Utopías y microtopías urbanas: la okupa en la ciudad Urban utopias and microtopias: the okupa in the city

Diego de Santiago Delfín1


Resumen: La ciudad en la actualidad ha pasado a ser la sede del proyecto utópico capitalista en su fase neoliberal. La acumulación por desposesión de las maneras de habitar del sujeto se ha vuelto el método de extracción de ganancia gracias a la batalla campal de las inmobiliarias contra los habitantes por ver cómo extraen una mayor ganancia de este territorio y ante esta situación han surgido diversos espacios que han pretendido contrarrestar esta situación, es así que han brotado las microtopías urbanas que proponen alternativas a las implementadas por esta utopía neoliberal, y una de estas es la okupa.


Abstract: The city today has become the seat of the utopian capitalist project in its neoliberal phase. The accumulation by dispossession of the ways of inhabiting of the subject has become the method of profit extraction thanks to the pitched battle of the real estate agencies against the inhabitants to see how they extract a greater profit from this territory and because this situation have arisen various spaces that have tried to counteract this situation, that is how the urban microtopias have sprung, which propose alternatives to those implemented by this neoliberal utopia, and one of these is the okupa.


Palabras clave: Utopía; microtopía; ciudad; okupa; urbano.


Afirmar que Lenin es un utopista no es un hecho de cultura, no es un juicio histórico: es un acto

político actual. Gramsci, 1970: 45


Si bien esta frase acuñada por Gramsci, dentro de su colección de ensayos y textos escritos durante las peripecias de su vida, mostraba claramente la admiración que sentía el joven italiano por el dirigente de la Unión Soviética, también me permite ejemplificar cómo la noción de utopía y de aquel que cree y apoya ésta (el utopista) siempre estarán sometidos a un proceso de


1 Maestría (en proceso), Antropología Social, Universidad Iberoamericana Ciudad de México, ciudad, espacio urbano y maneras alternativas de habitar, tresdescultor@gmail.com.


legitimación o deslegitimación político, es decir, sometido a la consumación y ejercicio de ciertas relaciones de poder. En ciertos casos se les anulará a partir del descrédito y la injuria por no corresponder a cierto status quo o a los intereses personales de ciertos agentes políticos que tienen oportunidad de ejercer cierta coerción sobre el resto de los individuos que integran una sociedad (la hegemonía remitiéndome de nuevo a Gramsci y a Lenin); en otros casos será exaltado y alabado por esta correlación de fuerzas mediante ciertos discursos y prácticas que son legitimadas dentro de la sociedad o por esos mismos agentes que ejercen dicha coerción sobre el resto. Uno de los ejemplos más claros de esto es el de la retórica de la cientificidad de ciertos discursos y formulas, sobre todo de la economía, y uno de los más recientes casos ha sido la institucionalización de una “nueva ciencia” –personalmente prefiero considerarla disciplina- llamada urbanismo.

Desde la antigüedad la polis o la urb se ha entendido y constituido como un sinónimo de civilidad –de ahí el que sus habitantes sean los civitas, los ciudadanos-, como el espacio de aculturación que en términos históricos y sociológicos se ha llegado a entender como aquel lugar o hábitat donde el ser humano se desenvuelve a través de la búsqueda de la razón en contraposición de su estado de naturaleza o de salvaje-primitivo. Esto se hizo patente desde La República de Platón con su propuesta de una polis ideal en la que los filósofos, los hombres dedicados a pensar, eran los encargados de gobernar. Por lo tanto, la ciudad ha sido considerada desde mucho tiempo atrás como la sede del proyecto de hábitat en la que el ser humano se realizaría y desarrollaría al máximo de sus capacidades frente las adversidades que la naturaleza y el mundo le han impuesto, la sede del progreso, de la utopía antropocéntrica y teológica. Sin embargo, es necesario tener presente lo que señaló Lewis Mumford en el prólogo de su Historia de las Utopías:


Casi cualquier utopía supone una crítica implícita a la civilización que le sirve como trasfondo; y de igual modo, constituye un intento de descubrir las potencialidades que las instituciones existentes o bien ignoran o bien sepultan bajo una vieja corteza de costumbres y hábitos (2013: II).


Es entonces que la utopía parte de una realidad concreta, la cual analiza, crítica y


reflexiona para una eventual proposición de la virtualidad o la potencialidad de mejora en ciertos aspectos que constituyen al ser humano en sus respectivas culturas y sociedades. La ciudad es utópica ya que siempre ha estado atada a la potencialidad humana, pero sobre todo a un énfasis por un progreso inmanente de la concentración del poder de los emperadores, de los monarcas, de las iglesias, de la república, de infinidad de actores o grupos políticos a los cuales han sido subordinados amplios sectores de la sociedad y ciudadanía que integran esas urbes.

Una parte de las construcciones ideológicas en las que se ha cimentado el pensamiento Ilustrado y positivista que aún permea gran parte de las culturas en Occidente u “occidentalizadas” son las que nos permitirían entender y asumir cómo es que han sido construidas las bases o los fundamentos de lo que hoy denominamos como urbanismo o el planeamiento y el desarrollo “ordenado” de las ciudades. Un planeamiento medido y delimitado por cierto enfoque y postura ideológica a partir de una racionalización, higienización (Choay, 1976) y distribución a una supuesta escala del desenvolvimiento humano en el espacio o hábitat urbano.

El urbanismo como disciplina y práctica está conformado a partir del logos occidental que se ha fundamentado en la búsqueda de un progreso constante e ininterrumpido, como un avance hacia una etapa mejor (el mesianismo, haciendo eco de Walter Benjamin). Un desarrollo y planeación de la ciudad guiado por una “razón instrumental” (Adorno y Horkheimer, 1944) que desde la Ilustración y el pensamiento moderno se ha encargado de asumir que no importa el sacrificio, la eliminación o desaparición, junto con una constante intermitencia de una violencia polifacética de y sobre los individuos o espacios, a costa del futuro alcance de un supuesto fin superior y secularizado en el que se alcanzaría un pretendido estado de plenitud y libertad, un paraíso terrenal que la teología judeo-cristiana ha heredado (ahí está, por ejemplo, la Ciudad de dios de San Agustín). El problema de este tipo de planeaciones y construcciones es que han dejado de lado durante mucho tiempo a los mismos habitantes, los sujetos, de este espacio claramente social, y todo esto ha persistido inclusive cuando ya ha sido denunciado y duramente criticado desde hace más de medio siglo por autores como Jane Jacobs (1961) y Henri Lefebvre (1963; 1968). Incluso esto sería algo que el mismo Max Weber estaba interesado en cuestionar debido a la relevancia del espacio en las manifestaciones sociales,


…animando a los planificadores a tomar una mayor conciencia de los procesos sociales, [porque] considera vital que el planificador renuncie a “cierta doctrina profundamente arraigada que busca su método en modelos extraídos a partir de mapas, cuando, por el contrario, éste se esconde dentro de una organización social extremadamente compleja” (Harvey, 1979: 19)


Unos de los ejemplos más claros y uno de los referentes histórico más emblemáticos a los que me puedo remitir dentro de ese supuesto control y ordenamiento planeado es el del proyecto de modernización y reordenación urbana del Baron Haussmann en Francia, que con su lógica instrumental, guiada bajo el espíritu modernista francés, haría que el París del siglo XIX pasara de ser una ciudad “antigua” a una ciudad oficialmente “moderna” mediante la destrucción de antiguos inmuebles en los que habitaban sujetos de los sectores más pobres y con menos recursos económicos de la ciudad (Harvey, 2013). Esto mismo sucedió durante el siglo XX en Estados Unidos a través de la figura de Robert Moses y su proyecto de transformación de la ciudad de Nueva York en la “utopía vehicular”, que con sus grandes caminos y avenidas todos podrían viajar del centro a la periferia sin ningún problema. Obviamente los primeros en ser desplazados hacia la periferia serían aquellos que contaban con menos recursos económicos, lo que devendría en la posterior implementación de diversos sistemas de transporte público y colectivo. Moses y su grupo de planeadores dio por hecho que el auto y los vehículos de motor siempre serían el mejor transporte para movilizarse en el espacio urbano; hoy en día es sabido a grandes rasgos que la infraestructura y la industria automotriz han generado una serie de problemas de salud e incluso, paradójicamente, en la misma movilidad.

A pesar de que en los últimos años se ha tratado de contrarrestar parte de las consecuencias de estos reordenamientos espaciales que estaban regidos en mayor parte por la búsqueda de una mayor eficiencia dentro de los parámetros del sistema económico capitalista en su fase industrial, en la actualidad la ciudad sigue estando regida por un énfasis en la capitalización y explotación de cualquier “recurso”, no obstante, ahora se ha desplazado de la mera industria y producción en masa de determinadas materias primas a la explotación de toda manifestación, creación y producción humana, incluso de las mismas identidades y prácticas específicas de la diversidad de sujetos que integran la urbe.


Las ahora denominadas ciudades globales (Sassen, 1991; García Canclini, 1995; Prieto, 2011) se han constituido como nodos de una red global de producción, distribución y consumo de la amplia diversidad de bienes que el nuevo milenio nos ha ofrecido. Uno de los que más ha cobrado importancia es el conocimiento, la información, según autores como Manuel Castells (2008); el otro “recurso” que también ha cobrado una amplia relevancia sería el mismo territorio y las prácticas sociales e identitarias que se desenvuelven en estos, algo que ya se había tocado desde el siglo XIX, en las discusiones entre Proudhon y Engels sobre la vivienda y la clase obrera. La ciudad en las últimas tres décadas se ha estado reconfigurando bajo la utopía neoliberal basada en la libertad de mercado y la privatización de la vida del mismo ciudadano a partir de la explotación de la identidad como parte de una industria cultural. Este tipo de capitalización de la cultura en un mundo de globalización y aparente homogeneización identitaria se ha reproducido en la mayoría de las ciudades alrededor del mundo. Hoy se puede hablar de una urbanización impulsada y ejercida por el Estado (que también le ha tocado perder parte de su “monopolio de la violencia” por la globalización y el mismo neoliberalismo) y grandes empresas y corporativos basada en la acumulación por desposesión del hábitat.

Pero a pesar de que la utopía neoliberal pensada por Friedman y von Hayek e implementada por Donald Reagan y Margaret Thatcher se ha diseminado por diversos países y ciudades alrededor del planeta, también ha habido una globalización de otras formas de pensamiento y acción que se han dedicado a plantear otras posibilidades o potencialidades ante las crisis y precariedad que este proyecto económico ha dejado a escala mundial, incluso en los mismos países que lo propusieron y aplicaron desde un principio. El emblemático Mayo Francés y toda la serie de movilizaciones de finales de los 60s han quedado marcados como el intento de una revolución social que no sucedió, sin embargo, también quedaron como los antecedente y las referencias con los que se ha aprendido que la noción del relato mesiánico de la Gran Revolución era una tarea destinada al fracaso, lo que ha derivado en la búsqueda de alternativas para la consecución de otras utopías generadas desde “abajo” o en ámbitos más locales, comunidades, barrios, vecindarios. Así es cómo han surgido las microtopías y, de entre éstas, una de las más relevantes a mi parecer: la okupa.

La diferencia específica que podríamos hallar entre la utopía y la microtopía, que se mantienen entrelazadas y derivadas las unas de las otras, sería el campo de acción de éstas. Si la


utopía era el no-lugar del ideal, la potencialidad y la virtualidad con una tendencia universalista de los proyectos que multitud de individuos han pensado y tratado de aplicar en la Historia, la microtopía se puede presentar como aquel espacio y proyecto de escala menor, dentro de los albores de la utopía, que se ha concebido a través de un pequeño grupo de individuos que se encargan de emplear ciertos discursos y prácticas surgidas de la crítica y el intento por contrarrestar la hegemonía de aquellos proyectos utópicos que han fracasado o aquellos que han mantenido y reproducido cierto tipo de males y problemas dentro de la sociedad, como la marginalidad, la precariedad o el racismo. También pueden ser relacionadas directamente con estos espacios diversos o heterotópicos de los que nos hablaba Foucault (2010), aquellos lugares en los que ciertas prácticas y potencialidades otras se llegaban a realizar.

Es entonces que la okupa, bajo estos parámetros, surge y se presenta como la microtopía y el movimiento social que se ha dedicado a denunciar y hacer una crítica directa a las políticas de vivienda que están siendo aplicadas en las ciudades. Su discurso y método de acción se ha fundamentado en la ocupación de espacios abandonados e inhabitados, usualmente sin el permiso de los dueños, por lo que estarían quebrantando la ley y el derecho a la propiedad privada. Por lo general tratan de transformar esos predios en las “fortalezas” de lucha y en los espacios donde intentar poner en práctica aquellos ideales que han adoptado, los cuales están influidos frecuentemente por un anarquismo y marxismo clásicos y contemporáneos, el autonomismo italiano y otros movimientos sociales como el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional.

El concepto de “okupa” ha sido un término engendrado durante los movimientos de ocupación de edificios y espacios durante la década de los 80s en España, sin embargo, cuando me dediqué a buscar un equivalente de este tipo de fenómeno en otras partes del mundo e idiomas me encontré con que los términos usados como equivalencia presentaban diversos grados de polisemia. Por ejemplo, para el término en inglés squatting parecía englobar una amplia diversidad de situaciones que partían del mero hecho de invadir una propiedad. Al respecto de esto último es de mucha ayuda la creación de la tipología realizada por Hans Pruijt en Squatting in Europe (2013) que sirve como un marco referencial para tratar de esclarecer las posibles motivaciones y situaciones de la ocupación de un territorio o vivienda por parte de ciertos individuos y comunidades, sobre todo en el ámbito europeo. Esta clasificación plantea que hay 5 posibles constituciones de los llamados squattings: 1.- deprivation based squatting, entendida


como aquella que los individuos y grupos de personas que han tenido que ocupar un espacio de manera ilegal obligados por la condición de precariedad y privación de vivienda en que se encuentran, según Pruijt, éstas lo logran tras la organización y el apoyo de integrantes de una clase o sector social más acomodado o con menos marginado; 2.- squatting as an alternative housing strategy, realizado por aquellos sujetos no necesariamente pobres o sufren una privación de vivienda, estudiantes o aquellas personas que se dedican a profesiones con bajos ingresos (pone de ejemplo a los artistas o músicos); 3.- “entrepreneurial” squatting, como la creación de espacios o centros sociales o culturales, bares, restaurantes y otra diversidad de espacios para el desenvolvimiento humano pero usualmente tiene la intención de apoyar o generar una red de solidaridad con movimientos sociales o comunidades que requieran recursos o lugares para trabajar; 4.- conservational squatting, método táctica para impedir la construcción de carreteras o cierto tipo de infraestructura o proyectos inmobiliarios que buscan demoler, destruir o modificar el tipo de uso de suelo de algún edificio o espacio importante para los habitantes de determinado lugar; 5.- political squatting, aquí cabrían aquellos espacios que tienen un claro activismo político que se identifican con ideales revolucionarios y de rechazo al Estado o el gobierno. En este último podría ser categorizada la okupa.

Pero esta clasificación, a pesar de que parezca ser una buena base para entender este fenómeno, debe ser asumida y tener bien presente como una clasificación no rígida o cerrada, y que por supuesto no puede llegar a aplicar completamente para todos los contextos. Además, los diversos casos y situaciones no pueden ser remitidas, tal cual, a una sola y única categorización; es obvio que se cruzan y entremezclan entre las diversas prácticas realizadas por la amplia diversidad y heterogeneidad de los agentes e individuos en sus diversos y respectivos espacios y geografías. Por ejemplo, los llamados “paracaidistas” en México (un supuesto equivalente de las “favelas” en Brasil, “villas miseria” en Argentina, “calamperos” en Chile, etcétera), podrían ser clasificados como la “deprivation based squatting” (“okupa basado en la privación”) de Pruijt, la cual daría por sentado que son comunidades y espacios creados a partir de una condición socioeconómica precaria que ha forzado a estos sujetos a ocupar ciertos espacios o territorios, sin embargo, todavía es muy discutible esta conclusión premeditada que da por sentado que esta supuesta pobreza o falta de recursos sea la principal y única condicionante socioeconómica, y más bien se puede pensar que no ha sido precisamente la única motivación que los ha llevado a


ocupar un predio o espacio determinado, mucho menos que hubo activistas o una especie de clase media ayudando a que estos sujetos realizaran esta ocupación –pensando en la clásica teoría de los intelectuales ayudando a que el proletariado adquiriera su “consciencia de clase”. Además, los denominados paracaidistas también son individuos a travesados por una amplia diversidad de situaciones y relaciones.

Usualmente el Reino Unido ha sido señalado como el principal territorio donde se gestaron este tipo de casos, a pesar de ello uno puede encontrar ejemplos o situaciones similares que son incluso paralelas en la revisión histórica del desarrollo y conformación de las ciudades y la aparición de movimientos urbanos en diversas partes del mundo, en México, por ejemplo, algunos de los primeros casos de ocupación organizada activamente y a la vez condicionados por la “necesidad” fueron:


…en los años veinte [que] se registran las huelgas inquilinarias con la orientación comunista de Herón Proal; en los cuarentas la ocupación de tierras de los integrantes y familiares del Escuadrón 201 que en paracaídas se lanzaron al predio (que hoy es la colonia que lleva ese nombre, en Iztapalapa), para obligar al gobierno de Ávila Camacho a cumplir su compromiso de entregarles vivienda. Desde entonces se llama “paracaidistas” a los ocupantes de suelo. (Bautista, 2013: 9)


Pero en el país europeo, el squatting como fenómeno social y colectivo se dio a difundió principalmente en la primera mitad del siglo XX, cuando alrededor de 250,000 personas, toda una colectividad -incluso una ciudad-, se dedicaron a invadir diversos edificios y casas abandonados sin pagar renta o algún tipo de alquiler; así fue como se crearían las bases de “…a social movement of great significance, whose impact upon housing policy has already been considerable, but whose potential has yet, perhaps, to be fully realized” (Wates & Wolmar, 1980: 1).

Uno de los antecedentes más importantes del territorio británico fue en 1946 cuando alrededor de unas 45,000 personas, integradas por familias de exmilitares, decidieron ocupar los campamentos que habían pertenecido al ejército durante la guerra (Friend en Wates & Wolmar, 1980). Como podrá suponerse, fue ahí donde se establecieron los principales territorios en los que


se desencadenaría una amplia movilización de individuos y colectivos dedicados a hacer squatting e integrados más formalmente como un movimiento social. Todo esto era una consecuencia de la crisis de vivienda que se vivió tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, gracias a la catástrofe que había destruido y dejado en ruinas gran parte de las ciudades en Europa.

Volviendo al caso de México, una de las situaciones en las que me veía envuelto cada vez que mencionaba a amigos, colegas, compañeros o en espacios académicos, que estaba trabajando con okupas y explicarles en qué consistía, lo primero que me decían era: “oh, te refieres a los paracaidistas”. Esto se debía a que en México la invasión de predios y edificios también es una práctica común y de bastante tiempo atrás. Como ya mencioné, hay registros desde la década de los 20s y 40s, por lo tanto, si pensamos en la presencia específica del okupa como fenómeno sería necesario partir de considerar el momento en que hay un sujeto o una comunidad que se llega a identificar como tal, y esto ha sido de manera reciente si nos basamos en una identidad colectiva con discursos y prácticas específicos y compartidos.


La okupa en México, identidad de una microtopía

Dos de los okupas que se reconocen como tal más representativos de la Ciudad de México son, por un lado, el de los que tomaron el auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que rebautizaron como auditorio “Che Guevara” a partir de la Huelga de los estudiantes de 1999 al 2000, mejor conocido como “el Che” y que se ha mantenido en una constante batalla entre autoridades universitarias, alumnos de las facultades aledañas e integrantes del espacio y mismos estudiantes que lo apoyan y con el que participan. El otro caso, y con el que he trabajado principalmente, sería el Chanti Ollin, un espacio surgido tras la ocupación de un edificio ubicado en el Circuito Interior “Melchor Ocampo” #424 de la colonia Cuauhtémoc dentro de la delegación del mismo nombre. Este espacio se constituyó, en parte, por personas de diversos estratos, desde clases sociales medias, clases bajas y otros colectivos, así como por algunos de los integrantes de la Huelga de la UNAM de 1999, y que buscaban, fuera del ámbito académico, “…contar con un espacio que les sirviera de techo y en el cual poder desarrollar proyectos y actividades alternativos que congregaran diferentes corrientes de pensamiento y de concepción de la vida.” (entrevista de Alicia Ortiz,


2013). Estos dos espacios se mantenían en contacto y en una relación estrecha ya que algunos de sus integrantes llegaron a trabajar o trabajan en los dos espacios.

Según las descripciones que hacen algunos de los integrantes del Chanti Ollin, y lo que se menciona en la página/blog de estos, es que su nombre lo han sacado del nahua, y significa “casa en movimiento”. Esto es muy relevante ya que el espacio se planteaba como un lugar donde se ofrecerían talleres y cursos para aprender prácticas alternativas y/o tradicionales de los pueblos indígenas u otro tipo de comunidades fuera del status quo urbano. Prácticas alternativas que se podrían entender como posibilidades ante aquellas otras prácticas que se han difundido en una sociedad y cultura regidas por el sistema capitalista en su fase neoliberal, el cuál -parafraseando lo que dirían algunos de los integrantes del mismo Chanti en las manifestaciones por su desalojo el 22 de noviembre de 2016 y el 7 de febrero de 2017- “se fundamentan en el individualismo, la privatización y capitalización del territorio y de la vida, tanto de las comunidades indígenas, de los habitantes de las ciudades y de todo aquel que pretende aplicar otras prácticas, costumbres o cosmogonías”. La crítica al sistema económico-político capitalista de este espacio está influida directamente por los análisis marxistas, pero, sobre todo, anarquistas y de movimientos como el ya mencionado Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), con el cual están directamente conectados algunos de sus integrantes, a partir de buscar asesoría y que a la vez podrían brindarles el espacio como respaldo (hospedaje, foro para pláticas, cursos y discusiones), o un lugar donde desarrollar una especie de pedagogía social con las actividades que llegaran a desenvolver en la ciudad.

La amplia diseminación de una ideología anarquista en los últimos 30 años ha sido uno de los principales pilares de la estructuración de los últimos movimientos sociales, y muy marcadamente de la okupa. Ya no se trata de esas grandes narrativas en las que el mundo cambia a partir de la toma de consciencia de una clase que hace grandes reformas y llega a la acción colectiva para tumbar a una clase dominante. No, más bien se trata de movimientos como lo señalan Geoffrey Pleyers (2010) y Graeber (2011) que se gestan a partir de problemáticas y situaciones locales pero que eventualmente pueden reconocerse como parte de un eslabón de una cadena internacional y global de movilizaciones con las que comparten ciertas bases o fundamentos de manera transversal en concordancia con sus particularidades dentro del contexto local en el que se desenvuelven. Las maneras como se han llegado a desenvolver estos


movimientos sociales se podrían entender también por lo que Pleyers llama la “vía de la subjetividad”. Esta se podría entender como la manera de “…defender el particularismo y la autonomía de [la] experiencia vivida, su creatividad y sus subjetividades frente a una globalización neoliberal…” (Pleyers, 2010: 375), una globalización que tiende a la homologación de las particularidades culturales alrededor del mundo. La microtopía reconoce su localidad o su área para la aplicabilidad de su proyecto y a partir de ésta pone en práctica ciertos ideales que les permiten llegar a la consecución de un ideario aterrizado en un lugar específico, como el vecindario, el barrio o la colonia. Hay que señalar que en el caso de los okupas estos han adoptado partes de algunos discursos y determinadas prácticas que se han globalizado, pero a la vez se han dedicado a actuar e incluir prácticas y filosofías pertenecientes a sus propios contextos y territorialidades. Así es como tratan de adaptar la utopía a su microesfera.

Las prácticas que se llegan a desenvolver en los okupas a nivel mundial pueden ser muy similares y parecidas, no obstante, estas también responden a la eventual respuesta que obtendrán de los diversos agentes frente a los que se manifiestan. Desde los gobiernos estatales, federales, los vecinos, otros movimientos sociales, otros okupas, público en general, es a partir de reconocer su condición frente al “vecino” (evitando recurrir al fetiche del “otro”) que articulan sus prácticas más particulares. Un ejemplo de ello dentro del Chanti Ollin ha sido la adopción del concepto de tequio, extraído también del náhuatl tequitl, que significa “trabajo”. Según ellos


…es una forma organizada de trabajo en beneficio colectivo, [que] consiste en que los integrantes de una comunidad deben aportar materiales o su fuerza de trabajo para realizar o construir una obra comunitaria, por ejemplo, una escuela, un pozo, una barda, un camino, etcétera. (https://chantiollinmx.wordpress.com/tequio/)


Ellos mismo han señalado que esta práctica es heredada de la Colonia, como una manera de tributo a las autoridades. Sin embargo, ésta ha trascendido el tiempo y se ha adaptado a las prácticas cotidianas de diversas comunidades indígenas de las diferentes regiones de México. Es un “pilar del trabajo comunal”, como ellos señalan, para la búsqueda de un beneficio y bien común, algo de lo que todos podrán beneficiarse. Es entonces que, bajo una amalgama de los presupuestos teóricos del anarquismo, como la ayuda mutua de Kropotkin, el autonomismo


italiano, en el Chanti Ollin se recurre al tequio para desarrollar diversos proyectos a partir de los cuales todos sus integrantes, y personas externas que ayuden y participen, podrán disfrutar y beneficiarse. Así realizaron el horno cerámico para hacer el pan orgánico que consumían y vendían en algunos mercados en diferentes zonas de la ciudad. También así han llegado a realizar otra serie de construcciones en lo que era el edificio que ocupaban o en otros lugares de conocidos o colectivos con los que mantenían algún vínculo, por ejemplo, un temazcal en el terreno de alguien que vive en Xochimilco.

El “Chanti” (como le dicen integrantes y colaboradores de cariño) se configuró como un espacio en el que habitaban personas provenientes de diferentes estratos sociales, sobre todo clase media y baja, y de diferentes regiones y países. Muchos de sus integrantes estaban relacionados, directa e indirectamente a otros movimientos sociales, por lo que se podrían entender como aquellos alter-activistas de los que también hablaba Pleyers (2010). Justo entre sus prácticas se pretendía crear una oferta contracultural, para ello recurrieron a métodos tradicionales de medicina de pueblos y comunidades indígenas con los que habían llegado a convivir. Otros se encargaban del taller de “bicimaquinas”, en el cual pretendían crear una serie de aparatos y mecanismo con la estructura de las bicicletas, tomando a éstas como el referente de uno de los mejores dispositivos para la emancipación social en la ciudad por lo que significa para la movilidad y porque no produce contaminación. También había quienes se encargaban de mantener el huerto urbano, ubicado en la terraza del edificio. Sobre todo, era trabajado por un pequeño grupo del espacio y por los visitantes externos que llegaron a habitar por un período breve tiempo en el lugar (sobre todo los extranjeros). El tequio era convocado para restaurar o ayudar en la manutención del mismo huerto o parte de la infraestructura.

Según me comentaron, el edificio que habían ocupado estaba intestado en el momento en que ingresaron, esto fue alrededor del 2002-2003. Este tipo de procesos legales pueden llegar a tomar bastante tiempo por lo que representaba una oportunidad clara para poder okupar el espacio. Bajo la lógica del abandono del espacio por la falta de oportunidad de lucrar con estos, los okupas basan su accionar en la idea de “si vivir es un lujo, okupar es un derecho” o, bajo esta idea, si “[l]os financieros y promotores pueden reclamarlo y tienen todo el derecho a hacerlo; [entonces] también pueden hacerlo los sin techo y sin papeles.” (Harvey, 2013: 13).

La misma condición de ilegalidad en que fueron señalados los integrantes del Chanti


Ollin, por su violación a la propiedad privada, es la que desde un principio permite la estigmatización de estos espacios y sus integrantes. El linchamiento mediático es una práctica común en la búsqueda por quebrar o reventar los movimientos o manifestaciones sociales. Como lo señala Javier Alcalde (en Martínez y Adell, 2004), la campaña mediática en contra de los okupas, no sólo en España sino en diversas ciudades del mundo, permite que sea apoye y legitime el desalojo de estos espacios e, incluso, el uso de la violencia por parte de la policía y otros agentes (vecinos inconformes, movimientos antagónicos, etcétera). Así que, si uno se dedica a rastrear algunos artículos en los periódicos y medios oficiales, se dará cuenta de que hay quienes se dedican a hablar días o meses antes de “invasión de predios por parte de delincuentes”, o “que son utilizados como centros de distribución de drogas”; todo esto con la finalidad de que se influya en una opinión pública para que se dé legitimidad a cualquier tipo de acción o proceso (legal o ilegal) que acabe con el “problema”.

Una de las características fundamentales de varios de los espacios que se han determinado o surgido bajo la identidad de okupa, Centros Sociales Okupados (CSO) en España, “political squatters” en Reino Unido, krakers en los Países Bajos, instandbesetzen en Alemania, ha sido la idea de autonomía y autogestión. Muchos espacios okupados o squats en diversas partes del mundo han surgido como proyectos o iniciativas artísticas (Moore & Smart, 2015) o por una crítica a las políticas de vivienda, y una amplia cantidad han pretendido configurarse a partir de una idea de alternancia cultural y más democrática. Procuraron salir del status quo tradicional y trataron de crear lugares autónomos que no dependieran de un reconocimiento oficial por parte de las autoridades o de cualquier gobierno o Estado, dándole más peso a la opinión directa del ciudadano o “compa”.

David Graeber (2011) y John Holloway (2005) consideran que los llamados “nuevos movimientos sociales”, denominación en la debe ser considerada la okupación, se han distinguido de las antiguas estructuras o modelos al dejar de pretender la obtención del poder y ejercerlo sobre otro sector de la sociedad que ha sido sometido. Hoy en día estos movimientos sociales se han conformado partiendo de la idea de que “[l]as formas de organización construidas con base en la concepción "tradicional" y dominante del poder (poder = Estado) están fatalmente llamadas a perder buena parte de su legitimidad conforme los pueblos capten la naturaleza de este Estado conservador” (Amin, 1989: 227). El Estado entendido como la máxima institución concentradora


de la voluntad de la sociedad se ha estado derrumbando desde hace varias décadas y podría entenderse como una utopía más en el amplio abanico de propuestas de gobierno para la sociedad y los individuos.


La distopía neoliberal de la Ciudad de México

La Ciudad de México se ha desenvuelto entre ese urbanismo capitalista y su contra o antítesis de un, podríamos llamarlo, sub-urbanismo o alter-urbanismo, que se gesta a partir de los asentamientos irregulares en las periferias. En México los ya mencionados “paracaidistas” son un elemento clave de su configuración y estructuración como ciudad. Su anárquica, aunque muchas veces organizada construcción, reproducción alrededor del centro de la ciudad ha permitido la aparición de una diversidad de prácticas que se mantienen en constate diálogo y tensión con la hegemonía económica implementada por el Estado y difundida a través de la construcción de una infinidad de centros comerciales y malls con las mismas franquicias transnacionales o edificios y rascacielos de empresas y bancos transnacionales en las principales avenidas de la ciudad.

A pesar de que desde el año en que ganó Cuauhtémoc Cárdenas los llamados partidos de izquierda han gobernado la capital del país, ha sido una izquierda regida bajo un proyecto neoliberal en la que por un lado han pretendido el reconocimiento de los derechos de minorías, de otras lenguas, orientaciones sexuales, etcétera, pero a la vez han brindado un apoyo amplio a la inversión privada como beneficiario de la supuesta regeneración urbana y del tejido social. Lo que más bien se ha podido constatar ha sido una descarada privatización del espacio público, el mejor ejemplo es el Centro Histórico de la ciudad que prácticamente pertenece a la Fundación Carso (de Carlos Slim). Una desregulación y dinamización de la especulación inmobiliaria que ha provocado el surgimiento de nuevos centros financieros como Santa Fe, y que terminan por extraer los recursos de los espacios y colonias contiguos o, incluso, expulsar a sus habitantes.

En la ciudad,


[s]us estructuras espaciales y relacionales han adquirido valores de mercado, los centros históricos se han transformado en destinos turísticos o centros comerciales al aire libre, las periferias en ciudades dormitorio o espacios residuales de exclusión, y la producción social y cultural en ocio y entretenimiento. (Observatorio Metropolitano de Madrid, 2015:


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Por lo tanto, la morfología urbana se ha visto envuelta en una tensión constante a partir de la planeación de su crecimiento y distribución, que, a la vez, está mediada por una necesidad de adaptarse y reordenarse al crecimiento desordenado y aleatorio que surge a través de los resquicios de la subalternidad de la periferia urbana –¿o también decir periferia social? -. El problema surge cuando la planeación o idealización de la organización espacial y práctica de un territorio está sometido a razón económica que da por sentada una concepción reducida y minimizada del sujeto, anulando la variabilidad que la vida misma puede presentar en cualquier espacio o situación. La distribución del tiempo y el espacio para el individuo está condicionada por la idea de la permanente generación y capitalización de una ganancia. El mismo ocio se ha visto marginado o delimitado a ciertas prácticas y conductas, cuando debería ser un espacio para creación libre y la libertad de acción. Hoy en día los centros comerciales y los malls se han transformado en los espacios para el “ocio” por antonomasia.

Varios autores han señalado que la ciudad es un espacio complejo y prácticamente imposible de definir (Harvey, 1977; Delgado, 1999). Lo que sí se ha podido dar por sentado al respecto de ésta es su cualidad de ser un espacio artificial construido por la voluntad del ser humano, configurado a partir de sus deseos, pulsiones, miedos y temores; con una constante puesta en práctica de lo que Tomás Moro llamó la “utopía”, nuestro ideal de una sociedad o comunidad funcionando a la perfección. Muchos olvidamos que sigue estando a una idealización subjetiva y los problemas y las interrogantes surgen cuando se plantea a una escala mucho mayor, como una ciudad, una nación o el mismo mundo entero.

Las políticas públicas se han enfocado en el “rescate” de calles y espacios públicos dentro de la ciudad para el ciudadano “de pie”, para posteriormente hacer una limpieza social y vender estos espacios a las franquicias y empresas que más dinero tienen, provocando la desaparición de otros lugares y espacios surgidos de las prácticas históricas y locales de determinados habitantes que comienzan a ser desplazados o expulsados. Un ejemplo de ello es la calle de Francisco I. Madero o coloquialmente “Madero”, en el Centro Histórico, la cual se transformó en peatonal para “empoderar al transeúnte”. El problema fue que a la vez provocó la desaparición de infinidad de negocios, algunos familiares, que ahí se encontraban. En la actualidad se pueden


encontrar diferentes sucursales de las principales líneas y empresas de comida rápida, de ropa, bancos, librerías y tiendas de discos y películas. También, con la intención de “mejorar” la movilidad urbana, se han construido una serie de vías y puentes vehiculares para desplazarse de un punto a otro, sin embargo, estos puentes, además de cobrar un peaje, también requirieron un gran porcentaje del presupuesto público para ser realizados, un presupuesto que se obtuvo de un amplio sector de la población que ni siquiera tienen automóvil o requieren utilizar dichas vías.

Así se ha mantenido la agenda político económica de la Ciudad de México, en un juego constante entre la privatización del espacio público (a través de concesiones) y una retórica del “empoderamiento ciudadano”.


Ir del utopos al microtopos (Conclusiones)

Es interesante pensar que cuando llega a mencionar o señalar alguna referencia o grupo fundado en el anarquismo uno se puede encontrar con diversas posturas, la mayoría que se burlan o menosprecian y de éstas, dos podrían ser las más comunes o que más he encontrado: una en la que usualmente se identifican o señalan a los anarquistas como los grupos conformados por “encapuchados de negro” o “revoltosos” que llegan a reventar las marchas o manifestaciones sociales, los “grupos violentos” que sólo crean disturbios y conflictos dentro de las manifestaciones sociales de los a veces considerados “ciudadanos más civilizados”; y hay otra en la que generalmente se señala a aquellos sujetos o a ciertos de sus fundamentos o ideales como meros “utopistas” con sus “sueños utópicos” e irrealizables, los cuales se basan en pura idealización y demagogia dentro de sus prácticas y propuestas políticas, económicas, culturales y sociales.

En un primer momento me atrevería a decir que parte de estas acusaciones o críticas son verdaderas en tanto nos remitimos a ciertos casos específicos dentro de la inmensidad de sujetos que integran y adoptan esta línea política y filosófica. Algunas agrupaciones -no todas- que se han llegado a asumir como tales dentro de la diversidad de manifestaciones sociales que hay, sí llegan a recurrir a cierto tipo de acción violenta centrada generalmente en la confrontación directa con policías o grupos de seguridad del Estado, ataque a comercios o espacios administrados por alguna empresa o corporación privada, usualmente extranjera, que llega a obtener sus ganancias mediante la producción de sus mercancías y productos en países subdesarrollados. También


llegan a vestir de negro por métodos de identificación entre integrantes y para no ser reconocidos, a la vez, por las autoridades, previendo cualquier tipo de persecución o vigilancia posterior a la manifestación. También es cierta la crítica a los “sueños utópicos” en tanto asumimos que, por obvias razones, parte de las premisas y propuestas que varios grupos anarquistas han manifestado en determinado momento serían imposibles de realizar, proponiendo ideas que serían imposibles de concretar. De nuevo el factor importante es la escala con que se plantean esas propuestas o ideales.

Lo único que han provocado el tipo de concepciones que he desplegado, es una idea borrosa y caricaturizada de un discurso político más amplio y complejo. Algo que también le ha llegó a suceder al mismo marxismo cuando muchos daban por hecho su muerte. Uno de los obstáculos que siempre encontraran este tipo de pensamientos, como muchos otros que han sido olvidados a través del tiempo, será el de su facticidad, o el qué tan realizable o aplicable en la vida ordinaria de las personas y de toda una sociedad pueden llegar a ser. Por tal motivo es necesario entender que “…la práctica significante utópica significa su fuerza crítica en el momento mismo en que la liga a una ideología que le prohíbe consumarse como teoría científica de la sociedad, porque le prohíbe trastocar el lugar de palabra a partir del cual se enuncia” (Marin, 1975: 71).

Las okupas en el territorio urbano están planteando la creación de pequeños espacios en los cuales poner en práctica otras ideas que muchas veces han sido menospreciadas o descartadas, como por ejemplo la medicina tradicional de comunidades indígenas y no alópatas, la apropiación y soberanía tecnológica o el autocultivo y producción de alimentos. También han intentado crear una oferta cultural y pedagógica abierta a todo el público fundamentada en la autonomía del individuo, pero con una consciencia y empatía por otras personas o ciudadanos que integran determinado territorio. Es a través de sus propuestas que han intentado romper con la “metrópoli de los individuos” ya que la okupa se ha conformado con la intención de enseñar la importancia de la autonomía del sujeto, del individuo, como ser político y actuante, pero a la vez que se reconoce como parte de una colectividad con la que comparte una responsabilidad ética por la compartición de ciertas libertades y otras responsabilidades entre ellos y el mundo y espacio en el que habitan.

La cuestión del utopismo o la creencia en la utopía no es algo meramente limitado a


“gente ociosa” o los denominados “resentidos sociales” – además pregunto: ¿cómo no ser un resentido social en una sociedad tan desigual como la de México?-, el fundamento utópico debe ser identificado como una parte fundamental de todo ser humano, tal vez como una de esas pulsiones de las que han hablado Freud y posteriormente Lacan dentro del psicoanálisis; y me parece que este impulso podría asumirse también como “[e]l mecanismo de las pasiones, no las ideas ni los ideales, [que] conduce al hombre” (Schérer, 2011:59), que lo lleva a crear y producir nuevas espacialidades y relaciones. Al momento en que surgen los desaires y cierto desprecio hacia algo que delinea o toca los márgenes de lo utópico me surge la duda: ¿qué acaso no todos llegamos a presentar cierto grado de utopismo en nuestros más profundos deseos e ideales? ¿no aspiramos que nuestros propios no-lugares lleguen a territorializarse de alguna manera? Si bien me ha tocado presenciar la burla y desazón de algunas personas hacia algunos de los movimientos sociales más importantes de las últimas décadas, por su supuesto “romanticismo” y su “ingenuidad”, por creer en ciertos ideales y exigir ciertas condiciones o derechos que podrían parecer ingenuos o tontos para los otros, de movimientos que están esperando pasar de un no- lugar a un verdadero topos, es importante recordar que el mismo proyecto económico neoliberal de Milton Friedman y Friedrich von Hayek fue una idea que se concretó, a grandes rasgos, en la década de 1990 sirviéndose de la ciencia económica alimentada en una “…fe en su propia versión de la razón” (Gray, 2008: 52), que acompañado de un proceso y mecanismo de legitimación sistémico y estructural, mediado por relaciones de poder dentro del ámbito social y cultural, llegó a reproducirse como una más de las ideologías del progreso, la misma idea de progreso que venimos arrastrando, por lo menos, desde hace tres siglos.

Sin embargo, como lo ha señalado el filósofo británico John Gray: “[c]alificando los proyectos utópicos de simples ejercicios defectuosos de decisión política se pasa por alto su auténtica naturaleza” (2008: 37) ¿cómo se podría entender esta “naturaleza”? Pues como la posibilidad crítica-reflexiva y, por lo tanto, revolucionaría de la utopía, no sólo en un sentido del mero cambio social, sino en la transformación y ampliación de los horizontes conceptuales- epistemológicos y ontológicos. Por eso me parece importante señalar que reducir y menospreciar estos fenómenos y agentes de tal manera nos impide ver la complejidad que puede hallarse en tan sólo uno de los tantos grupos, comunidades, individuos: las microtopías, que se han llegado a identificar y configurar a través una línea de pensamiento y acción (utópicos) porque “[e]l mundo


entero está en cada uno de esos puntos de vista, y no existe en otro lugar que en el entrecruzamiento” (Schérer, 2011:43).


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