de estudio.

5 “El panadero” o “Los pananderos” es un baile que, con sus variantes regionales, fue muy popular en muchas partes de México y otros países de habla hispana. Desde el siglo XVIII fue prohibido por la Inquisición por sus coplas consideradas sacrílegas.

6 La marimbola, marimbol o marímbula, es un instrumento de origen afrocaribeño, consistente en una caja de resonancia de madera que tiene incorporadas unas lengüetas de metal. Cumple la función de un bajo. Fue muy popular en Veracruz en los años 40 cuando fue introducido por conjuntos de música cubana.